DEPENDE DE CÓMO LO VEAS

OPINIÓN

Nuestro cerebro descarta los recuerdos que considera innecesarios y guarda lo mejor que puede aquellos que nos marcan la vida

Por Nicolás Lucca

Para continuar con las microclases de neurociencias aplicadas al derecho que iniciamos en este sitio hace un mes, hoy veremos, nuevamente, cómo la percepción de la realidad que nos rodea y de la que opinamos es tan maleable que, hasta podría decir, nos puteamos al pedo

En aquel entonces, relaté un hecho verídico que justificaba en una pregunta: cómo era posible que tres personas más dieran tantos datos tan diferentes si todos eran testigos. Y desde allí fuimos hacia cómo cada uno recuerda lo que puede o lo que tiene ganas, y cómo eso moldea nuestra percepción de hechos históricos que usamos para justificar nuestras acciones presentes. Mirá todo lo que había escondido en un relato.

Decía que cada uno recuerda lo que el cerebro pudo procesar de lo que vivió. Y cuantas más veces lo cuenta, más se desvirtúa. Pero lo que ocurre con el pasado lejano, también ocurre con los recuerdos recientes. Incluso los de esta mañanita para cuando se haga de noche. Si yo les pregunto dónde estaban en la mañana del 11 de mayo de 2019, seguramente no puedan responderme ni aunque me lea Funes, el Memorioso. Ahora, ¿qué pasa si les pregunto dónde estaban en la mañana del 11 de septiembre de 2001?

Nuestro cerebro descarta los recuerdos que considera innecesarios y guarda lo mejor que puede aquellos que nos marcan la vida. Al menos lo hace el mío. Luego, con los años, y de tanto rememorar algo en grupo, esos recuerdos comienzan a mezclarse con los de otros hasta que se conforma un recuerdo general que puede no ser ni el mío ni el suyo.

Cuando hablo de recuerdos recientes, me refiero a lo cotidiano, a lo que hicieron ayer, a lo que sintieron esta semana, a cómo perciben el inexistente presente, que no es otra cosa que una sensación ficticia de que hay algún punto entre el futuro que se acerca hasta que se convierte en el pasado.

Charlo con argentinos en el exterior. Algunos están exultantes con el presente argentino. Otros están angustiados y están los que agradecen haberse marchado a tiempo. Lo único en común de los tres casos, es que ninguno tiene planes de volver a la Argentina más que para saludar alguna vez.

Si cada uno de ellos se enterara de lo que ocurre en el país solo por las noticias, podría suponer que los diferentes criterios están atados a qué los motivó a irse del país. El que se fue harto del kirchnerismo está contento de que éste ya no exista más, el que solo pensó en lo económico nos mira con ternura y compasión, y así. Pero esta percepción se agudiza con la interacción con los argentinos que quedaron de este lado del muro. Lo que perciba cada uno de nosotros se verá reflejado en lo que contemos.

Y conocer no es lo mismo que percibir, del mismo modo que todo aquello que hacemos con la información es subjetivo a cada uno de nosotros. Si hablo con una persona que vive en Berlín, Alemania ha caído en un califato y la prueba está en una manifestación de musulmanes. Si hablo con otro, considera que es una manifestación de 1.500 personas en un contexto en el que se evalúa expulsar a los refugiados sirios. ¿Qué debería pensar yo?

Antes de viajar a Taiwán, creí que sabía todo sobre ellos. Desde que Aymeric Picaud metió una guía de viajes en el Códice Calixtino en el año 1160, se puede saber sobre lugares donde nunca hemos estado. En tiempos de Internet, no conoce el que no quiere o no le interesa. Estar allí, en cambio, me abrió la cabeza a un montón de cosas que jamás habría imaginado. ¿Cómo es vivir en una isla en la que un par de ojivas nucleares apuntan a tu cabeza las 24 horas y en la que dos veces por día suenan las alarmas antiaéreas? Puedo suponer que es un infierno. Los que viven allí, llevan su vida como si nada pasara.

Es tanto lo que descarta nuestra memoria para poder vivir que muchas veces nos sorprendemos con cuestiones muy sutiles. ¿Nunca les pasó de olvidarse que tenían un suéter hermoso hasta que se lo cruzaron de milagro al reordenar un ropero? No lo recordaban, no lo tenían en mente: había sido descartado para liberar espacio para recuerdos inmediatos necesarios. Pedir un presupuesto para un protector de balcones, una fiesta de cumpleaños a la que fuimos invitados y no queremos olvidar, qué nos falta comprar en el súper, cualquier cosa cotidiana actual ocupará el espacio de la cotidianeidad antigua. Chau suéter. No te necesito. Es como si hubiera recuerdos de verano y de invierno.

