EL HERMANO BOBO

OPINIÓN

Qué bien estábamos en medio del infierno


Por Nicolás Lucca

Año 2001. Una familia tipo necesitó 150 pesos para no ser pobre y 225 pesitos por mes para formar parte de la clase media. Corría el uno a uno, con lo cual bien podemos hablar de dólares. Pero como el dólar también tiene su inflación, diremos que aquellos 225 tienen el valor de 377 dólares de hoy. ¿La línea de pobreza? Clavada entre 36 y 38% de una población de 37 millones de habitantes según el Censo Nacional que acababa de realizarse.

Igual, lo más importante de aquel año hasta la llegada del estallido fue el boom de los realities. Había de todo: desde un bar con minas en bolas hasta un grupo de sobrevivientes en una isla desierta y concursos para formar bandas de pop. El pináculo fue la primera edición de Gran Hermano, algo que es tan orwelliano que ni el propio Orwell se animó a imaginarlo al describir el concepto del Gran Hermano: voluntariamente, un grupo de personas se someten a ser vistos las 24 horas, sin privacidad, sin posibilidad del afuera, con la zanahoria de un monto de dinero a ganar y quince minutos de fama. O quince días.

Año 2022. Una familia tipo necesitó de 128 mil pesitos para no ser pobre en el mes de septiembre. Nos encarecimos en dólares a pesar de la inflación norteamericana. Y por si fuera poco, los quichicientos tipos de cotizaciones y la AFIP: 900 verdes te hacen pobre según el dólar oficial pero pagás ganancias si lo miden en cotización turista.

Cuando hablamos de familia tipo, desde hace veinte años, nos referimos a dos clases: la que se publica como título y la que no. La que se publica es una familia tipo de dos adultos y dos menores de edad. La otra es con tres menores. Cambia un poco, ¿no? Pero también se debe tener en cuenta que no todo es tan lineal, que entre pobreza y clase media hay estamentos. Para redondear, que para ser clase media, una familia necesitó en septiembre un mínimo de 202.500 pesos en el país del salario mínimo de 51 mil.

Si salen los dos adultos y todos los vástagos a trabajar a pesar de contar con el contratiempo biológico de no saber caminar y/o expresarse de forma oral o escrita por cuestiones de edad, puede que así lleguen a cubrir la canasta con cuatro salarios mínimos. Ya podemos aumentarle una inflación del 6% para el mes de octubre y calcular unos 215 mil pesitos.

Mientas estas cosas ocurren, el presidente ya perdió las uñas y va camino a quedarse sin las primeras falanges de tanto darle al rasque. Antes, por lo menos, podía juntarse a jugar al paddle con Tincho Guzmán, o armar alguna partuza que después le encajaba a Fabiola. Pero no le quedan muchas actividades para realizar desde que estar a su lado garpa menos que estornudar en el subte en hora pico.

Entonces lo mandan a hablar al coloquio de Idea, que es como enviarlo a comprar al chino: un lugar en el que puede decir lo que quiera que nadie le va a entender, pero le agradecerán de todos modos.

Qué cosa ese coloquio, eh. Se organiza cada año y nadie sabe qué significa “IDEA”. Pero ahí está el Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina con su reunión en la que todos los empresarios que forman parte se juntan para escuchar a figuras relevantes de la política o de los medios.

De paso charlan entre ellos. No quiero ni imaginarme lo que debe ser cruzarse al Presidente de Laboratorios Richmond, miembro del directorio de IDEA. Debe ser sumamente gratificante para otros empresarios al borde de la quiebra poder dialogar con el marido de la ex senadora del Frente de Todos María Laura Leguizamón sobre técnicas para sobrellevar una crisis económica con la preferencia del Estado para producir vacunas rusas.

