LA MONEDA EN EL AIRE

OPINIÓN

Argentina es un país en donde siempre la moneda está en el aire y al mismo tiempo siempre cae para el mismo lado: la miseria


Por Osvaldo Bazán

“La moneda está en el aire” decimos, ufanos y orondos, los que estamos en los medios de comunicación para gastar el compendio de lugares comunes.

Ya dijimos “poroteo”, ya dijimos “campamentos”, ya dijimos “hay que ver la película, no la foto”, ya dijimos “la madre de todas las batallas”.

Ahora “la moneda está en el aire”.

Lo cual en principio es una buena señal: hay una moneda y está en algún lado. Por otra parte, nada nuevo, la moneda argentina siempre está en el aire. Raras las características de la moneda argentina que está en el aire, pero también en el último de los subsuelos.

O quizás será que el peso perdió todo el peso y entonces flota, etéreo, en una estratósfera en donde jamás habrá cohetes que lleguen a Japón en hora y media.

Argentina es un país en donde siempre la moneda está en el aire y al mismo tiempo siempre cae para el mismo lado: la miseria.

La moneda está siempre en el aire y entonces uno cree que esta vez sí. Que esta vez caerá para el lado de la república, el progreso, el bienestar y todo eso que, como el horizonte, cuanto más caminamos hacia allí, más se aleja. Las pocas veces que cayó para otro lado, vinieron los de siempre.

Y acá, como se ha instalado tanta confusión, habrá que aclarar: los de siempre son los del golpe del ’43 que aunque Wikipedia y hasta la página oficial del gobierno lo nieguen, tuvo a Juan Domingo Perón como figura tan central que incluso llegó a ser vicepresidente de la dictadura del general Edelmiro Farrell.

Sí, el debut de Perón en política fue como segundo de una dictadura.

No lo he visto a Zamba hablar del asunto.

Mala mía, eh, pasa que un día puse a Zamba en la tele y estaba elogiando a Juan Manuel de Rosas y resulta que justo había leído en “Viaje de un naturalista alrededor del mundo” lo que Charles Darwin, que andaba por acá en ese tiempo, contó sobre la expedición del bueno de Rosas: “…Los indios formaban un grupo de unas 110 personas (hombres, mujeres y niños), casi todos fueron hechos prisioneros o muertos, pues los soldados no dan cuartel a ningún hombre. Los indios sienten actualmente un terror tan grande, que ya no se resisten en masa; cada cual se apresura a huir por separado, abandonando a mujeres e hijos (…) Sin disputa, esas escenas son horribles, pero ¡cuánto más horrible aún es el hecho cierto de que se da muerte a sangre fría a todas las indias que parecen tener más de veinte años! Y cuando yo, en nombre de la humanidad protesté se me replicó: “Sin embargo ¿qué otra cosa podemos hacer?¡Tienen tantos hijos esas salvajes!”.

Lejos de mí criticar el pasado con ojos del presente.

Simplemente, otro día de zapping furioso me tocó ver cómo Zamba defenestraba al general Julio Argentino Roca por la Campaña del Desierto. El número de indígenas muertos en una y otra campaña es tema de discusión de eruditos, pero en ambos casos superó los dos mil.

Sin embargo, la historia dice que una matanza fue horrible y la otra no existió.

¿Quién dijo que el pasado no puede cambiarse?

Nada más maleable que el ayer si se habla de memoria y no de historia.

La moneda del pasado siempre está en el aire.

Es la manera que tienen los truhanes para condicionar el presente. Por eso, el cuadro de Rosas en la oficina del reelecto gobernador bonaerense y la humillación constante a la que es sometida la estatua de Roca en el Centro Cívico de Bariloche son dos caras de lo mismo: el uso malicioso de la historia en beneficio de los tránsfugas del presente.

Ese pasado argentino que recuerda emocionado el 1º de julio de 1974, día en que, frente al féretro de Perón, el líder radical Ricardo Balbín, dijera sus célebres palabras: “Este viejo adversario viene a despedir a un amigo”.

