EL SALTO AL VACÍO

OPINIÓN

Angustia, ansiedad, desorientación, estoicismo -que no es resignación- y esperanza, nos agarró todo eso, todo junto


Ilustración de Bernardo Erlich.

Por Osvaldo Bazán

Decidimos un cambio y ahora que estamos cambiando nos preguntamos: “¿Y ahora, qué?”, “¿Estaremos a la altura de ese cambio decidido?”, “¿Qué significa claramente este cambio?”

Con todos los avisos de que era un salto al vacío, la sociedad decidió darlo. “Okeeey”, como diría el presidente.

Claramente entendimos que lo anterior no iba más.

Que estaba roto y nos hacía daño y que sólo presagiaba estar peor y más roto y con más daño.

Fue desde una Argentina con los peores índices económicos, sociales y culturales que saltamos.

Era absolutamente necesario.

Lo que construimos durante tantos años es lo que decidimos, fuertemente que no iba más.

Ahora bien ¿cómo se nos ocurre que sería fácil romper estructuras de décadas?

No fue que un día nos acostamos siendo potencia mundial, granero del mundo, envidia planetaria y nos despertamos desharrapados, dando lástima y misericordia, muertos de hambre, de frío y de esperanzas.

No.

Nos hicimos miserables a lo largo de los años.

Con nuestra pasividad y hasta con nuestra anuencia.

Nadie más que nosotros -los argentinos de antes, los argentinos de ahora- pusimos en los cargos más importantes del país a los tipos que nos condujeron al desastre.

Y fue ese encadenamiento científico, coalicional y social lo que nos trajo hasta acá.

Y como diría Pagni, esto abre un abanico de preguntas:

¿Las políticas implementadas nos hicieron así o porque somos así elegimos a dirigentes que implementaron esas políticas?

¿Somos populistas porque los políticos nos hicieron populistas o los políticos son populistas porque nosotros los elegimos así?

¿Por qué creímos todos y cada uno de los paraísos artificiales que se nos ofrecieron a lo largo de los años?

¿Por qué no desconfiamos de la gratuidad de la máquina de coser que regalaba Evita

¿Cómo pensamos que se pagaba el tren que costaba menos que un caramelo?

¿En qué momento llegamos a creer que era bueno terminar la escuela primaria sin saber leer, o terminar el secundario sin entender lo que se leía?

Hoy explotaron bombas sembradas a lo largo de los años.

Por eso la sociedad decidió el salto al vacío.

Si nos sacan los subsidios, no llegamos al 15 del mes.

Si sacan los planes, mucha gente quedará en la calle, sin saber qué hacer de sus vidas porque nadie jamás le dio una herramienta para defenderse solo.

Si a los medios le sacan la pauta, algunos deberán cerrar, porque en la comodidad de los spots de “Argentina Presidencia” o las publicidades de YPF con Messi o de visite las Termas de Río Hondo, las oficinas comerciales de los canales dejaron de trabajar para seducir anunciantes privados. El rating dejó de ser importante porque ya no hizo falta para conseguir publicidad. Alcanzaba con saber qué puertas oficiales golpear, cuánto del sobre había que dejar en los peajes.

Si el Estado ajusta su planta de personal a lo estrictamente necesario, mucha gente quedará en la calle, sin recursos para conseguir un trabajo. Porque nadie paga por pintarse las uñas, comer galletitas Tía Maruca o vender productos Avon mientras se forman largas colas de pacíficos ciudadanos que presentan por vez 20.000 el mismo papel, esta vez con el timbrado y el sellado que no habían pedido la vez anterior pero que era fundamental para el trámite. Y mientras el pacífico ciudadano espera con su numerito en una silla de plástico rota, bajo una iluminación fría, puede leer todos los carteles que venden al candidato peronista del momento. Se lo distingue fácil, es uno que tiene una cara de chanta que no se puede creer.

Si a los chicos les toman una evaluación sobre qué aprendieron, pocos la pasarían.

Si a los docentes los evalúan sobre sus conocimientos, muchos estarán en problemas.

Y todo eso se armó a través de los años.

¿Cómo llegamos a pensar y a aplaudir que se destruyera el mérito?

Hay una palabra que explica casi todo lo que nos ha pasado y es “naturalización”.

Se naturalizó lo que no es natural, lo que no ocurre en otras partes del mundo, lo que no es así simplemente porque no es así.

¿Alguna gente nace con desventaja con respecto a otra?

Es evidente.

Ni el libertario más libertario puede negarlo.

Cada cuna es diferente y te envía a lugares diferentes.

Ahora bien, ¿qué tiene que ver eso con el mérito?

En estos días se habla de un pibito que nació en un establo, rodeado de unos burros y sobre un colchón de paja. ¿Le impidió eso ser una de las personalidades más importantes del planeta después de 2000 años de haber nacido y cuando gran parte de la humanidad ni siquiera cree que existió?

