IRENE

CULTURA

El cuento del domingo

Por Walter R. Quinteros

—Aquí le traigo algo para que coma y un poco de gaseosa para que se le endulce esa garganta lastimada que tiene. En realidad eran tres milanesas que preparé como a usted le gustan, con mucho ajo y crocantitas, pero los guardias se comieron dos, ellos me dijeron que las probaban para saber si estaban envenenadas y se tomaron casi toda la naranjada por lo mismo. Después me revisaron entera, me metieron sus manos por donde quisieron y me manosearon como lo hacía usted, pero no me dio vergüenza estar desnuda delante de ellos, me las aguanté porque quería pasar a verlo. Coma, cómala despacio, para que no se lastime más la boca y sacuda un poco el envase así se le va el gas que le queda, sino guárdela, y tome agua en la celda. Me dijeron en la guardia que el médico dijo que no va a poder hablar por mucho tiempo, así es que me crucé al kiosco del frente y le compré este cuadernito y un lápiz para que escriba. Mándele avisar a sus hijos que vengan a visitarlo, escuché que quieren vender la casa para pagar sus deudas de juego, y encerrar a la pobre de su mujer en un geriátrico. Ellos siguen en la timba, lo llevan en la sangre, pero no son pendencieros como usted, por eso la familia del Diógenes Loyola no les hizo nada en venganza. Hizo usted muy mal en matar al Diógenes, don Ismael.

Irene mira hacia los techos del salón de visitas y de los pasillos. La luz de la siesta anuncia que afuera hay un sol tremendo y una suave brisa estremece las telarañas viejas que cuelgan desprolijas.

—Fíjese en el estado en que está, mañana por la mañana lo van a afeitar y después que lo revise el doctor le van a cambiar las vendas y le van a sacar esos dientes rotos que tiene. Cuando esté mejor lo llevarán al penal y cuando cumpla los setenta y cuatro si Dios quiere lo van a soltar. Le han dado trece años por el crimen, los mismos trece años que me tuvo usted como su mujer, desde que me tomó por la fuerza, trece años desde que me violó y me pidió que me callara y que no le contara nada a nadie mientras con su fusta usted me marcaba la espalda porque quería callar mis gritos de dolor. Yo apenas tenía dieciséis. ¿Se acuerda? Hace trece años que me hizo prometer que no hablaría. Y usted bien sabe que yo cumplí don Ismael. Aunque supo respetar mis días, nunca fue capaz de regalarme ni una flor. Míreme, levante esa cara y míreme. Fui suya, cuando quiso, donde quiso y por dónde más se le dio las ganas. Y nunca nadie supo nada don Ismael, ¿Sabe usted porqué? Porque en las noches que usted no cruzaba el patio a poseerme, yo lo extrañaba. Porque cuando usted se quedaba con la pobre de su mujer, yo lo celaba. Creía que lo amaba don Ismael y, cuando usted me faltaba, me sentía sola y abandonada.

Irene limpia la mesa de la sala de visitas, seca sus lágrimas, envuelve las sobras en un papel y las guarda en la bolsa de plástico, se levanta y arroja la mugre en el recipiente de residuos cerca de la puerta. Un guardia le dice que el tiempo terminó.

—Me voy don Ismael, ahora tengo trece años para aprender a querer a otra persona y trece años para olvidarlo. Adiós patrón.

(© Walter R. Quinteros / Nació en Deán Funes, Córdoba, Argentina en Noviembre de 1955. También conocido por su seudónimo José Antonio Ibarrechea en claro homenaje a sus abuelos, o simplemente Ibarrechea. Escritor, publicó en diversas antologías nacionales y extranjeras. Presentador y locutor en programas de radio de Argentina y Brasil. Foto: Cepram)


Comentarios

  1. Tus cuentos siempre llegan, cumplen su cometido y se transforman en un encuentro excepcional entre el autor y el lector, un verdadero placer leerte, tus cuentos y relatos son de alto vuelo, prque sosn diferentes a lo que anda suelto por ahí, abrazos

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    1. Gracias por tu comentario Norberto, tiene un inmenso valor por venir de tu persona. Fuerte abrazo!!!

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