Por Viva Porú
Un sábado por la tarde, Antonio, hombre de campo, se traslada a esta ciudad para hacer unas compras, más tarde, decide ver una película en el único cine que tenemos.
Antonio, que lleva un gallo sobre su hombro, va a la boletería a sacar su entrada.
—No señor, no puedo dejarlo entrar a la sala con animales —dice el boletero, sorprendido.
—Pero es que estoy lejos de mi casa, amigo, ¿dónde voy a dejar mi gallo?
—Lo siento, señor, no puede entrar —le insiste el boletero.
Antonio se va, da vuelta a la cuadra, esconde el gallo entre sus pantalones, regresa al cine y el boletero le vende entonces la entrada.
Entra, se sienta y se dispone a ver la película.
Cuando apagan las luces, siente que el gallo se retuerce en su pantalón y, con disimulo se abre la bragueta para que el gallo saque la cabeza y pueda respirar.
Al lado de Antonio hay dos señoras maduras, Esther y Marta. Es entonces cuando una de ellas le habla al oído a la otra:
—Martita, me parece que estoy sentada al lado de un tipo perverso.
—¿Por qué decís eso? —le pregunta su amiga, siempre en voz baja.
—Porque este degenerado se abrió la bragueta y sacó su coso...
—¡Ay, Esther! No le des tanta importancia. ¡Si habremos visto "cosos" a nuestra edad!
—Sí, Martita, pero éste es el primero que me picotea el pochoclo...
Ji jí.
Comentarios
Publicar un comentario