No.

¿Cómo lo hizo?

Por mérito propio.

Esto de pensar que el destino ya viene escrito y nada se puede hacer contra él es de los pensamientos más reaccionarios que se pueden tener. Sin embargo, hemos destruido el concepto de mérito y nos pareció bien.

Lo naturalizamos.

Naciste pobre, morirás pobre, aceptá mi limosna y callate.

También por eso estamos así.

Por supuesto que el Estado tiene la obligación de hacer y para romper aquella desventaja inicial.

La educación es lo primero.

A continuación, lo siento, viene una letanía laica de sexagenario que empieza, como no podía ser de otra manera con: “En mi época”.

En mi época íbamos a la escuela pública con guardapolvo blanco, portafolio de cuero con bolsillos y estaba, como se dice, el hijo del obrero y el hijo del doctor. Y estudiábamos lo mismo y nos hacíamos amigos y en el recreo largo nos daban la copa de mate cocido con leche y el sanguche de mortadela. Y después adentro, a aprender las tablas de memoria y a saber cuándo se escribe “ahí”, cuando “hay” y cuando “ay”. Y las diferencias entre monocotiledóneas y las dicotiledóneas. Y que Sarmiento era el padre del aula. Y no, no era divertido todo el tiempo, no tenía por qué serlo.

A esto se contesta, con mucho sentido común, que los tiempos cambiaron. Que ya no está Piluso esperándote para tomar la leche a la vuelta de la escuela. Que internet y Peppa Pig.

Lo que quieran.

Lo que no se explica de ninguna manera es que a mayores facilidades dadas por la tecnología, la educación sea peor.

Hoy difícilmente el hijo del obrero y del doctor se encuentren en esa etapa en la que uno hace los amigos de toda la vida. Además, ya nadie sabe qué quiere decir “hijo de obrero” e “hijo de doctor”, pero ese es otro tema.

Los maestros dejaron de ser maestros para ser docentes que dejaron de ser docentes para ser “trabajadores de la educación”.

Eso no mejoró en nada la educación que los chicos argentinos recibieron. La empeoró abismalmente.

La escuela pública cayó tanto que los padres prefirieron obviar otras necesidades, pero mandar a sus hijos a escuelas privadas donde la educación puede ser un poquito mejor, pero al menos no hay tantos paros.

¿Los trabajadores de la educación destruyeron la educación?

Decirlo así es un tanto exagerado.

Pero como en el meme de Guido Kazca, está mal pero no tan mal.

¿Por qué los trabajadores de la educación no alertaron a lo largo de los años que el declive era vertical?

¿Cuántos de ellos fueron responsables?

¿Qué hicieron para frenarlo?

Porque en cada uno de sus paros hablaron de defender la escuela pública ¿cómo la defendieron?, ¿de quién?

Por supuesto que hay que discutir el salario de los docentes, muchas veces monedas, y la superpoblación en las aulas, y las aulas que se caen a pedazos.

Pero no puede ser que toda la discusión sobre educación sólo navegue en esos mares. Porque por hacerlo, terminamos todos ahogados.

Y lo naturalizamos.

En Chubut, en total, de los cinco últimos años hubo uno sólo en el que los chicos fueron a la escuela.

No fue un escándalo.

No mereció ni un recuadrito en los medios nacionales.

Por eso la sociedad decidió este salto al vacío.

Los subsidios tienen más de 75 años en el país, pero se agudizaron como “solución” desde el 6 de enero de 2002 cuando el peronista Eduardo Duhalde -al que sólo una centena de argentinos eligió presidente- consiguió que el congreso peronista le declarase la emergencia pública en materia social, económica, administrativa, financiera y cambiaria. Con ese poder armó un esquema de subsidios que iba a ser solamente transitorio.

Pero lo naturalizamos y se fortaleció para siempre.

Naturalizamos no pagar por la electricidad, el gas, el agua, el transporte público, lo que correspondía.

Dejamos las luces encendidas y pusimos dos aires acondicionados en cada casa. Divino, claro. Impagable en el mundo. Pero nosotros, nosotros somos los más vivos de la cuadra.

La electricidad, el gas, el agua, el transporte público no tenían el buen gusto de costar lo que el gobierno peronista quería que costara para que siguieras en la ilusión del paraíso. Eras mucho más pobre de lo que parecía, pero el curro era que no te dieras cuenta.

Pero alguien tenía que pagar todo eso.

Fue el Estado, claro.

El Estado Presente, ¡faltaba más!

Pasaste a depender del Estado para poder pagar la electricidad, el gas, el agua, el transporte público.

¿Y entonces?

Bueno, como todos estábamos tan felices comiendo perdices y viendo el Bailando, los subsidios económicos (porque están también los sociales, los planes) pasaron de ser el 0,89% del PBI en el 2005, al 4,01% en 2013.

