HONREMOS A NARCISO LAPRIDA

OPINIÓN / HISTORIAS / CULTURA

Laprida no tiene una tumba donde sus descendientes puedan ir a honrarlo

Por Redacción La Gaceta Liberal

"Llueve cerrado sobre Mendoza. A pocas cuadras de mi despacho suenan las campanas que tocan a muerto: es una orden.

En esta víspera de mis horas finales, yo, José Félix Esquivel y Aldao, enfermo de cáncer y agonizante, monje de la sagrada orden de los dominicos, capellán del Ejercito de los Andes, héroe en los combates de Chacabuco, Maipú y Cancha Rayada, general del Ejército de Mendoza, gobernante de la provincia durante un lustro glorioso, y ejecutor de Francisco Narciso de Laprida, dispongo mis atavíos y los candelabros torneados en bronce para las velas finales".

Asi comienza la obra "Yo, Aldao", que Juan Basterra fue entregando por capítulos, y supimos publicar en la seccion Cultura.

José Félix Aldao se definía como el ejecutor de Francisco Narciso Laprida, al que el periodista Adrián Pignatelli, señala como el prócer de los bigotes llamativos y aspecto solemne en la sesión en la que se declaró la independencia en Tucumán.

Laprida no tiene una tumba donde sus descendientes puedan ir a honrarlo. Fue además tres veces diputado y en dos oportunidades gobernador interino, y sostenía que el funcionario debía responder por sus acciones con su propio patrimonio.

Francisco Narciso había nacido el 28 de octubre de 1786 y estudió en el Real Colegio de San Carlos, en Buenos Aires. Su papá era el comerciante asturiano José Ventura Laprida y su madre la sanjuanina María Ignacia Sánchez de Loria. Tendrían cinco hijos, dos varones y tres mujeres.

Su viuda vivía en la ciudad de Buenos Aires con Clarisa, su hija soltera, y en el primer censo de 1869 figuraba como planchadora. Fueron vanos sus pedidos para obtener una pensión y debió malvender los pocos bienes para sobrevivir luego de la trágica muerte de su esposo. "Nada ha quedado en casa que pueda sacrificar", escribió entonces.

Necesitó de una dispensa papal para casarse con Micaela Sánchez de Loria, ya que era su prima hermana. Tuvieron cuatro hijos: Clarisa del Carmen, Marisa Delfina, Amado y la última, Dalmira de Jesús que nació cuando su padre ya había sido asesinado.

En la prestigiosa Universidad de San Felipe, en Chile, donde se graduó en leyes y en derecho canónico, tuvo como compañeros a Tomás Godoy Cruz, Fray Justo Santa María de Oro y Felipe Arana, como otros de los movimientos independentistas chilenos.

Con los títulos bajo el brazo, volvió a San Juan a vivir de su profesión. No aceptó ser Procurador del cabildo. Porque dentro de sus atribuciones estaba la de cobrar los impuestos, y él sostenía que además de tener que ser una persona honrada, el funcionario debía responder con su patrimonio ante cualquier irregularidad y declinó el cargo.

"Que Laprida vaya a Tucumán", ordenó San Martín, y el 24 y el 25 de marzo de 1816 prestó juramento junto a los otros congresistas. Del 1 de julio al 1 de agosto ocupó la presidencia del cuerpo y fue clave para incluir en el orden del día del 9 la cuestión de la independencia, la elección de Juan Martín de Pueyrredón como Director Supremo y la aprobación de la bandera nacional. Honremos a Laprida.

Luego de su participación en el Congreso de Tucumán volvió a su provincia donde durante tres meses en 1818 se desempeñó como gobernador interino en la gestión de su amigo José Ignacio de la Roza. En esos noventa días hizo de todo: estableció reglamentos de policía, de instrucción pública, de moral, de agricultura y de comercio. Hasta fue el responsable de introducir el sauce llorón, gracias a los brotes que había traído de Chile. Sería nuevamente gobernador interino en 1821 cuando el titular enfermó.