La percepción hace estragos en tiempos de crisis. Por eso siempre me intrigaron esas encuestas en las que se nos pregunta si nos sentimos mejor o peor que hace un año o que hace unos meses. Es un método imbatible para medir el termómetro social, porque contra la percepción no hay nada que pueda funcionar. Si yo hago un listado de los números económicos de la Argentina del año 2001, no hay forma de que se pueda entender cómo es que tantos estuvieron satisfechos cuando cayó De La Rúa.

El “dato mata relato” es una expresión de deseo. El relato siempre se impone, porque una buena historia no necesita de veracidad. ¿Cómo se modifica? Con el paso del tiempo y de los recuerdos compartidos. Hasta que alguien se pregunta cómo es que estaba tan bien cuando creía que estaba mal. Y la respuesta es simple: por comparación, nostalgia y cambios de percepción. Ahí tampoco pesan los datos, solo están para confirmar el sesgo de lo que queremos confirmar.

En materia económica cuesta responder a la pregunta “cómo estás hoy”. Cada uno de nosotros tiene una situación económica distinta, diversos recursos más abundantes, o una carencia total de herramientas para subsistir a tiempos de crisis. El que es propietario de un inmueble tiene un problema menos que pesa como un elefante sobre los hombros del tercio de la clase media que es inquilina. Su percepción comienza a mejorar en este aspecto, le afectará en otros.

El que es cliente de una prepaga tiene un buraco en el bolsillo que hace unos meses no tenía. Incluso varía la percepción frente a los aumentos de tarifas de servicios básicos. En la Argentina, el 49% de los habitantes no tiene acceso a cloacas, agua corriente o gas de red. Sus gastos serán distintos. Su percepción, también. Y si creen que hablo solo de los habitantes de las villas, es que no tienen un solo amigo, pariente, conocido o enemigo que resida más allá de la General Paz. El que vive en las afueras de Pilar o de Canning, tampoco tiene acceso al agua corriente, a una red cloacal y, en muchísimos casos, el gas proviene de una chancha de YPF que cuesta un huevo y la mitad del otro.

Y qué decir de los ingresos como contraposición de los bienes y servicios. Cada vez que escucho que un bien ahora tiene un precio internacional, me dan ganas de martillarme las gónadas. No hablamos de commodities, que sí tienen precios internacionales que dicen que valen lo mismo en París que en Santiago del Estero. Hablo de bienes cuyos precios, según explican los teóricos de la economía, son determinados por una inmensa cantidad de variables. Entre ellas, la que más peso debería tener es la oferta y demanda. En la Argentina, el mayor formador de precios es el Estado a través de los impuestos.

Cada vez que escucho que un litro de nafta debe costar un dólar porque ése es “su valor internacional”, quedo al borde del ACV. Lo que tiene valor internacional es el barril de petróleo. ¿Cómo explican que un litro de nafta en Taiwán, país sin pozos ni refinerías que debe importar hasta el último litro, salga más barato que en Reino Unido, donde radican las casas matrices de British Petroleum y Shell? ¿Cómo es que nuestro litro de nafta debe valer un dólar si, cuando desarmo el precio, me encuentro con un 50% de contenido tributario? ¿Qué debe valer un dólar, el litro de nafta con o sin impuestos? ¿Debe valer para la petrolera o para el Estado?

Y eso, estimados, también es una percepción. Cuánto rinde el sueldo es una percepción. De ahí que yo puteaba tanto en soledad contra las paritarias nacionales del gremio periodístico. No es lo mismo un aumento del 20% en los salarios a pagar por Clarín que ese aumento al diario Villa Ojete Post. Así, la empresa para la que trabajaba, terminaba por pagarnos los salarios que podía pagar la más chica de las empresas. El resto, a joderse. Y es que el salario también, es en buena medida, un precio que se paga, en este caso, por un servicio.

Me intriga cómo es que un tipo como Domingo Cavallo haya dicho, abiertamente, que no se pueden liberar los precios tan rápido luego de una economía encorsetada por tanto tiempo. No es que la intriga sea Cavallo, sino qué es lo que vio Cavallo para que Cavallo le parezca un montón. Quizá, en su experiencia de haber llevado a cabo la reforma que Milei quiere replicar, sabe que es imposible la recomposición inmediata de precios, pero a la vez se debe intentar que no se desmadre todo demasiado.

