LA ESPERANZA ESTÁ CARÍSIMA

OPINIÓN

El domingo los argentinos volverán a las urnas. ¿Qué cambió con respecto a ocasiones anteriores?

Por Sergio Schneider

En septiembre de 2021, la Universidad Argentina de la Empresa (UADE) difundió los resultados de una encuesta de alcance nacional que se dedicó a explorar cómo veían los argentinos al futuro. Aunque fue realizada en un contexto que podría considerarse mucho más amable que el que vivimos actualmente, las conclusiones eran el crudo retrato de una sociedad sumida en el desaliento.

En aquel sondeo, el 66% de las personas que respondieron a los encuestadores dijo suponer que la situación social en el país iba a ser peor en los diez años siguientes, una marca que se volvía más fuerte todavía entre los jóvenes, ya que el porcentaje subía al 71% en la franja etaria de 16 a 24 años y al 77% en el segmento de 25 a 34 años.

Como derivación lógica de esos números, más de la mitad de los consultados decía preferir que su vida continuara en otro país, mirada que de nuevo se acentuaba en las franjas jóvenes, con un 70% para los encuestados de entre 16 y 24 años.

En febrero de este año, el Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano relevó la misma temática. La victoria futbolística nacional en Qatar, vivida como una gesta argenta, estaba fresca. Pero ni aun así los resultados mejoraron. El 70% de quienes respondieron a la encuesta dijo ser nada o poco optimista sobre el futuro del país. El resto se repartió en un 17% con un optimismo moderado y una minúscula porción del 3% que se declaró "muy" optimista.

En marzo, también de este año, la Universidad del Siglo XXI presentó otra encuesta, de realización propia, entre personas de 18 a 65 años repartidas en ocho conglomerados de las diferentes regiones del país. Allí, el 82% de los jóvenes dijo sentir que el sistema educativo no los está preparando para el mercado laboral de los años que vienen. El 20% opinó que el Estado no garantiza los derechos de los ciudadanos y el 80,2% afirmó percibir que las instituciones públicas no luchan contra la corrupción. Solo el 21,5% dijo creer que la situación del país cambiará en el futuro.

Todavía más cerca en el tiempo, en junio, la consultora internacional Ipsos, que releva el clima de opinión público en 29 países, midió que el 78% de los argentinos supone que la inflación será todavía peor en 2024, y la tercera parte de los encuestados dijo intuir que el problema inflacionario nacional "nunca" tendrá solución. El 92% consideró, además, que el país va en un rumbo económico "equivocado".

CALDITO

Las cifras muestran, en definitiva, el caldo en el que se cuece la campaña electoral presidencial, que tendrá su primera elección el domingo que viene. Es, posiblemente, la definición marcada por los niveles de desesperanza más altos en la historia democrática de la argentina.

Se podría decir -y sería atendible- que algo similar sucedió con la votación de 2003, cuando la frustración, la bronca y el empobrecimiento hicieron que ninguno de los candidatos superara el 25% de los votos y cinco de ellos quedaran apretados dentro de una franja que iba del 14 al 24% de los sufragios. Néstor Kirchner asumió la presidencia con apenas el 22%, ya que el postulante más votado, Carlos Menem (24%), se bajó de la segunda vuelta a sabiendas de que no tenía chances en ella. Sin embargo, aquel año los argentinos no tenían el ánimo de este 2023.

Veinte años atrás, el colapso del plan de convertibilidad -la ruptura brusca y definitiva de la paridad entre el peso y el dólar- tuvo un proceso previo que fue relativamente breve y precipitado. La crisis estructural de la economía comenzó a ser percibida -sobre todo por una recesión que hizo crecer los niveles de desempleo- en 1997, tuvo su pico más alto en el estallido de diciembre de 2001 y en 2003 ya mostraba un rebote económico notorio, con Eduardo Duhalde como presidente interino y Roberto Lavagna en Economía. Habían pasado cuatro a cinco años de crisis y deterioro social. Los ingresos de la población comenzaban a recuperarse.

Esta vez es diferente. La longitud de la crisis es muchísimo mayor. La Argentina viene en cuesta abajo desde 2010. Y además, el cambio de tendencia en la economía cotidiana brilla por su ausencia. Por el contrario, el escenario económico y social de este año es claramente más delicado que el de todos los períodos anteriores. Como marcó Agustín Salvia, el director del Observatorio de la Deuda Social Argentina, en su visita reciente a Resistencia: hay un tercio de la población del país que es pobre hace treinta años, y a ella se suman cada mes miles de familias de clase media que tienen trabajo pero con ingresos que no les permiten cubrir sus gastos básicos.

CAMBIOS

Los cambios de ciclo, en la Argentina, siempre se dieron a fuerza de crisis y fracasos. Raúl Alfonsín, que llegó a ilusionarse con liderar un "tercer movimiento histórico", tuvo que adelantar la entrega del poder cinco meses, en 1989, porque la hiperinflación había incendiado su crédito político. Menem, diez años después, no pudo mantener al peronismo en el poder por la recesión y porque el "uno a uno" se agrietaba de manera irreversible. El kirchnerismo capituló en 2015 por los niveles crecientes de inflación y los casos de corrupción. Mauricio Macri enterró su sueño reeleccionista en 2019 porque agravó las cifras de inflación y pobreza.

A la vez, en cada una de esas estaciones de nuestra historia había dosis considerables de esperanza. Menem logró una elevada adhesión con sus promesas de "salariazo" y "revolución productiva" mientras Alfonsín tiritaba a bordo de su embarcación azotada por la tempestad; Fernando de la Rúa encarnó la ilusión de la clase media de tener un gobierno razonable, con empleo y transparencia; Kirchner, apadrinado por Duhalde, hablaba de garantizar que la recuperación continuaría.

DECEPCIONES

Todas las etapas terminaron de manera decepcionante. El año pasado, Alberto Fernández dijo que la inflación, el problema que hoy más preocupa a los argentinos, es "una maldición con la que hemos crecido". Y no: los fenómenos paranormales no tienen nada que ver. La maldición es no haber tenido al mando de la nación a estadistas que pensaran en lo que el país y sus habitantes necesitaban, no en lo que a ellos les resultaba útil para ganar las elecciones siguientes.

El electorado de Javier Milei, el hombre del momento, se nutre centralmente de quienes crecieron palpando esa Argentina. Gente de 30 años o menos que la única vez que se sintieron orgullosos de ser argentinos fue en diciembre pasado, cuando Messi y Scaloni levantaron la Copa. Eran niños cuando vieron a sus padres sufrir el 2001, adolescentes cuando la inflación se aceleró y comenzó a comer progresivamente los hábitos de bienestar de sus familias, jóvenes cuando se dieron cuenta de que viven en un país que si el mundo va para allá acelera hacia acá.

A diferencia de sus padres y abuelos, nunca conocieron la Argentina en que trabajar era ser de clase media y ser de clase media era llegar más temprano que tarde a la casa, al autito, a una educación pública óptima que convertía a los colegios privados en una innecesaria extravagancia de ricos. No les tocó vivir la escalera del tobogán sino el plano inclinado. Y, encima, nadie les ha pedido disculpas por ello.

Con todo, la esperanza hace falta. Posiblemente, más que nunca antes. La bronca, por sí sola, suele comprar remedios que resultan peores que la enfermedad. Pero, a la vez, ¿quién podría reprocharles un error? ¿Nosotros, los que nos hemos equivocado siempre?

(Diario NORTE)


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