OPINIÓN
Jorge Lanata quería tener un diario
Venia de hacer radio y de manejar la redacción de El Porteño bajo una cooperativa que armó para hacerse cargo de la revista que había creado Gabriel Levinas antes de irse a criar yacarés a Formosa. Periodismo -también- es un poco eso: una mezcla de cooperativas y caimanes. Los que lo conocieron en esa época cuentan que Lanata ya no paraba de moverse. Le hizo a Julio Cortázar el único reportaje que ofreció en la Argentina, después de décadas de exilio, por ejemplo. Fue en diciembre de 1983, cuando volvió por unos días para verse con el presidente Raul Alfonsin en un encuentro que no se pudo concretar. Pero Jorge quería mas, nada le alcanzaba. Quería todo.
Como mínimo, un diario donde desplegar su visión del periodismo, pocas notas, diseño disruptivo, emoción y algo que no está suficientemente destacado por estos días: la ruptura del clásico modelo de “pirámide invertida” para dar lugar a un nuevo estilo de relato, lo que después en las academias de periodismo llamarían “la pirámide trunca”.
La primera decía lo importante al comienzo y lo menos importante al final. La segunda arrancaba con un dialogo, un dato de color, una información relevante en un vago estilo literario, para desarrollar la información a lo largo de la nota y llegar al último párrafo con toda la potencia de la historia, lo que hacía que el lector se mantuviera atento hasta el final. No le alcanzaba un diario como todos los diarios. Quería un nuevo dispositivo para dar la información, uno que se distinguiera de los demás. Y, claro, tuvo su diario con el único que se animó. Era 1987 y tenía 26 años. Lo llamó Pagina/12 porque iban a ser 12 páginas y le dió flaca ir cambiándole el nombre a medida que agregaba páginas. Quería pocas noticias y originales.
No le importaba de donde venia la plata.
Se encontró con Fernando Sokolowicz, un productor de cine con un hermano detenido-desaparecido al que le ofreció el proyecto y consiguió al financista, los amigos en Argentina que representaban a Enrique Gorriarán Merlo, otro exiliado. Argentina también es un poco esto. Uno de los mejores escritores de habla hispana exiliado. Y uno de los combatientes mas habilidoso para los negocios, también. Sokolowicz representaba los intereses del ex guerrillero del ERP como presidente de la empresa, pero también, sobre todo, el doctor Prim, de bajísimo perfil, aunque iba todos los días al diario y controlaba cada movimiento. No se si alguien sabe cuánto creyó Gorriarán en el proyecto. Puedo dar fe, en cambio, que Jorge pidió libertad absoluta para hacer y escribir lo que quería. Hoy diríamos “los contenidos”.
No recuerdo nada que haya dejado de publicarse por indicación de esos inversores. Solo habían pedido lugar para un columnista, Jorge Baños, que después murió en el ataque a La Tablada. Yo había ingresado al diario cuando la redacción estaba en un estudio de abogados, creo que en la calle Rodríguez Peña.
Entré después de una entrevista que tuve con Alberto DeArriba, a cargo de la redacción, y ahí me lancé, feliz de la vida cuando a los pocos días nos mudamos a la calle Perú, un piso con una habitación donde estaba el director, Jorge Lanata, algún cuarto más, y una redacción dividida en dos: un fondo donde estaban los jefes, y la pequeña “cuadra” donde estábamos nosotros, la tropa, peleándonos por las máquinas de escribir, instalados sobre unas grandes mesas de distintos colores, como si fuera un jardín de infantes. Quizás, pienso ahora, venían de alguna donación.
A Jorge lo conocí yendo al baño. Es que en su oficina estaba el baño de mujeres. El de hombres estaba en el estudio de fotografía. Contratábamos la agencia internacional más barata, Deustche Press, la agencia nacional mas barata, Noticias Argentinas, no había presupuesto ni para taxi. Pero no escuché a nadie quejarse. Página era una épica curiosa.
