EDITORIAL
Yo la espiaba en la oscuridad del cerco bajo la parra, con la gomera en las manos y un montón de bulucas en los bolsillos de mi pantalón corto
La tía Corina se puso de novia, bah, no se bien, pero chapaba de lo lindo con un fulano que la iba a visitar por las tardes-noches a la casa de mis abuelos, no entraban, se quedaban apoyados en el portoncito de caño y alambres. Yo los espiaba en la oscuridad del cerco bajo la parra, con la gomera en las manos y un montón de bulucas en los bolsillos de mi pantalón corto. A eso me mandaba mi abuelo. Con el paso del tiempo me doy cuenta que siempre hubo botonazos dispuestos a mandar al frente a otros que merodeaban la escasa felicidad que otorgan unos besos entre la penumbra y los ligustros.
Para mi abuelo yo era el mejor detractor de los pretendientes de mis tías. Para mi tía Corina, era un ser despreciable. Un monstruo abominable al que había que declarar persona no grata en Dean Funes y alrededores, por las atrocidades que elucubraba al oído de mi abuelo.
Mis tías tenían en claro que el execrable sobrino que sabía dividir las aguas entre verdades y mentiras en cada relato al abuelo, era este humilde servidor que les escribe. Sus peleas internas, como envidias o el uso reiterado de algunas prendas prestadas para ir a los bailes, quedaron en un segundo plano. Una noche lograron identificar al verdadero opositor de sus minutos de placer. Había que negociar con este rufián que sabía demasiado.
Aquellas acciones mías de comienzo de los años sesenta, ahora me recuerdan a otro rufián, pero más inservible que yo. Un tipo repugnante de verdad, un insaciable absorvedor del jugo de las medias del presidente que, desde un palco del Congreso, buscó protagonismo todo el tiempo en que Javier Milei abría el período de sesiones. Tan inservible, que por sus acciones, la prensa y la oposición hablan de sus desmanes y modales verborrágicos y lamentables, que de los puntos enumerados en el discurso del presidente. Y van...
En un cónclave con sus hijas, mi abuelo les recordaba de su amor por abuela, viejita hermosa que apoyaba sus manos en los pliegues de su falda. Del producto de aquel amor que consistía en una docena de hijos, les decía; ustedes vienen de dos personas que llevan cuarenta años juntos. "Que no sea una calentura pasajera". Y las invitó a contarles sus cosas a mi abuela.
Milei hizo lo mismo; abrió una agenda de debates. Que se debata en el Congreso, en las Legislaturas y en los Concejos Deliberantes. Y aquí aparece el más inservible que yo. Tipo torpe por excelencia, un nefando soberbio que se quiere llevar al mundo por delante, cirquero infumable que puso en riesgo todo lo logrado por el presidente, primero con la licitación de la Hidrovía, luego el caso "Libragate", luego desnudando entrevista, y ahora mascando chicle con la boca abierta y confrontándose, ante la vista de todo el mundo, repito: de todo el mundo, con el radical Facundo Manes. Otra vez, empañando lo bueno de la centralidad de un discurso elogiable, pareciéndose a las torpezas de los barras bravas de La Cámpora, lugar desde donde parece venir.
Milei debe repensar esto de tener alguien así a su lado. Ya lo escribí antes, ya lo anticipé, lo fundamenté cuatro o cinco veces. El presidente, creo, y desde mi humilde opinión, debe salir del encierro, de las penumbras que le propone esta guarrada de asesor. No nos hace bien, no es transparente, algo hecho en la oscuridad, en susurros.
Mi abuelo, una noche me mandó al portoncito de caño y alambre que protegía aquel floreado jardín de mi abuela. En lugar de mi gomera, llevaba un vaso con aperitivo, bien fresco. Hablé con el fulano en los siguientes términos; —Dice el abuelo que pase. que lo quiere conocer. Su relato, bajo la luz de la potente lámpara de la galería, comenzó así; "Mocito, quiero que sepa...". Les cuento que ninguna de mis tías se separó o divorció una vez casadas.
Solo basta con romper esos malditos círculos rojos, mesas chicas y triángulos de hierro que guardan secretos que no nos hacen bien. ¡Ah!, y si se quieren reunir lejos de nosotros para que no escuchemos nada, usen portoncitos de caño y alambre, que no disimulan los movimientos de las manos bajo las faldas. Digo, porque yo los conozco a ustedes.
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