HERRAMIENTAS GRATIS

OPINIÓN

Mucho se ha hablado y mucho se hablará sobre las posibilidades de trabajo de alguien que pide dinero en la calle

Por Nicolás Lucca

Sin embargo, nos encontramos en una economía en la que todo, absolutamente todo está roto menos un dato estadístico: la cifra de desempleo. Es más, eso nos ha llevado a la tristisisísima afirmación de que hoy se es pobre a pesar de contar con empleo registrado.

Antes que nada habría que aclarar que los índices de desocupación no mienten en base a nuestra percepción. Si veo a mucha gente en situación de calle no quiere decir que el índice mienta. Primero, porque es la gente que yo veo y el país es mucho más grande. Y segundo, por un tecnicismo en la fórmula de medición. En una era de trabajo para tirar al techo, hace mucho tiempo en una galaxia muy lejana, se definió que un desempleado es un ciudadano con capacidad de trabajar, sin empleo y en búsqueda activa de encontrar una relación laboral.

“Búsqueda activa” es todo un tema. Imaginen a Pedro que se queda sin trabajo un viernes porque cerró el local en el que trabaja. Sale el sábado a repartir currículos por una zona. Aplica a todos los puestos que le aparecen en LinkedIn, ZonaJobs y demás sitios por el estilo. Para el lunes ya participa de algunas entrevistas online y luego sale a buscar más trabajo de forma presencial. Su dinero se escurre. La inflación no ayuda. Imaginen que la situación de Pedro se repite día a día hasta que llega el punto de elegir entre cargar la SUBE o comprar un cacho de comida.

Si Pedro deja de buscar trabajo y comienza a buscar dinero para comer, ha dejado de ser un desempleado. Ahora es un desanimado. Felicitaciones, Pedrín.

El desanimado es un concepto que tenía validez hace mucho tiempo en una galaxia muy lejana, cuando alguien no tenía ganas de trabajar. O sea: no se sentía animado a buscar trabajo. ¿Ejemplos? El Ama de Casa de aquellos tiempos en los que no se las consideraba laburantes, estudiantes universitarios financiados por sus padres y, al igual que hoy, el linyera del barrio.

El tema es que con el paso de los años dejamos de notar diferencias entre el linyera y la gente en situación de calle. ¿Cómo busca empleo un tipo sin domicilio? ¿Cómo se presenta correctamente aseado a una entrevista laboral? Sí, hay ejemplos de sujetos que lograron gambetear esta situación con creatividad, como pedir permiso en un garage para higienizarse o buscar lugares con wi-fi para chequear los mensajes de correo electrónico.

Pero eso que llamamos creatividad, también es capacidad de resolución de problemas. Y podrán traerlo en sus genes, pero la inmensa mayoría de los mortales tuvimos que aprenderlo. ¿Dónde? En la escuela.

Hace muy poquitos días cruzaba la Av. 9 de Julio de a pié y vi a un sujeto con un cartel que rezaba: “Me llamo Fulano. Me quedé sin trabajo y tengo dos hijos. Solo busco empleo para poder pagar la pensión”. En esa misma esquina había un local de una cadena de cafeterías con varios carteles en los que pedían trabajadores. ¿Fulano no califica para un trabajo físico? ¿Fue a buscar y lo rechazaron?

Muchos dirán que es una estrategia. Tiendo a pensar lo mejor y, probablemente, Fulano quedó tan al borde económico que no puede esperar un mes a tener el dinero para no perder la pensión y esas horas de trabajo las aprovecha en recaudar en un círculo que no tendrá fin. Obvio, también existe la posibilidad de que no le interese y sea todo una estrategia de mangueo. Hay de todo. Pero tiendo a creer que nadie con las necesidades básicas satisfechas se pasa el día de pie por unos pesos.

Cuando hablo de excepciones congénitas a la capacidad de resolución de problemas, puedo mencionar un caso ejemplar que todos conocemos: tuvimos un presidente autodidacta y se llamó Domingo Faustino Sarmiento. ¿Qué lo llevó a encarar la patriada educativa más grande de todo el mundo Occidental de su época? Saber que tuvo suerte, que la inmensa mayoría de los chicos en su situación no tenían herramientas para una correcta subsistencia.