Se recuerda el hecho como maravilloso broche de unidad nacional.

Quizás si pensáramos de nuevo, veríamos ahí otra vez, la moneda caer para el lado de la miseria.

El 12 de marzo de 1950, día en que se realizaban las elecciones en las que Balbín era candidato a gobernador de Buenos Aires, fue detenido cuando emitió su voto. Estuvo un año preso ¿Su delito? Denunciar como dictadura al gobierno peronista el 30 de agosto de 1949 en el Centro Asturiano de Rosario. Llevar a Balbín a prisión fue posible porque el peronismo usó su mayoría en el Congreso para desaforarlo -la votación terminó 108 a 41- y avanzar con el mentiroso proceso judicial.

El día que lo desaforaron como diputado por sus dichos, para luego encarcelarlo, Balbín puso dos mojones éticos en el Congreso, apuntando: “Muchos de los que han de votar esta tarde eran mis amigos en la lucha contra el fraude ¿qué culpa tengo yo si sigo creyendo lo de antes y ellos han cambiado lealmente sus convicciones”; y “a veces es necesario que en un país entren algunos libres y dignos a la cárcel, para conocer dónde irán después los delincuentes de la República”.

En lugar de seguir evidenciando la deriva autoritaria de los enfrentamientos armados entre derecha e izquierda peronista; el lugar que Perón le dio a Isabel y a López Rega; las alas que le dio a los “jóvenes idealistas” para después cortarlas; siempre en beneficio propio; Balbín -que había sido tan valiente, que había pasado un año como preso político, que tenía la altura moral para la denuncia- 24 años después de la cárcel, frente al cadáver del general, decidió jugar la carta del amigo.

Tasa, tasa, cada cual a su casa, listo el pollo, pelada la gallina.

Todos felices, acá no ha pasado nada.

En ese gesto (“este viejo adversario viene a despedir a un amigo”), licuó todo el despotismo, derritió las diferencias entre república y dictadura y empujó la moneda hacia el lado de la miseria. Convalidar el fascismo peronista fue quizás uno de los grandes errores del radicalismo.

Pena que lo sigan viendo como un valor.

Es la misma moneda en el aire que de un lado tiene a Victoria Villarruel imaginando innecesariamente nuevos usos para la ESMA y del otro, las bombachas con cara de Kicillof que se vendían en ese mismo predio, en medio de una kermesse pachanguera, en la noche de los museos del 2015. También había, claro, mates, remeras y cuadernos con los sacralizados Néstor y Cristina a los que no se les recuerda un solo acto de valentía durante la dictadura, más allá de quedarse con casas de gente que no pudo pagar sus hipotecas por la ex famosa 1050 y ser hoy a condenados por estafar al Estado. Sin embargo, la crítica feroz a Villarruel ni recordó las bombachas peronistas.

Lo dicho, la moneda siempre e cae para el lado del vice de la dictadura del ’43.

La Fundación Pensar sacó en estos días un video en donde dice que en Democracia todos queremos lo mismo, Democracia.

¡Qué raro todo!

¡Qué jugarreta idiomática fulera!

¿Qué peligro están viendo para que tengamos que querer todos lo mismo? Sí, Milei dijo unas cuántas barbaridades insostenibles, inexactitudes constitucionales, desatinos temibles, su corte de los milagros va de lo risible a la esperpéntico, pero ¿hay algún riesgo de cierre del Congreso, avasallamiento de la Justicia, desaparición de la división de poderes? ¿Pondrá Milei presos a los radicales, como sí hizo Perón?

La democracia es el marco, ahí estamos todos, no es que la querramos o no. Y si hubo algunos que tuvieron intenciones de romper esas reglas del juego -del “vamos por todo” a la “democratización de la justicia”, del clientelismo político al adoctrinamiento partidario en la educación y en los medios públicos- son quienes hoy están en el Gobierno, defendidos a capa y espada por varios de quienes aparecen en el video. Ilustres “progresistas nacionales” recuerdan que en democracia todos tenemos la obligación de elegir la democracia. Como si hubiera una revolución antidemocrática en ciernes.

