DOS PREGUNTAS, NADA MÁS

EDITORIAL

¿Alguien que sepa hacer dos preguntas por acá?

Por Walter R. Quinteros

Una vez, allá lejos y hace tiempo, jugaban por la Liga Cordobesa de Fútbol, Belgrano y Talleres, dos cosas podían pasar, primero que los corazones de los hinchas palpiten como frenéticos tambores de guerra, o que se paralicen y nadie pueda oír su palpitar. Se había declarado la guerra de hinchadas, cuál de las dos tenía más aire en los pulmones, quién sacudía mejor los bombos. Quién llevaba los mejores trapos. El problema que teníamos los sufridos vecinos, es que estábamos a punto de ser testigos que se declare la III Guerra Mundial en el barrio de Alberdi. Como siempre, la prensa era la culpable, era el mensajero al que había que matar. El presidente de la Liga no quería dar notas, el presidente de Belgrano se limitaba a decir que confiaba en sus jugadores y que su equipo ganaría el clásico, el presidente de Talleres decía las mismas palabras. Todo sonaba igual. 

El periodismo deportivo buscaba con sus preguntas avanzar hasta raspar las ollas, les contaba las costillas, con escarbadientes les sacaban la tierrita de las uñas, y hasta les contaban las veces que pestañeaban los entrevistados y, por esa razón, informaban a la gente lo que ocurría en cada entrenamiento previo. 

Lo que pasa, queridos lectores, es que el pueblo futbolero quería saber, y con eso no se jode.

El jueves anterior al clásico, cerraron las puertas en cada club, nadie sabía nada. Ahí empezaron con especulaciones, imaginaban como era el cuco que dormía bajo sus camas como imaginaban las probables formaciones, especulaban con lesiones, con cambios de último momento. Todo era mentira, todo era distracción. Como consecuencia de ese portazo al periodismo, salieron a buscar la palabra de hinchas y referentes, de socios, o de cualquiera que quisiera agregar dramatismo para ver quién se quedaba con la mejor nota. Lo que se buscaba era meter el dedo en la llaga para ver quién de las dos hinchadas arrojaría la primera piedra. 

Es divino este mundo donde se respira el hedor de la suspicacia.

Había cierta sensatez en algunas expresiones, como por ejemplo, "espero que sea una fiesta y no haya nada malo que lamentar", y otras sonaban parecidas a las falsas promesas de nuestro intendente, como las mentiras parecidas a "todo va a ser ordenado y transparente, viviremos en una ciudad distinta". Lo mejor hubiese sido sincerarse y decir, "por favor votame, haceme la gauchada", y listo.

La seguridad a cargo de mantener el orden del espectáculo dependía de un comisario. Los comisarios que ponen en esos cargos se destacan por tener ideas brillantes. Una fila para sacar entradas por acá, luego vienen con la entrada en la mano y hacen fila por aquí. Ahora el palpado a cada persona, buscando un arma de fuego o un arma blanca en los sobacos. 

El palpado consistía en levantar las manos como si uno estuviese ante un ente recaudador de los gobiernos, donde manos uniformadas despojaban a los sufridos hinchas de llaveros, cintos, encendedores y la vieja y querida radio Spica o similar, que servía para que nos digan los relatores y comentaristas lo que estábamos viendo en la cancha o lo que llegaba a los hogares futboleros, guardias, turnos, autos, taxis, bares y colectivos en servicio, y no, para abrirle la cabeza a los rufianes del árbitro o jueces de línea. 

Las banderas sin palos, los pantalones sin cintos. Lo que uno veía es lo que sucedía. Nadie lo confirmaba ni desmentía. El 16 entra por el 9. Sale el 8 entra el 14.

Los supuestos asesinos a sueldo y francotiradores disfrazados de hincha empezaron a volverse locos. ¿A quién le sacaron amarilla? ¿Quién está caído por allá? ¿Quién patea el córner? 

La brillante idea del comisario a cargo de la seguridad del espectáculo entró en terapia intensiva cuando las dos hinchadas juntas, comenzaron a elevar al cielo cánticos deshonestos contra la policía que se escuchaban hasta en la esquina de Santa Fe y Colón como una lejana canción de cuna. Todos parecían conocer a madre y hermanas de los uniformados, que los privaban de escuchar a los comentaristas, Rubén Torri y Víctor Brizuela, entre otros.

Un gol cambió los ánimos para un equipo, el empate trajo paz y de nuevo el coro celestial que ocupaba las gradas del estadio más los que se apretaban contra el alambrado, entonaban graciosas canciones de amor a las partes íntimas de las queridas de los policías. El encuentro terminó empatado pero ocurrieron algunas corridas entre barras bravas, dijeron algunos. Otros decían que era entre los barras bravas de ambas hinchadas contra la policía porque faltaban radios, cintos, encendedores y llaveros. Eso ocurrió en la primavera de la democracia.

El fallecido y admirado por todos, el gran maestro periodista llamado Víctor Brizuela, le pide al reportero apostado en el campo de juego, que ubique al comisario responsable para hacerle dos preguntas. Nada más que dos preguntas. 

Aparece el comisario y dice: "Buenas tardes Brizuela, cómo le va".

El maestro Brizuela le dice al comisario que solo le va a hacer dos preguntas: 

La primera pregunta, ¿qué le diría a la gente que se retira de la cancha?

—Le diría que se retire en calma, en orden, que evite encontronazos con los rivales, que piense en la familia que lo espera en la casa.

La segunda pregunta, ¿y cómo cree usted que la gente lo va a escuchar si les acaba de robar las radios?

—Eeeeeeeehhhh. 

Allí, en ése sencillo acto, el comisario se dió cuenta que el maestro periodista le había arrancado el aparato respirador artificial de la terapia intensiva y lo mandaba sin escalas al infierno. 

Un ciego buscando un gato negro en la oscuridad, quizás hubiese justificado la importancia del gato negro en su vida y la urgencia de encontrarlo sin ayuda de nadie.

Los políticos mentirosos que hoy gobiernan Cruz del Eje son así de brillantes, como lo era este comisario. Son lo mismo, sin gimnasia para contestar dos preguntas. Prometieron una cosa y nada, la ciudadanía sigue sin saber de qué se trata. Nadie sabe ni cuántos jugadores tenemos.

Y los "periodistas" que acuden a las citas con el objetivo de comunicar, sólo sacan fotos y selfies para el álbum de sus egos infinitos. Nada más. Es decir que creo también, que hay mensajeros a los que se debiera eutanasiar, estoy convencido de eso. Ni dos preguntas saben hacer. Ni dos. Imaginate, si les pedís una crónica de lo acontecido esta semana en la municipalidad.

¿Cómo se va a enterar el pueblo de lo que pasa sin periodistas que sepan hacer 2 preguntas?

Pobre Cruz del Eje...





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