Sarmiento llevó a cabo una tarea didáctica bajo la premisa de que un pueblo ignorante tiende al fracaso y la tiranía indefectiblemente. Y entre los millones de problemas con los que tuvo que lidiar, hay uno que se nos pasa por alto siempre: la falta de apoyo a los escolares dentro de sus propios hogares. ¿Cómo hacía un inmigrante analfabeto que ni siquiera habla castellano para ayudar a sus hijos? La tarea fue titánica.

Hoy la educación se mide en guita. Cuánto dinero se destina y punto. Como si el dinero por sí solo fuera sinónimo de calidad. La pandemia vino a demostrar empíricamente que no son sinónimos, pero a nadie le importó. La falta de preparación de muchos docentes, la carencia total de infraestructura digital entrada la tercera década del tercer milenio y la incapacidad total de adaptación de contenidos llevó a que todos podamos asegurar que se volvió a un sistema clasista. El que tiene plata puede ver que sus hijos zafaron mejor que el resto.

Las herramientas.

Mis padres me llevan pocos años. Me tuvieron muy jóvenes. Veinte años separan el inicio de la escolarización de mi madre del mío. Menos de siete años dividen su Viaje de Egresadas de mi primer día de clases. Sin embargo, hay menos cosas en común entre los contenidos de sus materias escolares y los míos, que entre los míos y los de un chico que comienza la escolarización este año, casi cuarenta años después que yo.

Una vez husmeaba en el boletín de calificaciones de mis padres y les pregunté por una materia que no entendía qué corno significaba: Higiene y Puericultura. Enseñaban las bondades de mantener una correcta higiene corporal y del hogar, y daban las herramientas para hacerlo.

Esta materia surgió de una época en la que el cólera y las pestes de contagio diezmaban a ciudades enteras. Desapareció en algún punto de esos siete años entre el final de un período escolar y el inicio de otro. ¿Resultado lineal? Yo tenía diez años de edad y estalló una crisis sanitaria provocada por el cólera, una enfermedad absolutamente prevenible si se mantiene preceptos elementales… de higiene.

La Argentina pasó de ser el faro de la calidad educativa latinoamericana a ocupar el segundo puesto en deserción escolar de Hispanoamérica. La paliza es brutal y no es una cuestión de percepciones sino que está totalmente cuantificado por estadísticas y pruebas de estándares internacionales. Uno de cada cuatro chicos no termina la educación primaria. De lo que queda, uno de cada dos no termina la secundaria. Quienes lo hacen tienen serios problemas de comprensión de texto y una deficiencia tremenda en la resolución de problemas. Si a ello le sumamos el nivel patético de contenidos en educación cívica, el combo es letal.

Ya perdí la cuenta de todas las veces en las que me he encontrado en una situación crítica en materia económica. Literalmente. O quizá sea más sano no contabilizarlas.

El asunto es que de todas ellas salí/sobreviví con creatividad y la aceptación de que el trabajo soñado no es lo mismo que el trabajo deseado. El primero es una meta que no siempre se alcanza, el segundo es el que te paga las cuentas. ¿Qué más deseable que poder comer todos los días y tener un techo?

No podría haber trabajado en un kiosco de diarios si no hubiera comprendido las nociones básicas de la aritmética. ¿Dónde? En la escuela, damas y caballeros. Nunca habría podido conseguir todos los empleos que me ayudaron en momentos críticos si no supiera escribir de un modo decente. ¿Quiénes me enseñaron? Mis docentes. No habría podido lograr algo de estilo reconocible si no fuera por el mix de todos los libros que he leído. ¿Quiénes me fomentaron la lectura? Mis docentes.

Luego vienen los imponderables de esas materias que odiamos porque no entendemos qué corno hacen en la carrera. Bueno, mis cuentas no podrían sobrevivir a este contexto si no hubiera tenido Matemática Financiera; jamás comprendería el funcionamiento de una empresa sin Organización o Sistemas Administrativos. Y todo, absolutamente todo lo que sé sobre Derechos, Obligaciones y Garantías no lo aprendí en la Universidad. Fue antes de que me crecieran pelos en las piernas en un lugar llamado Escuela.

Incluso la dinámica de la educación forma al futuro ciudadano. Saber que el esfuerzo lleva al logro, que la mayoría del tiempo estará dedicado a cosas que no nos interesan pero que son necesarias para alcanzar nuestras metas, y la gran desaparecida en democracia: la tolerancia a la frustración.