No sé, quizás votar al partido que llevaba en sus boletas a una familia que tiró una chica a los chanchos no sea afianzar los valores de la democracia. Quizás usar los escasos recursos de un país fundido, con la mitad de su gente en la pobreza y un cuarto en la indigencia para ganar las elecciones que hoy tienen la moneda en el aire, sea poco o nada democrático. Quizás que empleados públicos empapelen las oficinas de todos con propaganda partidaria, amedrentando con amenazas y exigiendo renuncias a quienes apuntan como no simpatizantes peronistas, sea bien poco democrático. Quizás que músicos empleados estatales toquen extemporáneamente una marcha partidaria en un teatro estatal esté bien lejos de lo que una democracia supone.

En la democracia estamos de acuerdo.

Eso está y se realiza día a día, con acciones.

Y en las acciones no todos queremos lo mismo.

Esa es la gracia.

Pasa que cualquier crítica al status quo impuesto en base a mentiras por el peronismo es tomado como “antidemocrático”. Decís “ah” sobre el ministro-candidato que impunemente sale por televisión a decir que no tiene amigos empresarios cuando todos sabemos que es el representante de los empresarios prebendarios ante el Estado y resulta que manejás el Falcon Verde, le prendés velas a Conan y querés salir a comprar hígados en buen estado.

Dejen de psicopatear, alcahuetes avarientos, parados en su banquito de superioridad moral, que a esta miseria nos trajeron ustedes con sus canciones de Silvio Rodríguez y la adoración acrítica de Eva.

El peronismo -y su hermano bobo, el así llamado “progresismo”- se ha armado con unas cuántas mentiras históricas un alcázar en donde todos quienes que no comulgan con sus ideas -antiguas e inconducentes cuando no autoritarias y perversas- son arrojados al foso de los cocodrilos por antidemocráticos.

Y en otra jugarreta idiomática, a quienes sólo defienden la república le metieron el mote de “anti”. Porque en el centro están ellos, no la república. En Argentina a quien defiende la división de poderes y el manejo transparente de la cosa pública, se le llama “antiperonista”.

La fiscalía descansa, señor juez.

Exigen amor a un pueblo miserable a cambio de bolsas de arroz con gorgojos, mientras pasean en yates de champán y culos inflados artificialmente, vuelan en aviones que no les pertenecen y que jamás pagan y rapiñan cada vuelto de aquellas compras de arroz con gorgojos. Después contratan “artistas populares” para tirar un poco de circo y asegurarse el amor de esos artistas.

Recuerdo haber discutido con una colega entonces “neutral” y hoy claramente peronista (discúlpenme si no distingo entre kirchnerista, massista, lopezreguista, peronista, menemista o cualquiera de las cepas bacterianas que difunden la enfermedad del general golpista vicepresidente de la dictadura del ’43, que usó como plataforma de lanzamiento para travestirse en democrático), recuerdo, decía aquella conversación de cerca del 2006, 2007 cuando me decía enfática, mi colega: “No hay mejor lugar para la juventud que la política”.

Contra lo que era el pensamiento generalizado en el momento, intenté argumentar que el arte, la ciencia, el deporte, la religión, la tecnología, todos eran campos donde cualquier joven podía desarrollarse; que no necesariamente “la política” era la panacea del crecimiento personal y en comunidad. Ése era el discurso dominante que bajaba desde el invento de Kirchner, “678” hacia la sociedad: si no te interesa la política, ni merecés vivir en Argentina. “Antipolítica” decían, porque como siempre piensan, todo el que no está firmemente con ellos, está contra ellos.

