EN EL 73 HABÍA VIOLENCIA POLÍTICA, SOBRABA TRABAJO Y LAS CALLES ERAN SEGURAS

OPINIÓN 

¿Quién no sueña con recuperar la grandeza?

Por Julio Bárbaro

1973 fue un año completo, con dictadura, elecciones, interregno entre ambos, asunción de Cámpora, retorno de Perón, Ezeiza, renuncia presidencial, elecciones, asesinato de Rucci. Resulta difícil encontrar en el pasado una intensidad parecida. Pocas vidas abarcan tantos hechos trascendentes como ese año.

Fue un tiempo complejo, una dictadura que decidía convocar un proceso electoral como expresión de su propia debilidad. Se había terminado, agotado, el sueño oligárquico del 55, la absurda idea de ser liberales y democráticos expresándose desde la peor dictadura. Fueron los que nunca dejaron de matar. Se movilizaban todos los sectores en la misma medida que esa convocatoria se iba convirtiendo en realidad.

Sería aquel 11 de marzo -las elecciones que ganaría Cámpora-, para un gobierno que asumiría recién a finales de mayo, un período demasiado breve que parecía eterno. Fue un proceso durante el cual la dictadura seguiría vigente y con fortaleza, mientras intentaba condicionar la democracia. El tiempo le jugaba en contra, se debilitaba, pero también hay que marcar que se asumiría el 25 de mayo. O sea, la dictadura duraría aún con poder casi la mitad de ese año. Fueron meses donde tanto el que salía como el que llegaba carecían de experiencia sobre semejante coyuntura.

El país de 1973 soportaba una violencia guerrillera intensa, dura; era un mundo que imaginaba a la guerrilla marxista con posibilidades de vencer. Existía un peronismo fuerte, con un Perón que retornaba, que había vencido después de 18 años de proscripción, proscripción de verdad.

No se podía mencionar su nombre, los diarios se referían al “tirano prófugo”. Esa era la calificación que el diario La Prensa, hasta el retorno de Perón, seguía usando. Esta enfermedad fue grave.

Aquel tiempo, ese año, comienza con todas las complejidades de una dictadura que era débil porque se terminaba, pero que era fuerte por su poder institucional, porque los militares participaban de una estructura demasiado consolidada como para retirarse en silencio. Fue importante la figura del general Lanusse, última expresión de una vieja oligarquía agraria que guardaba rasgos de dignidad. Aquel general de apellido patricio era una síntesis entre la oligarquía ganadera y las Fuerzas Armadas, un hombre que peleaba por la dignidad, no quería tener las manos manchadas de sangre.

A Lanusse y a los pocos demócratas que tenían las Fuerzas Armadas se los intentaba vencer con los duros, con los Menéndez, con los brutos de siempre, esos que finalmente terminarán imponiendo su concepción de asesinos y destruyendo para siempre el prestigio y en consecuencia el poder de las fuerzas armadas. No olvidemos que el nefasto Isaac Rojas fundó una “Academia de ciencias morales y políticas” que nadie se animó a disolver y algún vivillo supo explotar como distribuidora de prestigios poco claros.

Aquel reiterado cántico de “Se van, se van y nunca volverán” albergaba la distancia de la poesía con la cruel realidad.

La masacre de Trelew marca un hecho histórico importante porque aquel 22 de agosto de 1972 esa matanza fue el principio, la muestra, de lo que nuestra derecha era capaz de hacer. En rigor, la guerrilla no lo tomó en cuenta, lo asumió como una pulseada cuando en esa carnicería estaba presente el pronóstico del martirio que vendría después. No haberlo asumido como advertencia desnuda la visión tan heroica como suicida de un grupo que nunca supo entender la complejidad del poder. Esos que llaman 30.000, pero que nunca pasaron de 10.000, digamos 8.000 mataron las Fuerzas Armadas, 1.000 los guerrilleros y 1.000 ese mundo que llaman Tres A, que el antiperonismo pone en manos de Perón, de López Rega, o de quien fuera.

Explicar el 73 es difícil porque en ese año la violencia de la dictadura que se retira no se asume derrotada, eso lo va a demostrar a su retorno en el 76.

Había en el peronismo y en la izquierda una percepción de derrota definitiva del poder militar que se convirtió finalmente en el gesto más absurdo e ignorante de quienes se imaginaban dueños de la Historia. Hoy de sobra sabemos que no era esa la realidad, ni siquiera cercana; asumirlo fue la esencia de la tragedia que se engendraba. Aquel reiterado cántico de “Se van, se van y nunca volverán” albergaba la distancia de la poesía con la cruel realidad.