Cuando su amigo de Roza en 1820 fue destituido y encarcelado, con una condena de fusilamiento a cumplirse en cualquier momento, Laprida iba a visitarlo. Una vez fue vestido de fraile y le ofreció el hábito a su amigo para que escapase, y él se ofreció a ocupar su lugar. De Roza se negó, aunque salvó la vida. Finalmente, fue desterrado. Laprida había dado una muestra de lo que era jugarse por un amigo.

Sería nuevamente diputado al congreso de 1824 y, embanderado en la causa unitaria, decidió mudarse con su familia a Mendoza por la presencia del caudillo federal Facundo Quiroga en su provincia.

En Mendoza se enroló como cabo en el Batallón de El Orden de la División de Cívicos. Le habían ofrecido el rango de oficial, pero se negó por no ser militar. En abril de 1829, el general José María Paz había derrotado a Quiroga en el combate de La Tablada y los unitarios, sintiéndose fuertes, derrocaron al gobierno federal local, y colocaron en la gobernación a Rudecindo Alvarado, un general héroe de las guerras de la independencia.

Iniciado en la Logia Lautaro de Mendoza y venerable maestro de la Logia San Juan de la Frontera, estuvo muy comprometido en la lucha política y en la defensa de los valores republicanos. Eso lo hizo ubicarse en la mira de muchos. Por eso sus amigos le insistieron en que debía huir a Chile, pero se mantuvo fiel a sus convicciones.

El federal José Félix Aldao, conocido popularmente como el fraile Aldao, un ex cura domínico que dejó los hábitos para tomar la carrera de las armas y la política, llegó a Mendoza a poner orden. Acompañado por su hermano Francisco, por el general Benito Villafañe y por el coronel Manuel Quiroga Carril, hizo sitiar la ciudad.

Ese 22 de septiembre de 1829, los ejércitos se encontraron en lo que hoy es el barrio Batalla del Pilar, en Godoy Cruz, que entonces se llamaba San Vicente. Aldao envió a su hermano a parlamentar con los unitarios. Aparentemente, las gestiones prosperaban hasta que ocurrió lo impensado.

Fue todo muy confuso. Aldao, borracho, habría disparar seis culebrinas sobre el grupo que parlamentaba, y mató a su propio hermano. O que sin esperar los resultados del parlamento, la avanzada federal se lanzó al ataque y el jefe unitario Juan Agustín Moyano lo mató de un pistoletazo en el rostro.

El combate se desató y en menos de una hora los federales se habían hecho dueños del terreno. Cuando Aldao vio a su hermano muerto, se descontroló y mandó perseguir a los derrotados. Ese día, Aldao, fusiló a más de un centenar de hombres.

En el medio del desbande, Laprida alcanzó a aconsejarle a un joven de 18 años, sanjuanino como él, llamado Domingo Faustino Sarmiento, que escapase, que era muy joven para morir. Sarmiento vio por última vez a Laprida cuando escapaba junto al capitán Barrera.

En el campo de batalla quedaron 400 cadáveres. Laprida, como tantos, se dirigió hacia el este. El sanjuanino fue acorralado por una partida enemiga en un callejón en San Francisco del Monte, donde fue ultimado. Le faltaba un mes para cumplir 43 años.

Unos dicen que recibió un lanzazo y que luego fue degollado; otros le adjudicaron una muerte aún más horrenda. Que fue enterrado vivo en el medio de la calle, y que dejaron libre solo su cabeza, y que las patas de los caballos hicieron el resto.

Sí se supo la identidad del asesino: Ventura Quiroga del Carril. Los rumores decían que le había dado muerte porque siempre había querido a su esposa. Lo cierto fue que tres días después Quiroga del Carril fue fusilado por haberlo asesinado fuera del campo de batalla.

Habrían identificado el cuerpo del infeliz Laprida por el monograma “N.L” bordado en su camisa. Se sostuvo que su cuerpo fue llevado al Cabildo de Mendoza donde Gregorio Ortiz, juez del crimen, lo reconoció y que luego sus restos terminaron en una fosa común.

Jorge Luis Borges, descendiente de Laprida por vía materna, escribió en 1943 el Poema Conjetural, dedicado a su ilustre antepasado. Esa brillante pieza literaria finaliza asi:

Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.

La tumba de Laprida, se perdió para siempre en los tiempos.

Lo honremos.



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