OPINIÓN
1883 es una miniserie de televisión dramática western estadounidense creada por Taylor Sheridan. Se sitúa cronológicamente como la primera de las varias precuelas realizadas de la serie Yellowstone

Por Carlos Mira
Elsa Dutton (Isabel May) fue la primera hija del primer Dutton, James (Tim Mc Graw), que inició la peregrinación desde Tennessee hacia el Oeste en 1883. James hizo el trayecto hasta Ft Worth, en Texas, solo, a caballo.
Allí, días más tarde se unió a su mujer, Margarett (Faith Hill), a John, su hijo más chico, a Elsa, su hija mayor, su hermana Claire (Dawn Olivieri) y a la hija de esta, que habían llegado en tren. Ni bien bajaron del convoy, Elsa dio señales de estar dispuesta a disfrutar de aquella aventura salvaje con toda la potencia de la explosión hormonal que seguramente estaba experimentando su cuerpo de 16 años.
Los Dutton se unieron, bajo ciertas condiciones, a un grupo de pioneros que habían llegado a EEUU desde Europa. La mayoría ni siquiera hablaba inglés. Todos pasaron por inspecciones físicas que probaran que no están contagiados de viruela. Algunos no pasaron aquellas pruebas y el único consejo que recibieron fue encontrar un lugar pacífico y alejado de todo donde pudieran morir en paz sin contagiar a nadie. No les quedaba más que una semana de vida, en el mejor de los casos.
La supervisión del grupo y quien iba a ser el guía de la trayectoria era un antiguo Capitán del ejército de la Unión, Shea Brennan (Sam Elliot), que algunos años antes había vencido al ejército confederado en el que había servido James Dutton, también con el grado de Capitán.
El lento andar del grupo comienza con más de una decena de carretas, varios caballos, algunos pertrechos y armas y un inmenso deseo de llegar a la tierra de sus sueños: a Oregon, territorio al que todos idealizaban en sus mentes como el lugar de ensueño en el que, por fin, podrían dar rienda suelta a sus deseos de ser libres y de progresar en la vida en base al trabajo duro, la fe en Dios y la certeza de estar protegidos por una ley pareja que, en gran medida, ellos mismos escribirían.
Pero las imágenes ideales que guardaban aquellos pliegues que el cerebro le reserva a las ilusiones, chocaban con los desafíos que les imponía un territorio indómito, plagado de amenazas, peligros e imponderables.
Cuando ese cruce cruel entre las ilusiones que los empujaban a seguir y los obstáculos que les imponía laNaturaleza y la maldad de otros seres que no estaban dispuestos a dejarlos incursionar en lo que consideraban suyo se hizo dramático y salvaje, Elsa entrega una reflexión que los argentinos deberíamos pensar muy bien en esta hora en donde también se cruzan las esperanzas de un futuro mejor con los obstáculos que se empeñan en atravesar los defensores del Antiguo Régimen.
Enfrentada con la dura realidad del primer drama personal que aquella aventura le plantea a su temprana edad, Elsa (que es la voz en off que relata las vicisitudes de la serie) dice que “ser libre es aceptar las consecuencias”.
No se me escapa que “1883” es una historia novelada de Paramount con todos los agregados que Hollywood puede entregar en estos casos.
Pero la base de ese relato existió de verdad. La llamada “Conquista del Oeste” fue una empresa humana, civil, sin dirección ni ayuda estatal y que se apoyó en la convicción superior de que la búsqueda de la felicidad individual es posible cuando su guía es la fe inquebrantable en que Dios ayuda a los que lo intentan todo.
¿Estamos preparados los argentinos para “aceptar las consecuencias”? Las consecuencias de nuestras decisiones, de nuestros actos, de nuestras preferencias. ¿Estamos preparados para ir a una concepción de vida que se base en ese principio de responsabilidad? ¿O creemos que por detrás nuestro debe haber un garante que nos ponga a salvo de nuestros errores y de nuestras fallas?
Los temblores que escuchamos todos los días no son otra cosa más que la consecuencia del choque de estas dos capas tectónicas que se enfrentan von fiereza. Un día pueden tomar la forma de guarangadas expresadas en X y otro en pequeñas sacudidas del tipo de cambio.
Pero todo eso, en realidad, no es más que el cotillón del fuerte choque cultural que estamos enfrentando: por un lado, un gobierno que -con sus más y sus menos- nos propone ir hacia un sistema que se base en “aceptar las consecuencias” de lo que nosotros mismos decidamos en un marco de libertad. Solo promete liberarnos de las cadenas regulatorias y corruptas que atan nuestros brazos, pero no se propone garantizarnos ningún resultado.
Y, por el otro, el repiqueteo incesante de la cantinela que pretende convencernos de que en la vida siempre la culpa la tiene otro, porque es malo, porque es injusto, porque es cipayo, porque es antiargentino, porque es racista… Siempre la culpa es del otro, nunca nuestra. Y además, sí claro: es perfectamente posible diseñar un sistema que entregue resultados garantizados.
“¿Aceptar las consecuencias? ¡Minga…! Yo no acepto ninguna consecuencia… Siempre mi desgracia será la contracara del éxito del otro… La “suma cero” es un cuento de los poderosos: aquí si alguien tiene algo es porque me lo sacó a mí, no porque mis decisiones me impidieron crearlo para mí y para mi familia”.
¿Cuántas Elsas Dutton hay en la Argentina? Ese reservorio de sana rebelión femenina, ¿donde está? ¿En las guarradas de las “pañuelos verdes”? ¿Cuántas madres les están diciendo a sus hijos hoy que la vida se trata de “aceptar las consecuencias”? ¿Cuántas los están formando en los valores que les den las fortalezas de espíritu que necesita la aventura de vivir? ¿Cuántas han dejado que ellas mismas (o un sistema que se vendió como protector de todo) hayan formado un tipo humano flojo para “aceptar las consecuencias” pero muy cócoro a la hora de reclamar lo que alguien les dijo que les pertenece? ¿Cuántos maestros están transmitiendo en las aulas la idea de qué acá nada le pertenece a nadie y que todos debemos tomar decisiones para progresar y “aceptar las consecuencias” que esas decisiones traigan aparejadas?
En el propósito de conquistar el Oeste se escondían amenazas que ninguna ilusión, por grande que fuese, podía ocultar. La decisión de seguir adelante de todos modos trajo, para algunos peregrinos, consecuencias dramáticas. Pero quien quiso ahorrarse el sufrimiento de pasar por aquellas amarguras nunca pudo conocer las mieles que la libertad les tenía preparadas.
“1883” es una ficción. Pero la historia que cuenta es verdadera.
(The Post)
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