La guerrilla seguía su propio sino histórico, concebía a la democracia como un escalón previo a la revolución. En ese sentido fue muy complejo, porque esa guerrilla nunca terminó de integrarse a la democracia, por el contrario, tenía como propuesta debilitarla.

En el proceso electoral, el peronismo dependía de la negociación con el gobierno. Perón no podía ser candidato, fue desgastando a su delegado negociador Jorge Daniel Paladino y terminó imponiendo las figuras de los jóvenes revolucionarios como Abal Medina y Galimberti, a quien era llamativo ver como manejaba la debilidad de la dictadura para endurecer su postura.

Quien mire la historia tiene conciencia de que la guerrilla no es un invento de Perón, sólo está obligado a integrarla pero con la convicción, con la voluntad, con el deseo de que esa estructura se conforme con el poder que le da la democracia. Este hecho es fundamental en la incomprensión del peronismo porque se parte de la frivolidad de imaginar que Perón fundó la guerrilla. El verdadero creador fue Juan Carlos Onganía, en la Noche de los Bastones Largos: en el 66, él es quien destruye la Universidad que era un refugio de intelectuales de lujo a los que creían marxistas: siempre la derecha retrógrada imagina marxismo en todo aquello que no comprende. Onganía impone la destrucción de la Universidad; nosotros los jóvenes -yo era un dirigente estudiantil- recibimos una fotocopia del libro de Regis Debray Revolución en la Revolución, una inspiración.

El verdadero creador de la guerrilla fue Juan Carlos Onganía, en la Noche de los Bastones largos

El 73 transcurría entre una dictadura que cedía, una democracia a la que le costaba encontrar su rumbo y una guerrilla que se imaginaba salvadora: pocas etapas de nuestra historia tuvieron tantas opciones en juego.

Es complejo entender aquel momento si se lo distorsiona imaginando que la derrota de la dictadura es fruto del accionar de la guerrilla y esto es falso. La dictadura había sido derrotada políticamente, se le había acabado la concepción, su pensamiento se había agotado.

Y en ese sentido, el golpe del 55 encontraba en el retorno de Perón, 18 años después, la consumación de su fracaso. En esas dos décadas está concentrada toda la experiencia y las tensiones que detienen el desarrollo de nuestra sociedad.

Habían expulsado a Perón por dictador, es llamativo, porque su poder había sido por elecciones transparentes, indiscutidas. Ellos hablaban de libertad. Asume Frondizi en el 58 y lo derrocan en el 62, se les ocurre de izquierda. Asume Illia en el 63 y lo derrocan en el 66. El golpe nunca logró constituir una fuerza política propia, de hecho imaginaban ser dueños de un proyecto, en la práctica siempre los motivó el egoísmo, la mediocridad y la más despreciable ambición.

Hay dos lugares donde se ven las claves de las pulseadas del poder. Uno es Ezeiza, donde la guerrilla va a una confrontación que termina en derrota, pero el suceso de Ezeiza también constituye el final del gobierno de Cámpora. Perón les había dado la presidencia de la Nación, Oscar Bidegain era Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Esteban “Bebe” Righi era Ministro del Interior, tenían el jefe de Policía y se negaron, sin embargo, a ocupar el palco, que era la expresión del poder real.

Yo me acuerdo de haber hablado de este hecho, el recordado debate del palco, tres días antes con Paco Urondo. Se trataba de resolver si lo tomábamos por las armas o nos retirábamos para permitir el encuentro con el pueblo. O sea, que en el caso de no ocuparlo por la Policía Federal, había una obligación de todos de no acercarse al palco con banderas. Tal es así que esa mañana, cuando veo a Galimberti con una enorme pancarta de Montoneros, le digo que no era lo pactado, pero a él no le importaba nada, era un buen tipo pero frívolo.