Así se crearon generaciones de militantes partidarios, que eso era para ellos “la política como mejor lugar”: pibes que salieran a repetir acríticamente las mentiras desde 1943 para acá, los mejores días, la marcha que dice exactamente lo contrario a lo que hacen, etc…

Estar en política fue militar partido peronista. Estado fue partido peronista. Su vida fue partido peronista. Tan interesados en el partido se olvidaron de todo lo demás. Por eso lo único que avanzó y aceitó mecanismos perfectos en la Argentina del Siglo XXI fue la máquina del poder del partido peronista. No les interesa la música, la ciencia, el deporte o la religión si no es peronista.

Ahí sí nada falla.

Los fiscales, los remises del día de elección, las boletas, el seguimiento personal a cada votante, todo eso, sí.

Funciona.

Como nada en su gobierno.

Porque “la política es el mejor lugar para un joven”. Por eso en todos estos años, todos los demás temas se subestimaron y así estamos, creyendo que “ciencia” es firmar solicitadas partidarias del CONICET; que el cine nacional es Sergio Massa y el festival de Mar del Plata con su círculo cerrado de pertenencia; que “Educación” es cerrar un acto de campaña partidario en un colegio del Estado porque claro, como en democracia “todos queremos lo mismo” ¿qué alumno podría sentirse incómodo?

Los apoyos corporativos a la alianza partidaria que con sus retorcidos enjuagues económicos elevó en decenas de miles los muertos por la pandemia y sumó otras decenas por la cuarentena, ocupan todos los estratos de la vida nacional: artistas, abogados, instituciones educativas, sindicalistas, desocupados, periodistas, músicos, hasta ciclistas, parecen desmentir los números de las elecciones. Si sólo el 36.7% de la población votó por Massa, ¿cómo es que todas las corporaciones lo apoyan? ¿Representan esos dirigentes a sus potenciales dirigidos? ¿O el divorcio es tan grande que mientras los que, de una u otra manera “son alguien” en el país -desde Lali Espósito a Pablo Moyano, desde Funes de Rioja a Ernesto Tenembaum, desde los autoritarios músicos del Colón hasta la Cámara del Calzado y todos los jefes sindicales- apoyan a Massa, los remiseros, los verduleros, los soderos, los jubilados lo detestan y piensan que una motosierra es mejor solución?

¿Qué hay en la moneda que está en el aire?

El país de mañana será distinto, pero lamentablemente existe la certeza de que el país de dentro de diez años será igual.

O peor.

Tanto “la política es el mejor lugar para la juventud” consiguió una nube tóxica que llevó a los jóvenes a descreer de la política como herramienta para mejorar la calidad de vida porque lo único que vieron de aquellos muchachos militantes hoy funcionarios, es rapiña y desinterés por lo social.

La política fue el mejor lugar para Mayra Mendoza, para Jorge Capitanich, para Martín Insaurralde, para las Raberta y las Volnovich de la vida. Para todos los demás fue una caída libre en la miseria, la expulsión del paraíso de la clase media.

Ninguno de los dos candidatos parece capacitado para la tarea a iniciar. Sendos currículums muestran todo tipo de desaguisados, poca tolerancia al fracaso y tufo autoritario. La moneda caerá entre la certidumbre de la continuidad fracasada o la incerteza de una aventura desflecada.

El 12 de octubre de 1812, -enjuiciado injustamente por traidor, en la mayor miseria, con Moreno y Alberti muertos, con Belgrano cuestionado por su campaña al Paraguay, con Saavedra confinado en San Juan, con Balcarce también cuestionado, con French, Berutti y Rodríguez Peña ya como opositores- el abogado Juan José Castelli, a los 48 años, daba sus últimas palabras. No las pudo decir, porque por un cáncer le habían cortado la lengua -cosa que provocó la alegría del Deán Funes-. Fue así que pidió lápiz y papel y escribió: “Si ves al futuro, dile que no venga”.

211 años después, la moneda sigue en el aire.

Cuidado.

En cualquier momento se la roban.

(El Sol)


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