EL DRAMA DEL PERSONALISMO

OPINIÓN
De Hipólito Yrigoyen a Juan Domingo Perón, de Raúl Alfonsín a Carlos Menem, y de Néstor y Cristina Kirchner a Mauricio Macri, los liderazgos democráticos tuvieron en común una característica

Por Gonzalo Arias

En estos más de cien años de democratización de nuestro país tras la sanción de la Ley Sáenz Peña que instaurara en 1912 el voto universal, secreto y obligatorio (aunque inicialmente solo masculino), la figura del caudillo, devenido posteriormente en líder del partido o movimiento, para hoy encarnar mayoritariamente liderazgos de popularidad -con o sin partido- han tenido históricamente un impacto decisivo en los resultados electorales, sea como consecuencia del diseño presidencialista, y/o como producto de un tipo de cultura política que, para muchos historiadores, se venía gestando desde los tiempos coloniales.

La marcada personalización coincide históricamente con la primer elección presidencial realizada con la nueva ley en 1916, y alcanza su cénit en la UCR, un partido que hasta entonces se presentaba como orgánico y no personalista. Sin embargo, tras el suicidio de Alem, la gravitación de fuertes personalidades políticas fue indiscutible, y tendría su punto más alto en la figura del sobrino de Alem, el dos veces presidente Hipólito Yrigoyen.

Desde entonces, las tendencias personalizadoras no solo fueron una constante, sino que incluso se constituyeron en fuertes clivajes político-electorales. No solo en la evidente confrontación entre personalistas y antipersonalistas durante los gobiernos del radicalismo, sino también como parte de la antinomia peronismo-antiperonismo y, más recientemente, de la tan mentada grieta.

Una tendencia a la personalización que, si bien es cierto que no es exclusiva de nuestro país, en el marco de un diseño institucional que ha ido deslizándose progresivamente hacia el hiper-presidencialismo pareciera ser más marcada que en otras latitudes. El resultado en términos de gobernabilidad democrática es ampliamente conocido: un país que, habiendo dejado atrás el largo ciclo de golpes cívico-militares y las dictaduras, navega en esa homérica metáfora de la amenaza de Escila y Caribdis, esos dos monstruos de la mitología griega que en la Odisea acosaban a los navegantes que maniobraban en un estrecho canal, y que en la realidad argentina parecieran representar la hegemonía y la fragilidad absolutas.

La profunda crisis económica, política y social que atravesamos hoy a cuarenta años de la recuperación democrática, lamentablemente no parece haber cambiado mucho las cosas, y seguimos padeciendo los personalismos de diversa estirpe, que procuran presentarse como salvadores mesiánicos, presuntos iluminados o portadores de las soluciones que el país supuestamente necesita. La persistencia de un fenómeno que peligrosamente pareciera condenarnos a la decadencia que encierra una lógica pendular que oscila entre etapas de proyectos pretendidamente hegemónicos y la manifiesta debilidad y fragilidad institucional que emerge de las crisis.

En los tiempos que corren, vemos que si bien estos líderes personalistas podrán resignar las principales candidaturas, están muy lejos del retiro, y buscan conservar cuotas de poder, mantener la centralidad y gravitación al interior de sus espacios y, eventualmente, condicionar los procesos de renovación o sucesión.

Es el caso de Cristina Kirchner. También el de Mauricio Macri.

La primera, a horas de ratificar que no será candidata “a ningún cargo”, y en su primera entrevista televisiva en cinco años, se encargó de dejar en claro que ello no implica en absoluto resignar su liderazgo a la hora de la definición de los candidatos y la conducción de la campaña de la coalición oficialista.

Admitiendo el deterioro producido por la gestión, vaticinando una elección de tres tercios y resignándose a admitir que el objetivo es entrar al ballotage, busca reforzar su rol central en el oficialismo. Arropada por la narrativa de una supuesta proscripción que le permite dar un paso al costado sin admitir su falta de competitividad, no solo se convierte en la gran electora del peronismo, sino en una potencial líder opositora que buscará deslegitimar al próximo gobierno apelando a su “proscripción”.

Mientras tanto, y a la espera de la que podría ser una de las peores elecciones de la historia del peronismo, CFK parece renuente a exponer a alguien de su círculo rojo como potencial mariscal de la derrota, por lo que a pesar de la manifiesta contradicción discursiva se aferra a un Massa que sigue navegando en aguas turbulentas pero con la guía de dos grandes faros (el FMI y el establishment estadounidense) que el kirchnerismo puro no deja de denostar.

Macri, en el espejo de su gran contendiente, también intenta desesperada mantener su centralidad con dos maniobras tendientes a condicionar el proceso en curso en el partido que él fundó con una marcada impronta personal. Por un lado, construir una narrativa en torno a la necesidad de volver a las fuentes, al “PRO puro y fundacional” (sobre todo en la Ciudad) a la vez que insinuar que el equipo de Bullrich está formado por mayoría de dirigentes de su confianza.

Un evidente intento de condicionar tanto a Horacio Rodríguez Larreta para aceptar la candidatura de Jorge Macri en la Ciudad como de proyectar la imagen de una suerte de garante frente al establishment del potencial gobierno de Bullrich. Lo cierto es que más allá de las formas, ambos contendientes de la interna, también buscan -en el sentido freudiano- “matar al padre” para consolidar sus sellos “personales”.

Por último, la nueva estrella en el firmamento de la política argentina también encara un proyecto manifiestamente personalista. El libertario Javier Milei concentra todo el poder de su espacio con apenas dos “asesores” (su hermana Karina y el ex menemista Carlos Kikuchi), desplazando a quien plantee algún debate o cuestione metodologías (Espert), erigiendo un sistema de “partidos franquicia”, y posicionándose solitariamente como una suerte de solitario cruzado contra la “casta” a la vez que como alquimista de las presuntas recetas mágicas que el país necesita.

(Gonzalo Arias / Infobae)


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