El peronismo nos regalaba un paraíso que nunca pensó pagar.

Porque claro, si donde hay un derecho hay una necesidad ¿cómo te voy a cobrar la luz? ¿O uno no tiene derecho a tener una luz? ¿O un aire acondicionado? ¿O dos? ¿O la pileta climatizada? ¿Ahora resulta que la pileta climatizada no es una necesidad? ¡Cómo se nota que son gorilas!

El gobierno de la dictadura de Mauricio Macri quiso poner la casa en orden. Así de aquel ridículo 4,01 del PBI de 2013 se pasó a un más racional 1,49% en 2019. Empezamos a vivir un poco más en la realidad.

Pero por suerte, en 2019 volvió la alegría, vieja.

Volvió el peronismo y la máquina de coser regalada que no paga nadie excepto vos mismo pero que por favor, nunca te des cuenta.

Los planes sociales -que todo país tiene en su medida y armoniosamente porque entiende que hay que ayudar a los más desfavorecidos y que desde la Caja Pan de Alfonsín en adelante, siempre fue una política de Estado- descarriló absolutamente en manos peronistas.

En agosto de este año, Argentina destinó 4.200 millones de pesos por día para ayuda para planes sociales.

Nunca se puso tanta plata para que no seamos pobres.

Nunca fuimos tan pobres.

Sin embargo, lo naturalizamos.

Pasamos a ser el país de Latinoamérica que más gasto tiene en subsidios al transporte público.

Los resultados están a la vista.

No podemos pagar lo que de verdad cuestan.

Antes de los subsidios, caramba, sí podíamos.

¿Por qué lo naturalizamos?

Porque es tan lindo no pagar el boleto.

¡Que lo pague Cadorna!

Cadorna, claro, es el Estado Nacional.

Todo fue naturalizado y, sin darnos cuenta, se conformó un sentido común sinsentido que nos maneja sin que lo notemos.

Ahora que la mayoría del país paró y dijo: “no, ¡así, no!”, quedamos todos medio en banda.

Queremos algo nuevo, pero no terminamos de desapegarnos de lo anterior.

Habrá que pensar todo desde el principio, digo yo.

Porque esto que se cayó no nos sirve para nada.

Plantarnos en términos: “yo soy bueno por eso todo lo que digo y pienso y hago es bondad” nos ha traído hasta acá.

Salgamos de esa burbuja.

Lo noté claramente -y quizás este ejemplo sirva para unas cuántas preguntas más- cuando recibí el reclamo que decía “por qué derogar la ley de Defensa de la actividad librera es una mala idea”.

El tema es así.

Los libros tienen un precio fijo.

No se pueden vender más barato que eso.

¿Por qué? Porque así se impide que las grandes cadenas que compran enormes cantidades a las editoriales recibiendo un descuento por eso, trasladen el descuento a sus clientes. Eso haría que las pequeñas librerías artesanales jugasen en desventaja al no poder ofrecer los mismos precios que las librerías de grandes cadenas.

Es de sentido común proteger a los pequeños.

Pero ahora que lo pienso de nuevo me surgen dudas: “¿y por qué no proteger a los lectores, que podrían comprar libros más baratos?”, “¿Podrían las pequeñas librerías inventar alguna estrategia, un diferencial que las haga más atractivas?”

No lo sé.

Lo que ya no se soporta es la idea de que hay buenos buenísimos que defienden a las pobres librerías pequeñas y malos malísimos a favor de las corporaciones.

También hay algunos que dicen “¿no sería bueno que los libros salgan más baratos para mucha gente que de otra manera no puede comprarlos?”.

Es una disyuntiva interesante.

Lo que sí sé es que defender una u otra posición no te hace mejor o peor persona y pensarlo en esos términos ya no nos sirve para nada. Sin embargo, es difícil encontrar un intelectual, un académico, un escritor, un artista que se cuestione y diga: “¿Y si lo pensamos de nuevo”? No, son los abanderados de la bondad y todo lo que contradiga su límpido pensamiento es dictadura.

Es un solo ejemplo de lo que vamos a tener que pensar de nuevo.

Y hacia ahí me parece que tenemos que ir.

El salto al vacío ya se produjo.

De nosotros depende cómo y dónde vayamos a aterrizar.

Para esto es necesario liberarse de las estructuras mentales y espirituales que nos trajeron hasta acá.

Vivir sin subsidios es vivir más libres, pero ¿cómo hacemos para vivir sin subsidios si no nos alcanza?

Bueno, habrá que ser creativos.

Decidimos reinventar un país que se rompió.

No repitamos los esquemas que nos atrasaron.

Está todo por hacer.

*Última columna del año. Felicidades. Ahora, vacaciones. Nos vemos!

(El Sol)


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