LAS CONFESIONES VELADAS DE BERGOGLIO

OPINIÓN

Cuando habla el Papa uno no sabe muy bien si está hablando una persona ignorante o alguien muy maquiavélico 


Por Carlos Mira

Que, aunque sabe cómo son o cómo deberían ser las cosas (aun cuando lo sepa instintivamente y no porque se haya instruido sobre la materia) emite opiniones demagógicas para intentar mantener su mercado de fieles.

Ahora tuvo una referencia hacia la Argentina y los argentinos con la que esta columna tiene un acuerdo pleno: el problema de la Argentina son los argentinos.

Para respaldar su punto de vista le contó a una feligresa el viejo cuento del ángel quejoso en le reclama al Señor por qué le ha dado tantas riquezas a la Argentina en contraposición con la escasez de recursos con la que castigó a otros países. Dios le responde que es muy consciente de eso y que por esa misma razón, para compensar, pobló a esa tierra con argentinos.

El problema surge cuando el Papa intenta explicar por qué para él el problema son los argentinos.

En un momento parece insinuar que la dificultad ocurre porque a pesar de las señales respecto de los errores que comenten, los argentinos no cambian. “Cuando una cosa no funciona, cambiamos” dijo Francisco.

Ahora bien, ¿Qué quiso decir con eso? ¿Qué la gente “normal” cuando una cosa no funciona cambia (lo cual es deseable y es, justamente, lo que no hacen los argentinos)? ¿O, por el contrario, Bergoglio sugiere que un “tropezón” no debería ser motivo para discontinuar el camino y, al contrario, se debería perseverar en él, cosa que los argentinos no hacen y que, según él, es lo criticable?

El punto es importante porque según sea lo que el Papa está insinuando, puede ser un disparate o un buen consejo (y al mismo tiempo una señal de que Bergoglio estaría empezando a entender –un poco tarde para mi gusto- cómo funcionan las cosas en el mundo real).

Lamentablemente, lo que siguió después en esta breve charla con su ocasional interlocutora da para entender que el Papa continúa convencido de sus disparates y que sigue sin entender nada. El desarrollo de su idea permite concluir que Bergoglio no le está pidiendo a los argentinos que cambien, sino todo lo contrario.

Para profundizar su teoría dijo que los argentinos padecen del defecto de “dejarse estar”, “de abandonar” lo que están haciendo cuando surge la primera dificultad.

Quiso ilustrar con un ejemplo su idea y recurrió a los partidos del Mundial en donde la Selección, -en los encuentros con Holanda y con Francia- parecía tener los partidos ganados fácilmente y por “abandonarse” y “creer que ya estaba”, casi los pierde.

Francisco dijo: “El problema de la Argentina somos nosotros, que tantas veces no tenemos la fuerza para ir adelante, para ser constantes en ir adelante… Cuando una cosa no funciona cambiamos… A veces creemos que con tres pasos termina todo, pero falta todo un camino… Hay que mirar siempre el final del camino y no frenarse a la mitad”.

A ver, a ver, a ver, Bergoglio de mi vida… Si hay algo que los argentinos vienen haciendo, al menos durante los últimos 80 años, es insistir tozudamente con un camino que los ha llevado a la miseria.

Si hay algo que ha caracterizado a los argentinos es, justamente, no cambiar y seguir aplicando el mismo tipo de “camino” que los condujo al desastre. No sé dónde es que usted ve un “arrepentimiento” o un “abandono” del camino. El problema no es abandonar o no abandonar, Bergoglio, querido: el problema es el camino.

Y el camino es un camino que usted ha abonado y respaldado desde hace al menos 50 años cuando recién empezaba como cura comprometido con el “humanismo” pero que, al mismo tiempo tenía un dudoso contacto con los militares de la dictadura.

Ese camino, Bergoglio, es un camino que ensalza la pobreza como el estado más puro del hombre. Un camino que vuelve loco a cualquiera cuando luego, se da vuelta, y se queja airadamente por la situación de los pobres.

Ese camino, querido Bergoglio, es el camino que tacha como inmoral y casi como una blasfemia la idea que, justamente, ha sacado de la miseria y de la pobreza a millones de seres humanos desde las oscuridades del despotismo hacia la luz de la libertad.

Ese camino, que usted apoya, ha elevado tiranos a diestra y siniestra que se han enriquecido personalmente al mismo tiempo que enviaban al barro a los pobres que a usted tanto parecen interesarle.

Ese camino, Bergoglio, es el que llevó a la Argentina a transformarse en un país marginal e insignificante, cayendo desde lo más alto de la pirámide mundial, adonde había llegado, justamente, siguiendo el camino de la Constitución y de Alberdi, cuya obra, estoy seguro, usted ignora por completo.

¡Ojalá los argentinos fueran de abandonar los caminos que empiezan! Si así fueran abandonarían este sendero de miseria y pobreza a las que lo condenan ideas como las que usted cultiva.

Sí tiene razón en un punto: en un momento crucial de su historia, cuando ciertos problemas externos conmovieron el orden que tanto brillo le había dado al país, los argentinos dudaron y, en lugar de “ver el final del camino” -como usted dice- prefirieron volver, como los caracoles en apuros vuelven a su seguro caparazón, a la mansedumbre de sus ancestrales costumbres paternalistas, estatistas, centralistas y fiscalistas heredades de sus tradiciones básicamente españolas.

Ahora con el ropaje del fascismo -la moderna indumentaria de los viejos absolutismos de la Edad Media- los argentinos creyeron que abrazarían el nuevo camino que los sacaría de los peligros a los que los sometía la integración mundial. Encerrados y aislados, gritando a los cuatro vientos un rancio nacionalismo, estarían seguros.

Como no podía ser de otra manera, el resultado fue el desastre. Pero esta vez no hubo cambio sino una obcecada insistencia. El “nuevo camino” guardaba una cálida familiaridad con lo más profundo de las costumbres, de las tradiciones y de la herencia cultural de la patria: confiar en un fetiche salvador, en lugar de confiar en las fuerzas y las agallas individuales de cada uno.

Por lo tanto, al contrario de los que usted marca, Bergoglio, los argentinos seguimos insistiendo en el mismo camino sin advertir que nos dirigimos a un pozo sin piso.

Quienes lo escuchamos desde hace años no estamos sorprendidos. Solo tenemos, como decíamos al principio, una intriga: ¿usted hace los que hace y dice lo que dice porque es un ignorante o porque forma parte de la maquiavélica maquinaria de intereses que mantiene en la riqueza y en la impunidad a una raza privilegiada y al pueblo raso en la miseria más miserable?

Sería interesante que, un día de estos, pase por el confesionario y nos saque las dudas a todos. Eso de andar con confesiones veladas no es del todo bueno para un cristiano.

(The Post)


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