Dos amigos están sentados a la barra de un bar, y uno le pregunta al otro:
- Che... ¿por qué tenés esa cara?
- No me hables, estoy furioso. Por primera vez en mi vida se me ocurrió ir a la reunión de una secta religiosa.
- Pero... ¿qué te pasó?
- En un momento el pastor se acercó al lugar donde yo estaba. Me miró fijo, me señaló con el dedo y entonces me arrodillé. Él puso sus manos sobre mi cabeza y dijo: “Hermano, usted va a caminar...”. Te imaginás, yo no quería hacerlo quedar mal delante de todo el mundo, pero le dije por lo bajo: “Mire, yo no tengo ningún problema con mis piernas”. Pero él ignoró mi respuesta y, casi gritando, volvió a exclamar: “¡Hermano, usted va a caminar!”. Y toda la asamblea, con las manos en alto, empezó a gritar: “¡Hermano, usted va a caminar!”. Yo ya no sabía qué hacer y me empecé a enojar. Le seguí diciendo, bajito: “Macho, yo caminé siempre de lo más bien”. Pero él, en trance, elevaba los brazos y gritaba con fuerza: “¡Usted va a caminar!”, mientras todos gritaban más fuerte: “¡Hermano, va a caminar!” Entonces opté por callarme y no dije más nada, pero a la salida me di cuenta de que el guacho tenía razón.
- ¿Cómo que tenía razón?
- Sí, me habían choreado el auto.
Ji jí.
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