OPINIÓN
La historia olvidada de un barco argentino y su tripulación detenidos en las costas de nuestro país durante la Primera Guerra Mundial
By Osvaldo Bazán
Esta semana se cumplieron 108 años de que un submarino alemán hundiera un barco argentino.
Nadie lo recordó.
Estoy convencido: toda guerra empieza porque una mariposa aleteó chingando en China y desencadenó una serie de acontecimientos que terminan siempre mal.
Tomemos el caso de Juan Pérez, por ejemplo.
Difícil saber a esta altura del partido si las crónicas de la época registraron bien el nombre o lo inventaron. Suena a creación, a sacarse el problema de encima o quizás sea cierto que el rosarino de unos 30 años se llamaba Juan Pérez y su esposa era la señora María de Pérez. Por lo pronto, no lo creo, no lo pude confirmar en ningún lado y mejor lo tomo como un ejemplo, ya que los demás datos (el barco, la carga, las restricciones, los acontecimientos posteriores, Malvinas, la miseria) son reales.
Lo que sí es incontestable es que el marinero se embarcó en el velero Pax, un barco de hierro que llevaba el lino argentino —ese del campo en flor de la canción— a Estocolmo en Suecia.
Las circunstancias no podían ser peores.
La mariposa estaba encabronadísima.
La Primera Guerra Mundial estallaba a más de 10.000 kilómetros, pero las esquirlas llegaban hasta acá a pesar de que los dos presidentes argentinos que la sufrieron, Victorino de la Plaza e Hipólito Yrigoyen, de ideologías contrastantes, declararon la neutralidad.
Un siglo antes de la globalización ya no servía de nada la neutralidad.
El Reino Unido aplicaba un bloqueo naval a todas las mercaderías destinadas a Alemania, Austria y Hungría.
Sí, el tema nos perjudicaba y mucho.
Hasta el comienzo de la Primera Guerra, el 20% de las exportaciones argentinas iban para Alemania. Lana, cuero y granos se iban hacia el país de las salchichas y el chucrut desde que se unificó Alemania en 1871.
Pero la guerra es la guerra, como dijo la madre del convento, y el Reino Unido decidió —unilateralmente, ¿o se creen que todo lo inventó Donald?— lo que se llamó “bloqueo distante”.
En principio, en el Canal de la Mancha y el Mar del Norte.
Todo barco de país neutral que pasara por allí, debía forzosamente atracar en puerto inglés para que le revisaran la mercadería. Alimentos y otros bienes eran considerados “ilegales” si se comprobaba que iban para Alemania, Hungría o Austria.
Eso, en los papeles.
Porque el 23 de mayo de 1915 el Pax con alguien que quizás se llamase o no Juan Pérez en su interior no había salido aún de la costa argentina; estaba a 19 millas del Faro Recalada, cerca de Monte Hermoso.
No se cumplía ninguna de las premisas del “bloqueo distante”: el buque tenía bandera argentina, neutral; estaba lejísimo del Mar del Norte y la mercadería —el lino— no era para las potencias en guerra sino para otro país neutral, Suecia.
Nada de esto sirvió como salvación para el Pax, que fue enviado junto con toda su tripulación a… Malvinas. Y el lino se lo quedó Gran Bretaña sin poner un peso. Sí, lo robó.
La excusa del bloqueo era perfecta; la mercadería de los países neutrales terminaba en posesión de los aliados y ¡gratis!
Si Juan —que andá a saber si se llamaba Juan— se hubiera quedado en Malvinas y hubiera mandado a llamar a María —que andá a saber si se llamaba María— y a sus dos hijos rosarinos —que andá a saber si eran dos y rosarinos—, quizás hubieran poblado la isla y con el asunto este de la autodeterminación que volvió a lucir el presidente el 2 de abril, tal vez la Soledad y la Gran Malvinas ya serían argentinas y hubiéramos zafado de la aventura etílica de 1982.
Pero no.
Juan no quería saber nada con los pingüinos, quería volver a su Rosario natal.
Al menos así le escribió a María unos cuántos meses después.
La pobre no tenía ni idea de qué había pasado con su marido y esperaba algún dinero para mantener a los chicos.
En la carta Juan le cuenta a María que se había convertido en negociador con los oficiales británicos. Alguien tenía que explicarles que el lino iba para Suecia, no para Alemania. Claro que el bueno de Juan Pérez era voluntarioso pero contaba con un inconveniente: ni él hablaba inglés ni los británicos hablaban castellano.
Con gestos, dibujitos y algunas palabras en italiano —que todos hacían esfuerzo por entender— pudo explicarlo. Los meses en Malvinas en un alojamiento improvisado, con poca comida y mucho frío lo empujaron a expresarse de todas las maneras posibles.
Así pudo hacerse entender en lo fundamental de su reclamo: su familia rosarina dependía de que él le enviara el dinero de su trabajo y lo estaban pasando verdaderamente mal.