Todo lo que me llevó y lleva a sobrevivir tiene dos aristas básicas: darle para adelante y las herramientas de la educación elemental.

Cosas que eran normales en sujetos que no habían terminado primer grado en la era de mis abuelos, se normalizó para quienes no tuvieron la primaria completa en la generación de mis padres, o quienes no consiguieron finalizar la secundaria en mi generación. Hoy podemos ser testigos de señores educados que no entienden el valor de una ironía y que no logran dimensionar la potencia de las palabras.

Más allá de las Escuelas Técnicas, cualquier escuela debería enseñar lo básico para cualquier empleo. Así fue por décadas. Desde la política de premios y castigos, hasta el mérito para la obtención de logros; desde saber cómo escalar un problema sin ir directamente con la máxima autoridad, hasta el cuidado de los espacios comunes. Así se formó el país que conocemos.

Claro, hablo de un sistema educativo que funciona. En buena parte de nuestro sistema, lamentablemente, la escuela es sinónimo de dos cosas: comida y obligación. Y fíjense lo que habrá logrado aquel sistema que todavía tenemos una bandera que flamea a pesar de todos los desastres que hicieron sobre la política educativa. Reformas llevadas a cabo por sujetos que se creen tan superiores que consideran que el sistema educativo que los formó a ellos, no sirve.

La escuela me fomentó la creatividad resolutiva. Siempre odié las matemáticas. Fui un abonado a la mesa de diciembre desde Primero hasta Quinto año. ¿Acaso hay mejor forma de entrenar la cabeza para la resolución de problemas que no nos gustan y que, precisamente, por eso les llamamos problemas en la vida real?

Fue la escuela la que me fomentó la curiosidad por el mundo que me rodea. Fue allí donde aprendí que no puedo caerles bien a todos, ni a muchos ni a unos cuantos. Que no todos los docentes saben mucho, que otros son dignos de admiración, que cuando no estamos a la altura de las circunstancias se puede pedir ayuda, pero no un salvoconducto.

Si no supiera escribir, si no tuviera la capacidad de pensar cómo generar un nuevo ingreso, si no tuviera una total comprensión de que cualquier trabajo es digno con tal de salir del paso, hoy la pasaría mucho peor.

No es normal que yo deba sentirme afortunado por contar con estas herramientas. Es lo mínimo deseable en un sistema educativo, que no es otra cosa que capacitar al ser humano para la mayor de sus aventuras: la vida.

Por eso no me parece un concepto reiterado y gastado hablar de la educación como base. No es poca cosa y no puede ser solo un tema de campaña. El que hable de mayor presupuesto a secas, perdió mi atención. Quiero un plan. Uno serio, factible, con plazos y muestreos de evolución. Y quiero que nadie, pero absolutamente nadie de los grandes cracks de la educación que han pululado por algún ente destinado por lejos a la enseñanza en los últimos cuarenta años asome, siquiera, la nariz. Este desastre también es de ellos.

Deberíamos contar con más herramientas por haber pasado por las aulas. Recién ahora se habla de educación financiera en el país de la perpetua crisis financiera. Quizá sea hora de enseñar cómo formar un microemprendimiento, o cómo tener una entrevista de empleo como si nos interesara ese empleo. Ni que hablar de volver a enseñar educación cívica como corresponde y no como una simple expresión de cómo ser un buen ciudadano.

Porque en un país que supo ser un ejemplo mundial de política educativa, es insultante que prácticamente nadie sepa las diferencias de deberes y obligaciones entre senadores, diputados, nacionales, provinciales, concejales, intendentes, gobernadores y demás. No es normal que un ministro sostenga que se puede hacer cualquier cosa si la gente lo vota, cuando no es cierto. Menos normal es que lo diga un Presidente. Insólito es que no exista una persona con poder de comunicación que diga “es mentira”.

Porque en un país que ha hecho de la escolarización su principal bandera, es insoportable esta realidad en la que ni siquiera los políticos saben hablar en castellano. Porque en un país forjado por pobres que vieron a sus hijos graduarse, es una falta de respeto a nuestra historia ver a tanta gente incapacitada mental y espiritualmente para lidiar con un empleo.

(Nicolás Lucca / Relato del PRESENTE)



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