OPINIÓN
El proceso electoral genera miedos y la rara situación de una elección sin esperanzasHay esencialmente dos visiones distintas de la vida: algunas minorías que se consideran superiores y, en consecuencia, no respetan al resto, y los convencidos de la igualdad humana, más allá de los avatares de la realidad. Sarmiento y Borges, por nombrar a personalidades relevantes de nuestro breve suceder, imaginaban la existencia de una minoría lúcida que, en alguna medida, debía educar al resto. La mirada opuesta se desarrolla, entre tantos otros, en Yrigoyen y Perón, los dos que imponen la democracia y, por lo tanto, superan el vicio de las minorías que soñaban con el voto calificado. Esto implica asumir que el mayor nivel de conciencia está en el seno del pueblo y no, en las vanguardias iluminadas.
La secuencia de los reiterados golpes de Estado desnuda la concepción del mundo que alberga nuestra supuesta “clase alta”, y todavía cada tanto aparece un insensato que recuerda o, mejor dicho, imagina que alguna vez fuimos “un gran país”. Una cosa es tener ricos y otra muy distinta ser un país rico. La construcción de la conciencia nacional es un largo y complejo proceso que, en el presente, se encuentra en riesgo de extinción.
Tuvimos una oligarquía ganadera que asombró a París con su riqueza. Luego, se desarrolló una burguesía industrial que fue masacrada en el último golpe, cuando la ley de entidades financieras impuso la renta por sobre la producción. La dictadura violó los derechos humanos para imponer una concepción de la política y de la economía que todavía no logramos superar. Si nos comparamos con Brasil, entendemos que ellos comparten el patriotismo por encima de las diferencias ideológicas. Lo mismo pasa en Chile o en Uruguay. Nosotros nos debatimos entre la voluntad de ser patria y el sueño de muchos de convertirnos en una colonia que genere recursos primarios y les permita instalarse entre los ricos del mundo, al margen de la situación de su población, a la que ignoran.
Llevamos cuarenta años de empobrecimiento, en los que se impuso el liberalismo extranjero, portador de la idea de que es lo mismo una empresa nacional que una extranjera. Si uno visita Europa y recorre sus mercados que mantienen la esencia de sus tradiciones, verá que nosotros los degradamos en supermercados, en su mayoría, extranjeros. Puede ser un dato de color, pero define mucho de la frivolidad de nuestro pretendido “progresismo”. Recuerdo el Abasto, el Mercado del Plata, el de Constitución, el de Primera Junta y el de Juramento; aquellos honrados puesteros fueron expulsados por una modernidad que nos deja sin las escasas expresiones de nuestra compleja identidad. Debemos reivindicar la vigencia de FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina, fundada por Arturo Jauretche, Homero Manzi, Raúl Scalabrini Ortiz, entre otros), recuperar la vitalidad de aquellos poetas y escritores que nos instalaron en el mundo con los signos de nuestra originalidad. Fuimos todo lo que la oligarquía odiaba: el fútbol, el tango y el peronismo.
Si los países dueños de historias milenarias marcan la importancia de sus tradiciones, resulta irracional -o, lo que es peor, perverso- que nosotros imaginemos la modernidad como la destrucción de la identidad. Tanto Menem como los Kirchner usaron el nombre del peronismo para traicionar sus ideas. La privatización de YPF, de los ferrocarriles, de los aeropuertos, de la luz y del gas degrada la idea de “inversión” en la simple entrega de lo propio. El saqueo de ese patrimonio nos confirió una estabilidad económica ficticia que, en su estallido, nos dejó sin las empresas y sin sus rentabilidades y con sus trabajadores subsidiados y cortando nuestras calles. Privatizar lo que da pérdida no puede ser justificado por ninguna variante del capitalismo. Es que primero, degradaron al Estado y luego, impusieron el imperio de lo privado.
Hoy se utiliza el nombre del peronismo para abrazar sus logros como recuerdos y traicionar sus objetivos al servicio del oportunismo de turno. De las tres fuerzas políticas vigentes, una es decididamente colonialista e irracional y las dos restantes mantienen la concepción de democracia sin alterar en lo más mínimo las raíces de nuestra degradación. El proceso electoral genera miedos y la rara situación de una elección sin esperanzas. Asumamos que las dos fuerzas democráticas albergan tanto sus conflictos como su falta de grandeza; quizá, la presencia de la demencia nos obligue a valorizar su vigencia.
Estoy convencido de que Milei no llega al balotaje y de que entre las otras dos fuerzas podremos encarnar la esperanza de un gran acuerdo nacional. El imperio de los economistas y los encuestadores es un síntoma patético de la ausencia de la política como proyecto colectivo. Tal vez, este fuerte escepticismo nos permita encontrar una digna salida a nuestras miserias.
(Infobae)
Comentarios
Publicar un comentario