Los periodistas solemos quejarnos por todo, pero por algún designio casi no escuché hacerlo en ese diario. Hoy son pocos los que leen. Las redes se llevan mucho del tiempo que las personas le dedican a las noticias, que siguen interesando como siempre, ahora bajo nuevos formatos. Pero los pocos editores de verdad que existen pueden descubrir fácilmente que los que pasamos por Página escribimos todos más o menos igual. Mejor que otros colegas, a mi juicio. Pero igual. Claro que hay excepciones. Hay algunos que siguen escribiendo con los codos, según decía Jorge.
En Página, yo seguía peronismo. Y competía con Antonio Cesar Morere (Clarín), un colega bastante oscuro, Cesar Ivancovich (La Nación), transparente y virtuoso, Mario Moldován en la agencia de noticias DYN. En la redacción, mi competencia era con Adrian Kochen, que seguía radicalismo. Todo lo que sucedía en ese tiempo, con Alfonsín en el poder, era siempre mas importante y tenia mas despliegue. Yo seguía a la renovación peronista, que competía en la provincia de Buenos Aires con Antonio Cafiero.
El peronismo ganó la elección y mis acciones se elevaron en el diario, hasta que ganó Carlos Menem. Kochen dejó el periodismo y se dedicó a hacer negocios. Gabriela Cerruti empezó a seguir a Menem y a mi me dieron UCeDe, la derecha, donde conocí a mi amigo Fabian Doman, que estaba en Ámbito Financiero, y me acerqué a una agenda nueva, distinta a la del mundo que había conocido.
Pero después Menem dictó el indulto y todos mis colegas del diario se expresaron en contra. Yo estaba a favor. ¿Como estar en contra de una política de reconciliación en democracia? Y Jorge se elevó hasta la cumbre. Fue un gran momento de Página. El diario se vendía más y más gracias a la furiosa oposición a los valores menemistas en todos los sentidos, desde la Ferrari roja hasta Yuyito Gonzalez, pasando por los vínculos con Gaith Pharaon y el episodio de las valijas de Amira Yoma.
Eran infinitas las coberturas que empezaban a dominar la discusión, aunque como los grandes diarios no escribían sobre ellas lo único que se debatía en las radios era lo publicado por Pagina/12. Era la gente que lo acompañaba a Jorge y construía una opinión pública que era como él: gorila, rebelde, furiosa contra el modelo Menem, aunque pudiera disfrutar del “uno a uno” de la convertibilidad. Pero Jorge era un gorila particular. Quería que los que están mas abajo lleguen mas arriba, como esperaba de sí mismo. Podría decirse “progresista”, pero en realidad también estaba a favor del capitalismo, en contra de la dictadura cubana y a favor de los liberales norteamericanos.
Indomesticado, lo que no quería es que le dijeran qué pensar y cómo vivir. Un plebeyo creativo y peleador, un típico argentino desafiante que luchó siempre para tocar el cielo con sus manos autodidactas, sin perder la humildad. Lo suyo era seguir adelante, bajo cualquier condición. Tanto, que siguió como si nada después de enfrentarse a los milicos después del ataque al regimiento de La Tablada, pergeñado por Gorriarán Merlo en enero de 1989, cuando todavía gobernaba Alfonsín. Allí murieron 32 militantes del Movimiento Todos por la Patria, y estaban involucrados personas de la redacción del diario, incluso de la más estrecha confianza de Jorge. Lanata después fue Lanata, un tipo valiente y refugiado en su alto respaldo popular.
Pero entonces no lo era tanto, y cuando tuvo que presentarse junto a Prim para dar explicaciones en un cuartel militar que no recuerdo parece que estaba todo cagado, claro que no literalmente. Rogaba por su vida y la de su familia. Y aseguraba (no hay por qué no creerle) que no estaba al tanto de la frustrada operación guerrillera. Él volvió enseguida a la redacción, como hizo cada vez que se tuteaba con la muerte. Y yo me quedé donde estaba, de vacaciones en la costa. Era lo que me habían recomendado en el gobierno.