Los oficiales británicos fueron inflexibles: “la guerra no entiende de intenciones”.
Finalmente en 1916 lo liberaron y pudo volver a Rosario.
Sin un peso porque el cargamento se perdió.
No le sirvió de nada ser de un país neutral.
Lo jodieron igual.
El Reino Unido estaba en guerra con Alemania y la terminó pagando un marinero que quizás se llamase Juan Pérez y quizás fuese rosarino.
O no.
Las mariposas pueden ser crueles, a veces.
Pocos meses después, el 28 de noviembre de 1915, para demostrar que iban en serio, los británicos detuvieron el velero Presidente Mitre mientras el barco iba tranquilo en viaje de cabotaje cerca de Punta Médanos. Esta vez el que lo detuvo y confiscó fue el Buque Auxiliar Orama que recorría las costas argentinas por las dudas.
O sea, al menos dos barcos británicos patrullaron la costa argentina para que nos portáramos bien. Igual, por las protestas que ya estaban haciendo varios países neutrales —hasta el neutral en esos momentos, Estados Unidos— los británicos no tuvieron más opciones que liberar el barco y devolver la mercadería unos meses después. El pobre ¿Juan Pérez?, en cambio, seguía en Malvinas.
El Orama finalmente fue hundido por un submarino alemán.
Claro que era la guerra y nosotros, neutrales, no sólo recibimos cachetadas de un lado.
Nos pegaron de los dos lados.
Nos pegaron los aliados y nos pegaron las Potencias Centrales (Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y el Imperio Otomano).
Cuando no sos ni sí ni no ni blanco ni negro, nadie deja la vida por vos.
El 4 de abril de 1917 (esta semana se cumplieron 108 años y por este aniversario es que empecé con esta historia hasta que me fui por las ramas, pero estábamos con otras guerras esta semana y nadie lo recordó) el submarino alemán U-35 hundió a la goleta argentina Monte Protegido frente a la isla de Cerdeña.
Mariposa mediterránea, podría decirse.
Es cierto, para orgullo de la goleta argentina no nos hundió cualquiera. El U-35 es el submarino con mayor número de barcos hundidos en la historia de la navegación militar.
Solito, el U-35 bajó 226 barcos y dañó a otros 7. Matoncito, el alemán.
Argentina, como no podía venderle a Alemania, le vendía a los aliados. Pero así como el Reino Unido y Francia habían decidido el “bloqueo distante”, Alemania contestó con “la guerra submarina irrestricta”. Esto era, cualquier barco, no importaba su procedencia, era pasible de ser hundido.
Dicho y hecho.
Hundieron el Monte Protegido.
Pero viste cómo son los alemanes cuando se les mete una idea en la cabeza.
No les alcanzó.
Pese a las protestas diplomáticas —en especial de Arturo Parker, en el momento cónsul argentino en Londres— los submarinos alemanes nos hundieron dos barcos más en junio de ese año: ambos buques mercantes, el Toro y el Oriana.
La mariposa que aletea sobre este newsletter continuamente mandó a Juan Pérez a Malvinas cuando pensaba ir a Estocolmo y a Francisco Lemos a cerrar su panadería en Almagro, Buenos Aires.
Es que en octubre de 1917 —mirá por dónde vino la mariposa— no se conseguía carbón en Argentina. Bueno, carbón entre otras muchas otras cosas faltaron.
Las importaciones cayeron de 6,7 millones de toneladas en 1913 a 2,16 en 1917.
El 15 de octubre de 1917 el panadero Francisco Lemos, inmigrante español con cuatro hijos, mandó una carta al correo de lectores de La Prensa: “Sin carbón no hay pan, y sin pan no hay vida para mí ni para los míos”.
Finalmente, tuvo que vender parte de sus hornos para pagar deudas y sobrevivir hasta que el suministro se estabilizó en 1918 cuando el comercio comenzó a recuperarse.
La mariposa se frotaba las patitas en China.
Ahora bien, imaginemos ahora si en vez de una mariposa con los ojos como guioncitos de diálogo quien bate las alas es el presidente de Estados Unidos.
¡La que se arma!
¡La que se está armando!
El aleteo que nos pegará —cuando digo “nos”, digo al mundo— será brutal.
La guerra de los aranceles pone al mundo patas para arriba y una simple mariposa hará caer miles de containers en los mares del mundo.
Igual, es simpático ver a los analistas intentar destripar si es una lógica calculadísima la de Trump y su equipo o están todos locos. Los mismos analistas dicen “hay un plan detrás, esto no es casual” y 10 minutos después aseguran “no le busquemos lógica, están todos locos”.
Lo único que hoy sabemos es que las mariposas chinas están relocas.
Lo único que sabemos es que en toda guerra hay algo que está claro: vos perdés.
(Revista SEÚL)
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