LA MENTIRA COMO HERRAMIENTA

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Por Walter R. Quinteros / Opinión


Acaba de empezar la veda de propaganda electoralista, y después de escuchar a los candidatos a presidente tenemos que ver qué es la mentira. Pero ojo amigo lector, según San Agustín, no todo el que dice algo falso miente, si cree u opina que lo que dice es verdad.

¿Será por eso entonces que a los políticos no los arrojamos a las vías del tren? ¿O, porque nos quitaron los trenes y vendieron las vías? 


Pero entre creer y opinar hay esta diferencia:
Dice San Agustín que el que cree, siente que, a veces, no sabe lo que cree, aunque no dude en absoluto de ello si lo cree con firmeza, mientras que el que opina cree saber lo que realmente ignora. ¿Le suena medio complicado?

Aguante, haga como el hincha de Boca que tiene que esperar 300 días para volver a enfrentar a River.

Quien expresa lo que cree o piensa interiormente, aunque eso sea un error, no miente.
Cree que es así lo que dice y, llevado por esa creencia, lo expresa como lo siente.

Sin embargo, no quedará inmune de falta, aunque no mienta, si cree lo que no debiera creer o piensa que conoce lo que, en realidad ignora, aunque fuese la verdad, pues cree conocer lo que desconoce.

Por tanto, miente el que tiene una cosa en la mente y expresa otra distinta con palabras u otros signos. Y los políticos se entrenaron muy bien para eso.

Por eso, se dice que el mentiroso tiene un corazón doble, es decir, un doble pensamiento: uno el que sabe u opina que es verdad y se calla, y otro el que dice pensando o sabiendo que es falso. No se ataje, no es con usted la cosa.

Por eso, se puede decir algo falso sin mentir, si se piensa que algo es como se dice aunque, en realidad, no sea así.

Y se puede decir la verdad, mintiendo, si se piensa que algo es falso y se quiere hacer pasar por verdadero, aunque, de hecho, lo sea.

Al veraz y al mentiroso no hay que juzgarles por la verdad o falsedad de las cosas en sí mismas, sino por la intención de su opinión.

Y ¿Cuáles son las intenciones de los candidatos presidenciales?

Usar la mentira como herramienta, para dividirnos, para separarnos.

Dice San Agustín que el pecado del mentiroso está en su deseo intencionado de engañar, bien sea que nos engañe porque le creemos, cuando dice una cosa falsa, o bien no nos engañe porque no le creemos, o porque resulta ser verdad lo que nos dice, pensando que no lo es, con intención de engañarnos.

Y aunque, entonces le creamos, tampoco nos engañan, aunque quisieran engañar, a no ser en la medida en que nos hacen creer que saben y piensan lo que dicen.

Con nombre y apellido, tenemos a cuatro personajes como actores principales de esta obra:


Mauricio Macri que se olvidó de gobernar como presidente, y de su compañero de fórmula Miguel Pichetto, que cuidó y preservó de la Justicia, para que no pierda los fueros, a Cristina Fernández de Kirchner.


De Alberto Fernández, que dice que renunció a su puesto de jefe de Gabinete del gobierno más corrupto de la Argentina y denunció lo deplorable que era, quién ahora es su compañera, la marionetista, libretista y ex presidente, Cristina Fernández de Kirchner.


¿Qué nos ocurre si alguien nos dice una cosa falsa, que él mismo sabe que es falsa, pero hace esto porque juzga que no le creeremos, y el quiere, de esa manera, quitarnos del  medio porque sabe que no le vamos a creer?

Por ejemplo usted, votante pensante, o el periodismo no militante, por ejemplo.
Saquemos a los ciegos fanáticos de esto.

Si mentir es decir una cosa distinta de lo que se sabe o piensa, estos candidatos, por el deseo de no engañar, mienten, pero si mentir es decir algo con intención de engañar, estos candidatos entonces no mienten, pues dicen una cosa falsa aunque sepan o piensen que es falsa, para que aquel que lo escucha no creyéndoles, no se engañe.

Y como se ve que esto puede ocurrir, que alguien diga algo falso para no engañar, aún cabe una postura inversa, que alguien diga la verdad para poder engañar.

Podemos pues preguntarnos quién es el que, realmente, miente: si aquel que dice algo falso para no engañar o el que dice la verdad para engañar, cuando uno sabe o piensa decir algo falso y el otro sabe o juzga que dice la verdad.

Ya hemos dicho que el que no sabe que es falso lo que dice, no miente, si cree que dice la verdad; más bien miente el que dice algo verdadero cuando, incluso, piensa que es falso, pues a los dos los hemos de juzgar por sus intenciones.

Y las intenciones de estos políticos es usar la mentira como herramienta.

Le cuento algo para que no se aburra, amigo lector.

Allá lejos y hace tiempo, en vez de ir a dormir la siesta, me escapaba a la casa de mis abuelos.
Después de contarles, enormemente convencido, sobre los supuestos males que afectaban la salud de mi queridísima mami, les decía que como ella no quería ser molestada, los visitaba.
Mientras tanto, merodeaba el parral lleno de racimos de uvas del fresco patio.

Allá lejos y hace tiempo, le decía a mi abuelo que nunca había visto unas uvas tan grandes, tan negras y tan sabrosas.

¿Cómo iba yo a saber eso si para alcanzarlas debía subirme a una silla, o a una mesa?

Mi abuelo sabía que yo le mentía, más el me decía, que iban a estar más grandes, más negras y más sabrosas cuando madurasen.

Yo necesitaba a mi abuelo y mi abuelo me necesitaba a mí.
Éramos como una pareja ideal para jugar al Truco.

Entonces:
¿Cuál de los dos había mentido?
¿Yo, el pequeño nietito rompebolas que decidió decir algo falso para que le conviden uvas?
¿O mi paciente abuelo que eligió decir la verdad para no convidarme las uvas?
¿O acaso ambos mentimos, uno por decir algo falso, el otro porque quiso engañar?
¿O, más bien, no mintió ninguno, uno porque no deseaba engañar, y el otro porque deseaba decir la verdad?

Ahora, no se trata de saber quién de los dos pecó sino de quién ha mentido.

Allá lejos y hace tiempo, mi tía, apenas unos años mayor que yo, lógicamente era merodeada por un joven a quién le amargué la vida. Este personaje, llegaba hasta la puerta de la casa de mi abuelo, silbaba, como silban los estúpidos que les hierve la sangre bajo el bravo sol. Disimuladamente, la tía en cuestión, salía hasta el jardín de los crisantemos.

Se miraban a los ojos, rozaban sus labios en un conato de beso apurado pero tierno, escudriñaban desvergonzadamente para todos lados, para ver si alguien los vio, y apenas rozaban sus dedos por la piel erizada, con el corazón latiendo como un tambor de guerra, con el paso incesante de 50 mil hormigas por las venas, ávidos por decirse algo, hasta que al fin hablaban y no se decían lo que querían decirse:

—¿Qué andás haciendo por acá? (Mentía, mi tía)
—Vengo del centro y, pasaba por aquí... (Falaz, el lenguaraz)

Se creían que uno, por ser pibe escuchador, era un perfecto boludo de 9 años.

La conclusión es que, el que sabiendo o creyendo que es verdad lo que dice, siempre lo dirá para engañar.

Mire, estimado lector, si usted les creyó a estos políticos y, piensa votarlos, especialmente a los arriba enunciados, nos irá mal, como Patria nos irá mal, muy mal.
Después no diga que no le avisé.

Walter Ricardo Quinteros / Quiénes & Porqué 



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