Poco se podía hablar por esos días. Los milicos tenían mucho poder. No había celular y los pocos teléfonos se usaban para trabajar duro y parejo. Cada uno volvió a lo suyo, pero muchos colegas me alertaron de que se estaban viviendo días de incertidumbre. No se sabía si el diario seguiría adelante o no. Si habría más presos. Si la situación legal de Lanata y Prim cambiaría.
Al poco tiempo, las cosas se distendieron. Como si alguien se hubiera hecho cargo de la situación económica del diario y de darle seguridad personal al dueño. Se comentó que Alberto Kohan, quien luego fue elegido por Menem como Secretario General de la Presidencia, había comprado la mitad de las acciones. Le pregunté ayer a Kohan y me dijo que “no fue verdad” que haya comprado parte del diario. “Escuché decir eso pero nadie me lo preguntó directamente. También puedo decir que Jorge tenía calidad personal y códigos, siempre nos respetamos mutuamente”, me agregó. Página/12 quedó debilitado por siempre hasta que lo compro Héctor Magnetto, a título personal, según contó el mismo Lanata, que finalmente renuncio al diario.
En su apogeo, Lanata se hizo amigo de Fito Páez y vacacionaba en las playas más cool de Uruguay, cerca de Punta del Este. A un colega que se lo encontró en una calle de Buenos Aires por esa época, le aseguró que “no me interesa la política, estoy harto de la política”. El periodista notó que estaba brillante, como siempre, pero acelerado, pasado de “merca”. Había publicado una novela, “Historia de Teller”.
Después lo llamaron de la tele. Iba a alejarse de la política, pero ya no pudo. La tentación pudo más. Inició el contaminado camino de la fama, esa droga para la cual no hay clínica posible. Cuando llegó el kirchnerismo apostó por un nuevo diario, “Critica de la Argentina”. Hay varios que cuentan que Néstor Kirchner esperaba que jugara para el gobierno y que, como no lo hizo, lo mandó a apretar vía anunciantes privados (que le tuvieron que levantar la publicidad) y Alberto Fernández, que era el Jefe de Gabinete. Lanata no comía vidrio, pero no entró en el juego. Kirchnerista no iba a ser. Y cuando se le cerraron todas las puertas hizo su programa en Canal 26, una señal pequeña, adonde el público lo siguió.
El kirchnerismo en tiempos de Cristina Kirchner, que se enfrentó al Grupo Clarín, esperaba que él también los apoyara, pero los defraudó. El macrismo pretendía no ser criticado en los medios, pero Lanata los defraudó. También defraudó a Alberto Fernández, como antes a Menem, a quien esperaba seducir, sin lograrlo. Quizás Javier Milei esperaba un trato distinto de Lanata.
El Presidente, como Jorge, son outsiders (o eran) que llegaron a la cúspide peleándola desde muy abajo. Expresiones diversas de la Argentina plebeya. Pero Jorge siempre fue un periodista. Un irredento inyectado con lo que nadie espera ni se puede exhibir sin molestar a los que pretenden seguir con su vida sin preocuparse, el que siempre va a poner el foco en lo que no se ve, a veces sin público, cuando ese público ni quiere enterarse, el que te va a ahogar con verdades que no encajan en relatos tranquilizadores. Jorge lo hizo. Como nadie.
Que haya kirchneristas y mileistas que hoy se unan para festejar su muerte no me llama la atención. Me llamaría la atención si Jorge se hubiera callado. Pero no lo hizo, porque aprendió a ser valiente aún en su dolor. Periodismo también es coraje. Y Jorge no le tenía miedo ni a la propia derrota, sentía que siempre podía volver a empezar. Hasta el 30 de diciembre, donde el loco, el genio, el vanguardista, en fin, el corajudo, el maestro, el desbocado, el liberal, decidió irse a descansar un poco.
Porque no me cabe duda: lo veremos volver.
(panamarevista.com)
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