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OPINIÓN

Se puede pensar y sentir de diferentes maneras frente a lo sucedido. Lo que no se puede, es ser neutral


Por Sergio Schneider

En todo acontecimiento, siempre hay una dimensión humana. Una manera personal de vivirlo o percibirlo, que queda expuesta tanto en las manifestaciones elocuentes como en aquellas que parecieran transmitir la nada misma. Decimos algo con lo que hacemos, pero también con lo que no.

Esa ecuación pasa inadvertida en las cuestiones más cotidianas y pasajeras, porque circulan tan fugazmente que a veces ni siquiera nos dan tiempo de pensarlas, procesarlas, darles un lugar, fijar una posición frente a ellas. Pero cuando aquello de lo cual estamos siendo espectadores o partícipes se sale de lo común, el margen para la mirada aséptica se empequeñece de un modo extremo.

La desaparición y casi segura muerte de Cecilia Strzyzowski es una de esas situaciones. Se puede pensar y sentir de diferentes maneras frente a lo sucedido. Lo que no se puede -simplemente porque tal posibilidad no está disponible- es ser neutral.

¿UNA GIRA MACABRA?

El avance de la investigación penal sobre el caso va completando desde hace una docena de días una historia tenebrosa, por las características del final que habría tenido la vida de Cecilia: asesinato, descuartizamiento, eliminación cuidadosa de sus restos. Es la hipótesis que más coincide, hasta ahora, con los elementos reunidos.

En esa reconstrucción de lo que pudo haber sucedido, los ejecutores son los Sena. No está claro quién de los tres la habría matado. El fiscal Jorge Cáceres Olivera reveló que a su juicio fue Marcela Acuña, a quien -según sus palabras- "se le fue la mano" en una discusión sobre una cuestión económica indeterminada que estalló en la mañana del viernes 3 de junio en la casa de los referentes piqueteros.

Tomando por cierto que las cosas ocurrieron así, surge una primera duda. ¿Fue entonces la muerte de Cecilia consecuencia de una discusión repentina que se salió de control y generó un hecho irreversible de violencia? ¿Fue asesinada sin que hubiera un plan premeditado para llevar a cabo el crimen? Y si fuera así, ¿cómo calza en la historia el viaje al sur, que en realidad nunca estuvo programado porque no había reserva alguna en ningún vuelo a nombre de ella y su pareja?

Salteemos ese interrogante. La investigación dice que a continuación surgió la decisión de hacer desaparecer los restos de la joven. Creen que de eso se encargó Gustavo Obregón y suponen que el cuerpo de Cecilia no estaba entero sino desmembrado. El informe sobre los movimientos del celular de Obregón en las horas siguientes lo sitúan saliendo desde Resistencia hacia Colonia Baranda primero, desde allí hacia Charadai, luego a Villa Ángela y después el regreso a la capital. ¿Fue una gira macabra para deshacerse en diferentes lugares de los restos de la víctima?

Allí las suposiciones vuelven a tomar caminos diferentes. Una posibilidad es que, sí, el fin haya sido desparramar por distintos puntos del territorio provincial lo que quedaba de Cecilia. Otros creen que todo ese trayecto se hizo a sabiendas de que, una vez que la desaparición saliera a luz, el rastreo telefónico se efectuaría, y que entonces serviría haber dejado una pista geográfica falsa. "Mi impresión es que los restos se eliminaron en un solo lugar, pasearlos por la ruta tantos kilómetros era exponerse a que un control policial detuviera la camioneta y los encontrara", decía ayer una fuente.

Hay indicios de que toda la trama de encubrimientos y maniobras distractivas no incluyó solamente a los Sena y a Obregón. En las 72 horas siguientes a la última vez en que se vio a Cecilia con vida (las 9.23 de la mañana del viernes 3), un total de diez integrantes del clan Sena cambiaron sus teléfonos por equipos nuevos. Los viejos desaparecieron. ¿Qué podía haber en ellos?