Al Presidente, esta percepción de Cavallo no le cayó muy en gracia. Su percepción es distinta. De hecho, puede decir abiertamente –y lo hizo– que los salarios comenzaron a ganarle a la inflación. Un dato, claro, verificado por un cálculo de medición que no deja de ser un promedio de la general. Habrá salarios que comienzan a ganarle a la inflación, pero no es el caso ni de la totalidad, ni es que ganarle a la inflación por uno o dos puntos es una recomposición salarial. Algunos perciben que es algo, otros perciben que no alcanza ni en pedo.

Del texto de la semana pasada recibí dos comentarios que llamaron mi atención. Negativos, claro, que para autoflagelarme soy un campeón. En ellos me decían que aplicaba una vara sueca o noruega –redondeamos en nórdica– para evaluar los resultados de los primeros meses de la gestión de Milei. Como si no supiera de dónde venimos. Espero que sean personas que cayeron en mi texto de pedo, porque si se trata de sujetos que me leen hace, por lo menos, un año, siento que su memoria a corto plazo ha descartado tantas cosas que tiró al tacho cualquier información sobre mi realidad y antecedentes.

Mi percepción, mía, mía, mía, dicta que a cada precio se le agregó un cero en dólares, mientras que a cada sueldo se le ha quitado uno en su poder adquisitivo. Mi percepción, la mía, sostiene que un alquiler se multiplicó por cinco, la luz y el agua por tres, los bienes y servicios por 2.8 en un año, y mis ingresos por 0,16. Podría decir que mi vara es sueca si me dedicara a cuestionar la capacidad y antecedentes de algún ministro en un contexto en el que todo funciona. Podrían sostener que utilizo parámetros nórdicos para evaluar la casi nula empatía de la dirigencia hacia los ciudadanos.

Sin embargo, la única vara nórdica que yo –yo– percibo, es la de siempre, gobierne quien gobierne: impuestos nórdicos para una economía subsahariana.

Si no viviera en la Argentina, estaría al menos entusiasmado de ver a grandes empresarios que miran nuevamente con interés al país. Luego veo que, desde esta semana, deben dejar un 50% de regalías en el país, y se me pasa la esperanza. Incluso trato de ver con buenos ojos a Elon, a pesar del daño que nos ha hecho a los que pululamos por Twitter, que solo se llama X en su cabeza y en los medios de comunicación obligados a hablar con propiedad. Cuando veo que el hombre más rico, enamorado de nuestro presidente por sus principios de libertad, tranzó todo control de datos con la dictadura comunista china, se me pasa todo interés.

Si me dedicara a leer solo a los que publican datos sin tener la chance de corroborarlos, quizá estaría con una percepción mucho más positiva. Si divido mis ingresos de noviembre del año pasado con un dólar blue a 960 y lo comparo con el actual, perdí poquito. Quizá la comparación correcta sería dividirlo por paquetes de fideos, pero como en noviembre del año pasado no se conseguía ni spaghetti usado, usaré el kilo de pan. Si divido mis ingresos por kilos de pan de noviembre de 2023, hoy me alcanza para la mitad. Y eso que tomo el precio después del aumento del 27 de noviembre del año pasado.

Para pasar en limpio, el dólar quieto es un datazo para el control de la inflación. Pero cuando todos los aumentos se acercan al dólar y los sueldos quedan quietitos, no hay cálculo que consuele.

La construcción cayó un 42%. La industria, lo hizo en un 21,2%. El sector agropecuario está, de mínima, molesto por el combo de dólar quieto, retenciones que no bajan y cepo cambiario. Las prepagas tomaron nota del pedido del gobierno de retrotraer las tarifas. Y dejaron la nota pegada en una heladera. Las empresas eléctricas se pusieron de culo con el ministerio de Economía.

Aún con ese panorama, todo se reduce a una percepción también condicionada por qué expectativa tengo del gobierno, y cuáles son las expectativas de los demás.

De hecho, me intriga saber cuáles son las expectativas y percepciones de quienes viven afuera y compararlas con las que viven aquí. Quiero leerlos, quiero saberlo. Cómo ven a la Argentina desde adentro y desde afuera. Y, sobre todo, qué tipo de clima respiran. Porque la mayoría de las veces, vivir en Buenos Aires nos da una visión distinta. Otra percepción.

Ahora que lo pienso, me causa gracia recordar el dicho “Dios estará en todas partes, pero atiende en Baires”. Quizá le estamos pidiendo demasiado a un ente que no nos escucha. Aunque, claro, eso es una percepción.

PD: La Cassta maneja los trenes. Después se enojan.

PD II: 153 días sin que el Presidente firme el prometido decreto para incorporar la Organización Terrorista Hamás dentro del listado de Organizaciones Terroristas.

(Relato del PRESENTE)


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