Pensemos que la guerrilla iba a ir a tomar el palco sin armas. O sea, Perón les había dado el poder institucional pero no lo usaron, tenían las armas que tampoco usaron porque en su demencia ellos pensaban que eran el Pueblo. Entonces la decisión fue que ellos iban a estar ahí, entre la gente. Imaginaban ser mayoritarios en la sociedad de ese entonces pero lamentablemente estaban demasiado distantes de la realidad.
Ezeiza, la vuelta de Perón a la Argentina

Es muy triste porque después aparece el texto de Horacio Verbitsky y explica ridículamente los hechos de Ezeiza. Jose Luis Nel va a recibir un balazo, queda paralítico, personaje maravilloso que va a terminar suicidándose en una vía, llevado por Lucia Cullen en silla de ruedas. Fue un gran luchador, muy importante. Yo creía que Horacio González había escrito un libro sobre él. Éramos amigos en ese tiempo, y para mí, en mi memoria confusa, el libro se llamaba La historia del hombre que dio un grito de corazón, me lo había regalado Horacio -eran otras épocas- nunca lo encontré en librerías ni vi que tuviera difusión.

De hecho, Ezeiza es la estupidización. También muere el Beto Simona. Muestra que esta gente a la cual Perón le entregó el poder institucional no fue capaz de tomarlo porque creyó en el poder de la revolución.

Y terminó mal, Perón los sacó a patadas por idiotas

Un debate central fue si a los presos los tenía que liberar el poder político, el gobierno, o sea Perón, que era un hombre de Estado. Para la guerrilla, a Firmenich y compañía, tenía que liberarlos el pueblo. Ese debate yo lo tuve con Cámpora, con Righi y otros. Era un debate reiterado y decíamos “esto termina mal, Perón los va a sacar a patadas”. Y terminó mal, Perón los sacó a patadas por idiotas, les dio el poder para que lo usaran no para que el palco lo tomara la Policía. Eran gobierno e intentaban ser pueblo, anarquismo de café. “La policía no es nuestra” argumentaban, asumiendo no comprender el lugar que ocupaban. La estupidez siempre estuvo en esa doble locura: una, creyendo ser pueblo, y la otra, negándose a asumir los cargos que ocupaban.

La guerrilla argentina es de las cosas más demenciales que tuvo la Historia. En un mejor lugar se encuentran las Madres y las Abuelas, los deudos que van con dignidad a luchar por sus desaparecidos, sus muertos y sus nietos apropiados. No es posible, en cambio, reivindicar a la guerrilla si no se analiza el contexto de su permanencia en democracia.

Liberamos a la guerrilla que paradójicamente volvió a la lucha armada en plena democracia.

Ese año 1973 va a tener todos esos procesos en juego y va a dejar un Perón presidente con una democracia instalada, pero recordemos que liberamos a la guerrilla que paradójicamente volvió a la lucha armada en plena democracia. Después de las elecciones, viajamos a Trelew un grupo de diputados jóvenes; en la prisión no imaginaban que la democracia los pudiera liberar. Y nos lo decían, no imaginaban los cambios de poder que se avecinaban. Yo, que traje los dos primeros aviones de Trelew de detenidos, con los que había hablado mucho los días anteriores al 25 de mayo, pude compartir el asombro de aquel milagro. Muchas veces los había visitado en la cárcel, muy pocos de ellos estaban dispuestos a integrarse a la sociedad.

La clandestinidad era una forma de vida difícil de abandonar, de superar. Los recuerdos y las emociones compartidas por todos, solo ese hecho vale la pena para reflejar la complejidad de aquellos tiempos. La jefa de azafatas al dirigirse a los pasajeros dijo: “Austral Líneas Aéreas saluda a los liberados en esta nueva etapa de nuestra querida patria”. Recuerdos de un mundo que nunca existió.

Tanto es así que en un momento Santucho, jefe del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), nos propone ser garantía de un intercambio de prisioneros entre el Ejército y el ERP, éramos Diego Muñiz Barreto y yo. Todo esto pasaba antes de que asumiera el gobierno, es ese conflictivo interregno. Un día, estábamos en el penal hablando con los detenidos y de pronto se produjo un griterío de algarabía. Ellos tenían su sistema de radio y habían escuchado que un oscuro personaje había sido asesinado por un compañero. Luego nos enteramos que la víctima era el Almirante Hermes Quijada, odiado por ser identificado como uno de los responsables de la masacre de Trelew.

Retorné a Capital y fui convocado por compañeros al velatorio de Víctor José Fernández Palmeiro, quien había ejecutado a Quijada y fue herido de gravedad por el chofer. Con ese asesinato intenta surgir una nueva fracción del trotskismo que fue el ERP 22. Y yo tuve que ir a su velatorio, porque no quiso atención hospitalaria para no volver a la cárcel. Él se había fugado, en una aventura muy comentada: tenía un hermano mellizo, lo fue a ver y se cambiaron la ropa. Esas fueron historias inolvidables, recuerdo que en el velatorio éramos cinco en un departamentito, ocultos de toda mirada policial.

