OPINIÓN
Luego de la asunción de Donald Trump en los EEUU, el gobierno del presidente Milei parece entusiasmado en abrazar gran parte de la agenda del nuevo inquilino del Salón Oval y hacer suyos varios proyectos que Trump lanzó en Washington ni bien asumió
Por Carlos Mira
Hay dos o tres órdenes de ideas en ese sentido. Por empezar hay claramente una agenda que tiene que ver con las políticas de género que el presidente quiere abordar. Por otro lado están las cuestiones relativas a la seguridad interior que están íntimamente emparentadas con el tema migratorio y por último un costado internacional que tiene que ver con el posicionamiento que va a tomar la Argentina.
Hay un denominador común para las tres áreas: las posturas del presidente son diametralmente opuestas a los que la Argentina conoció fundamentalmente en los últimos 20 años de hegemonía kirchnerista.
En este punto -y viendo justamente el hartazgo social que produjo la locura woke de llevar algunas de esas posturas a extremos infumables- el presidente y el gobierno (si es que quieren producir un cambio profundo y duradero en el mainstream social, para llevarlo de regreso a posturas, digamos así, más “tradicionales”) deberían saber que los extremos generan rechazo, que un cambio que pretende imponerse por la fuerza probablemente fracase en el mediano plazo y que ciertas naturalezas se cambian por transformaciones chicas pero posibles antes que con tarascones para los cuales la mandíbula social no está preparada.
Ocurre con los regímenes para perder peso: todo debe ser manejado con equilibrio porque un programa drástico que ataque el problema sin atender las costumbres que se tenían hasta allí puede provocar una reacción natural que se vuelva contraproducente al objetivo de bajar de peso y genere el abandono del programa.
No hay dudas que los extremismos de la agenda woke deben ser desterrados. La pregunta es cuál es la mejor estrategia para que la agenda que venga a sustituirla dure en el tiempo y no genere un regreso recargado de aquella anomalía de aquí a unos años. Esa es toda la gracia de un triunfo verdadero.
Puestas las cosas así, todo debería empezar por un ataque a dos puntas que, por un lado (que llamaremos extremo “A”) vaya terminado de hecho con algunas prácticas que ese progresismo de cartón logró imponer y, por el otro (que llamaremos extremo “B”), lleve nuevamente a la enseñanza escolar los valores perdurables del sentido común, las verdades biológicas y las conductas y acciones compatibles con la libertad y los derechos civiles. Obviamente, es lo que se haga en este terreno educativo lo que determinará la perdurabilidad en el tiempo de la “nueva cultura”.
El ataque por el extremo “A” debe darse en la superficie: el ataque por el extremo “B” debe darse en la profundidad. El extremo “B” es la estrategia, el extremo “A” es la táctica. Es el timing de la táctica lo que determinará la suerte de la estrategia.
En ese sentido, el presidente deberá tener en cuenta que las realidades de los EEUU y de la Argentina difieren y que lo que es tácticamente aconsejable en un país puede no serlo en el otro y viceversa. Por ejemplo, EEUU (más allá de las quejas de Trump sobre la inflación de Biden) es un país que no tiene los desbarajustes económicos que tiene la Argentina, entonces puede darse algunos “lujos” que la Argentina no puede darse (como por ejemplo sería perder base de sustentación en fuerzas afines o, incluso en la población, que hagan que reformas imprescindibles en materia económica se demoren o entren en duda).
Entonces, aquí hay que ser vivo e inteligente (tan vivo e inteligente como fueron los gramscianos que lograron imponer un sentido común nuevo, distinto de lo que dicta el orden corriente y natural de las cosas) para que, justamente, el sentido común de “toda la vida” vuelva a reinstalarse y ya no se pierda.
Ese es un detalle importante: el presidente no debería perder de vista que él cuenta a su favor con la fuerza del sentido común de la naturaleza. Entonces no “empachemos” a la gente y vayamos con tranquilidad.
Ir con tranquilidad no significa no ir con firmeza y convicción: significa no pretender que el obeso esté a dieta de pollo hervido y sopa 7×24 porque esa táctica va a fallar.
En cada una de las áreas que mencionamos, (agenda de género, cuestiones de seguridad y migratorias y temas de relaciones internacionales) el presidente y su equipo deberían detectar qué es lo importante y qué es lo urgente y diseñar un programa de metas “chicas” pero alcanzables más rápido y fácilmente para, recién luego de cumplido ese segmento de cambios, avanzar hacia otros. O sea, habría que “desarmar” el objetivo grande de hacer que la Argentina haga prácticamente todo lo contrario de lo que vino haciendo hasta ahora, en pequeños objetivos más chicos que vayan quedando cumplidos y, por así decirlo, atornillados en los cimientos de la sociedad. Creo que querer hacer todo de golpe puede poner en peligro el gran objetivo del cambio para siempre.
Por ejemplo, en materia de género lo que el gobierno debería dejar en claro es que la única igualdad en la democracia es frente a la ley y que las personas siempre serán diferentes. Por lo tanto el goce de esas diferencias no está en juego. Lo que sí debe terminar es el financiamiento público de los goces sectoriales: “tenés todo el derecho de autopercibirte “Batman”, pero la capa comprátela vos, la sociedad no te la va a pagar. Tampoco podrás IMPONERLE a los demás la obligación de llamarte “Batman”. Esa es una cuestión tuya. Tenes derecho a ser lo que quieras, pero no con el dinero público ni forzando a que el poder coactivo del Estado sea usado para que vos te sientas ‘realizado'”.
En cuestiones de seguridad y migratorias, es urgente detener el financiamiento de la obra social latinoamericana en que la Argentina se ha convertido: no tenemos plata para eso. Punto. Es así de sencillo. Tampoco tenemos espacio para recibir delincuentes. Con los locales nos sobra. Todo extranjero que cometa un delito debe ser deportado inmediatamente: tampoco tenemos dinero para sostener presos extranjeros. La caridad bien entendida empieza por casa.
Pero el país debe seguir recibiendo gente con ganas de trabajar y con deseos de respetar el orden jurídico argentino. Nadie debe ser rechazado por su condición de extranjero porque el país debe honrar su tradición de que ha sido hecho por “extranjeros”. Pero quien viole las leyes no puede estar aquí porque no tenemos dinero para, encima, financiar los gastos del juicio que merece.
En materia internacional, el país tiene todo el derecho de buscar las alianzas que crea contribuyen más a su desarrollo. Y en materia de presencia en organismos internacionales, la Argentina no debería utilizar -en principio- dinero de los contribuyentes para fondear organismos que no le sirven (y menos aún que directamente no sirven y punto) pero esos son procesos más largos cuyo tiempo debería aprovecharse para dejar en claro (al votar las resoluciones) lo que el país apoya y lo que rechaza.
Entonces, si logramos evitar la tentación del “tarascón angurriento” solo porque vemos que otros se pueden dar el lujo de probarlo, es probable que la suerte del cambio permanente, duradero y sin vuelta atrás tenga una posibilidad importante en la Argentina. Si, al contrario, porque vimos que UN gordo tuvo éxito en bajar de peso a fuerza de matarse de hambre, lo queremos imitar bajo la idea de que TODOS los gordos podrían hacerlo, tal vez cometamos un error histórico que las cansadas frustraciones argentinas no nos van a perdonar.
(The Post)
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