MUNDOS PARALELOS

Salgámonos del expediente. Miremos las reacciones. Por un lado, el estupor y el dolor de la familia de Cecilia. También, el espanto social que dio lugar a una manifestación de dimensiones inéditas para el Chaco. Posiblemente la concentración popular espontánea más grande de la historia de esta provincia. Las estimaciones oscilaron entre las 20.000 y las 30.000 personas. En un día hábil, a una hora en que las familias comienzan a resguardarse en sus hogares, con un frío de esos que en nuestra provincia -habituada a las jornadas cálidas- vacían las calles.

En esa multitud, los periodistas locales y del resto del país que buscaban testimonios entre la gente se encontraron con un común denominador: la emoción que quebraba las voces. El horror que puede calar más que el peor invierno.

Por un camino paralelo (absolutamente paralelo), iba otra parte de la sociedad que somos, buscando relativizar la gravedad del caso o su significación social; denunciando una supuesta utilización política de la muerte de Cecilia; planteando sesudos análisis sobre lo mal que les hace a los seres humanos el exceso de información; bardeando a periodistas y medios en las redes; o simplemente construyendo silencio. Todo el silencio posible. Sin posteos como los de otros tiempos. Sin preguntar desde sus cuentas dónde está Cecilia, sin fotos con carteles exigiendo justicia, sin docentes tomando asistencia con el nombre de Cecilia Strzyzowski.

MUERTES MALAS, MUERTES BUENAS

Sucede que hay una manera de entender la vida, muy filtrada por una manera patológica de entender la acción política, que considera que hay muertes malas y muertes buenas, crímenes que son condenables y otros que son plausibles.

La revisión de la violencia de los ’70, por ejemplo, está impregnada de esa impronta. Según ella, el terrorismo de Estado ejercido por la ultraderecha peronista antes del golpe de 1976, y luego por la dictadura militar, fue aberrante. Y nadie podría negar que lo fue. Pero el terrorismo de izquierda es reivindicado una y otra vez. A pesar de que -en una medida muy inferior a la del "Proceso", claro- también secuestró y asesinó a sangre fría. ¿Por qué entonces justificarlo? La respuesta es: porque mataban por la Patria. Exactamente lo mismo que luego dirían los militares genocidas para defender su propio plan de exterminio.

En un audio de WhatsApp que circuló meses atrás, Emerenciano Sena le hablaba a sus seguidores sobre el asesinato del empresario Andrés Blaquier, acribillado por motochorros en la Panamericana para robarle su moto. Era un mensaje de tono aleccionador, en el que mostraba interés en interpretar la noticia para que los suyos entendieran la significación del episodio. Y allí decía que el homicida de Blaquier era "un héroe anónimo". Había terminado con la vida "de un oligarca". Conviene recordar que no sucede solo de ese lado: hay gente que celebra las ejecuciones callejeras de delincuentes y tiene debilidad por los videos que las reproducen.

Si las hipótesis de los fiscales del caso Cecilia se confirman, habrá un asombro retroactivo por la frialdad con la que los protagonistas no solo negaban cualquier participación en su desaparición sino que hasta buscaban manchar a su madre desesperada diciendo que "le estaban pagando" para desprestigiar al yerno y a sus padres.

Pero también resultará más inexplicable aún la indolencia de los que en estos días optaron por hablar de todo menos de lo importante, la bajeza de los que hicieron su aporte a las estrategias de la confusión, la pequeñez de quienes se mostraron incapaces de entender que hay campanas que, cuando suenan, suenan para todos. Los que hasta replicaron las versiones echadas a rodar desde el núcleo próximo a Sena, que hablaban de una partida voluntaria de la joven hacia otra provincia con un amante o incluso de una "fuga con plata".

Esa gente que lleva en lo más profundo, en el alma que envasa la esencia de su humanidad, un interruptor que la enciende y la apaga según la ocasión.

(Sergio Schneider / NORTE Chaco)


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