La idea de que la democracia no podía darles la libertad a los presos no era cierta, porque efectivamente logramos liberarlos con una urgencia mayor a la que la lógica aconsejaba. Sin embargo, la democracia no les alcanzó. No había pasado más de un mes cuando varios me plantearon que volverían a las armas. La concepción de la guerrilla de asumir la democracia implicaba tan sólo un escalón para sus sueños revolucionarios, la gran mayoría compartía ese concepto.

Ser gobierno y guerrilla a la vez desnuda una deformación psicológica e ideológica que aún hoy no lograron explicar.

El ERP jamás se comprometió a abandonar la lucha armada. Sin embargo, más absurdo era el caso de Montoneros, que la seguía reivindicando con todos los cargos que tenía en el gobierno de Perón. El conflicto se extendía a las gobernaciones de Buenos Aires, Córdoba y Mendoza, que por sí solas implicaban una responsabilidad enorme que nunca se animaron a asumir. Ser gobierno y guerrilla a la vez desnuda una debilidad, una deformación psicológica e ideológica que aún hoy no lograron explicar.

Tenían cinco gobernadores, tenían ministros, con todo ese espacio, siguieron con la idea de que el poder sale de la boca del fusil, con todos esos cargos siguieron insistiendo en esperar el triunfo militar y Perón que les decía, cada vez que los podía recibir -y lo hizo muchas veces- “Señores, ninguna fuerza sublevada puede derrotar a un ejército regular”.

Esta es la confrontación que tiene Perón con Cuba, ejemplo irrepetible por ser una isla. Allí se asentó su debate con John W. Cooke y este fue el conflicto real que tuvo Perón con la guerrilla. Luego termina con esta situación de que los deudos -madres y abuelas- los sustituyan instalando el dolor como recuerdo de su desmedida violencia. En cuanto al número – treinta mil- no voy a ingresar en ese debate porque conozco el origen de esa cifra para poder explicar el genocidio. No obstante, insistir con el incremento del número de caídos no sirve para reivindicar la locura de enfrentar a un ejército donde no hubo guerra, sino sólo cacería y así fueron a una derrota segura.

Llama la atención que nos convertimos en el país con mayor número de guerrilleros y sin ningún poder político como fruto de semejante entrega. Y ser el país con mayor número de desaparecidos, habla de nuestro inconsciente colectivo. Desde que Sarmiento propuso “civilización o barbarie”, parecería que cada bien nacido debería elegir entre uno de esos dos sinsentidos. Perón había vuelto para pacificar, la guerrilla y los militares lograron que retrocediéramos, y hoy la pobreza sin límites expresa el resultado de semejante pequeñez.

La muerte se va ocupando de resolver un conflicto mal planteado. No había civilización ni barbarie. Lo único que se podía hacer para forjar un país era ayudar a civilizar la barbarie, y a educar a los supuestos civilizados para que respeten a los necesitados.

Ese año fue el espejo y la síntesis del siglo. En mi humilde experiencia pasé de ser cajero del Mercado de Abasto a Diputado nacional, acompañé durante semanas a los presos en la cárcel de Trelew, fui responsable de los dos primeros aviones que acompañaron la euforia de los liberados desde aquella cárcel que parecía inexpugnable, más dura y distante. También me ocupé de ayudar a liberar los ministerios ocupados por compañeros que sólo querían participar.

Mi vida y la de muchos, los que experimentamos más de una década en tan solo un año. Son regalos de la vida, o quizás castigos, a veces dudo por lo oscuro de sus resultados. Había violencia política, sobraba trabajo y no era necesario un solo subsidio por desempleo. Y las calles eran seguras, existía la muerte por razones políticas pero nunca el robo por necesidades privadas. ¡Quién no sueña en recuperar la grandeza de aquellos tiempos! Los ricos eran pocos, los pobres casi no existían, el dinero no era un tema de las charlas cotidianas, el futuro parecía al alcance de la mano, eso que hoy se nos ha vuelto imposible.

Fuimos patria, soberanos e integrados, los más desarrollados del continente. La lacra mercantilista intentó culpar a Gelbard pero la deuda la generaron ellos, Martínez de Hoz y Domingo Cavallo y la derrota militar, también asesinaron y endeudaron y todo eso en aquel año, algo que no figuraba ni en la peor de las pesadillas.


(Infobae)

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