LAS MISIONES DESAFIANTES Y CONTRADICTORIAS DE A.F.


Por Carlos Hernández


El presidente electo tiene objetivos y condicionantes en dosis semejantes. Hereda un país con problemas estructurales complejos, como es la cíclica historia de la Argentina.

Alberto Fernández debe cumplir con el electorado que lo votó con la esperanza de vivir mejor y, por si fuera poco, con las expectativas y exigencias de un amplio espectro peronista que lo encumbró camino a la presidencia.

Quien fuera jefe de Gabinete durante los primeros cinco años del kirchnerismo tendrá que enfrentar inicialmente la grave y prolongada crisis económica que no ha sido gratuita. La decadencia ha golpeado severamente a la actividad productiva del país con un fuerte impacto en las capas sociales más bajas.

Encolumnar a la dirigencia peronista es otro desafío no menor para Alberto. El andamiaje que lo llevó a conquistar el 48% de los votos implica una pila de facturas a pagar mediante acciones no exentas de potenciales colisiones por la variedad de intereses en juego. 

Sin ir más lejos, las exigencias y requerimientos federales urgentes de los gobernadores pueden chocar fácilmente con los tironeos de los líderes piqueteros del conurbano bonaerense. Las promesas de campaña contrarían la austeridad fiscal, el descontrol del gasto va de la mano de la espiral inflacionaria.

Alberto no tiene un cheque en blanco, ni los votos logrados implican un derroche de poder. Tendrá un contrapeso fuerte en la coalición opositora con un presidente saliente que logró un piso del 40 por ciento y con un radicalismo que recobró vigor en las elecciones últimas.

Fernández deberá negociar. Pero lo que aparenta ser una debilidad, si el presidente electo tiene propósitos superiores, puede convertirse en una oportunidad siempre que ambas coaliciones vigentes estén dispuestas a anteponer los intereses del país. Esa utopía, aunque plagada de escollos, sería alcanzable si hay habilidad y generosidad en quien gobierna, y grandeza en la oposición.

La gran incógnita

El factor Cristina no puede escaparse del análisis. Por presencia, por experiencia, predicamento, liderazgo, por la devoción (y rechazo) que genera la expresidenta, sería lógico que ocupe el centro de la escena protagonizando el proceso político, en forma expresa o latente. Cristina, fundamentalmente, es la mentora, la única, de la candidatura del próximo presidente de los argentinos. Y, se supone, será mucho más que vice y presidenta del Senado de la Nación.

Hay incertidumbre respecto del margen de maniobra que tendrá Alberto a la hora de tomar decisiones de fondo. Con qué autonomía podrá desenvolverse en el sistema tradicionalmente presidencialista sigue siendo una duda en el ambiente político.

Uno de sus grandes desafíos será lograr una base de poder propio que le garantice gobernabilidad para articular un proyecto con consenso amplio mediante la participación de diversos sectores. Otro será disciplinar medianamente a los propios para amortiguar el fuego amigo.

La cuestión es que Fernández tenga verdadero interés en ser el conductor desde la más alta magistratura de un proceso complejo, lo que no es seguro teniendo en cuenta que ya avisó que Cristina y él son lo mismo. También ha dicho que la expresidenta ocupará un rol central en su gobierno.

Para dar muestra de disciplina ideológica, el presidente electo se ha movido sin apartarse un centímetro del manual cristinista frente a las crisis que afloran en la región. Cada paso y palabra expresada llevan la inocultable impronta de la líder del movimiento.

Coherencia política, podrá argumentarse. Pero también cabe apuntar que los componentes de cada caso de convulsión social y política en los países vecinos ofrecen material para el análisis profundo, que la rigidez del catecismo kirchnerista no le permite. Por estos días, hay una abundancia declamativa de Alberto que da la impresión de estar rindiendo examen de pertenencia.

Lo que no debe perder de vista es que pronto deberá gobernar y moverse ya en el terreno real de las relaciones internacionales con una amplia agenda de intereses de distinto tipo que van más allá de lo ideológico, donde lo comercial suele ser lo prioritario en la estrategia de los estados. 

Ahora, si hay una duda, la fundamental, es si Cristina buscará regentear el Gobierno, fiel a su estilo omnipresente, o si se contentará con conseguir inmunidad, dicho de otro modo, impunidad, para recuperar la paz familiar y la salud de su hija Florencia, también acosada por las causas judiciales. Sea como fuere, el blindaje a la familia de quien lo catapultó en la candidatura a presidente, será una misión que Alberto Fernández no podrá desconocer.

El esfuerzo que demuestre para aliviar la situación judicial de Cristina será clave para transitar la gestión con relativa paz hacia adentro de su agrupación, pero al mismo tiempo resultará contraproducente frente a la oposición recelosa y de cara a buena parte de la sociedad que no estará dispuesta a tolerar una lesión institucional ni la manipulación a voluntad de la justicia.

Alberto Fernández tiene misiones desafiantes pero contradictorias entre sí. El gran dilema es si será capaz de combinarlas para cumplir con las expectativas de al menos el 48 por ciento que lo voto, sin morir en el intento.

Carlos Hernández / diario UNO



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