De vuelta al zapping soporífero de Olivos, Alberto cayó en Gran Hermano. Se ve que no entendió de qué iba el asunto y supuso que se trataba de una especie de cosplay de fiesta clandestina en cuarentena. Debe ser difícil de dimensionar que un montón de personas decidan vivir privada de su libertad sin necesidad de ningún decreto. Ni que estuviéramos en 2020. Y al menos ellos sí saben cuándo termina.

Nadie le contó a Alberto que el programa tuvo su primera edición local en 2001, cuando él estaba ocupado como Legislador Porteño por el partido de Cavallo. Por aquellos años el ganador del reality se llevaba 200 mil dólares. Unos 335 mil verdes de hoy. El tema es que, en aquel entonces, 200 mil dólares valían 200 mil pesos. O sea: el premio actualizado debería ser de unos 100 millones de pesos. Con todo, alcanzó para 10 millones de crocantes argentinos recién impresos de los cuales el Estado morderá el 27,9% por una ley de emergencia sancionada hace 48 años.

El tipo se encontró con que otro sujeto dijo cosas que no le gustaron y puso en movimiento el aparato del Estado para corregir tamaña afrenta contra la institucionalidad: un hilo de tuits de Gabriela Cerruti que hizo que todos aquellos a los que nos resbala Gran Hermano nos enteremos que un tipo adentro dijo algo que no le gustó a Alberto y lo hizo enojar. Se llega a Googlear y le da un ACV.

Pocas cosas alteran más mis nervios que escuchar a alguien hablar de lo que desconoce. Me irrita por cuestiones tan elementales como la soberbia. O sea: yo me siento absolutamente inseguro al abordar temas que, en teoría, manejo; no entiendo como otra persona puede hacer un análisis de la crisis del Estrecho de Taiwán desde un monoambiente en Colegiales para luego analizar la situación económica en Tanzania sin entender ni de geopolítica ni de economía.

Pero no vamos a generalizar, que cada uno tiene derecho a hacer el ridículo como mejor le plazca. Algunos lo hacemos en fiestas familiares, otros lo hacen con un micrófono delante. Incluso hay quien cobra mucho, como la vocera gubernamental, que alardea de lo que no tiene la más perra idea. No solo cruzó a un ignoto por algo dicho en Gran Hermano sino que se enojó con los propios que le marcaron el error de subirle el precio: “Nos parece que es un error de parte de algunos colegas que creen que saben de comunicación y política; todo el mundo cree que sabe de todo”. Una proyección que supera a la sombra de un eclipse total.

Debe ser una suerte de tara de la escuela de comunicación de los ochenta o algo en las napas de agua de las casas de estudio de aquellos años. Gente que sí sabe y no registra lo que dice, gente que no sabe pero le encanta escucharse. Del otro lado del mostrador, por ejemplo, en la vorágine de conseguir info para el aire o el cierre de una nota, hay quienes repiten lo que les dijeron sus fuentes sin sopesar lo recibido.

¿Cómo se puede decir que el Gobierno está en una interna por el reparto de bonos de fin de año? ¿Cómo puede decirse sin sonrojarse, putear o mandar todo a la mierda? No sé cómo, pero ocurrió, ocurre y ocurrirá. Es como si el comunicador se hubiera convertido en un bot. Después nos asusta el futuro de la profesión periodística.

Y ya que hablamos de comunicación, resultó al menos curioso todo el revuelo armado en torno a dos cosas durante esta última semana: la fascinación por la vida privada de Larreta y la nula noción del futuro de parte de quienes –en teoría– están interesados por gestionar este antro al que llamamos país.

La intimidad de Larreta puede ventilarla él mismo que demostró que le sale bárbaro. Sin embargo pudimos ver durante días numerosos estudios de la universidad de la cadorcha sobre la complejidad electoral de asumir una relación a esta altura del partido. El problema de los microclimas y las burbujas: creer que el mundo es igual a aquello que me retroalimenta en base a la selección que voluntariamente hice en mis redes sociales. O sea, si vivo rodeado de personas que putean a Larreta, es probable que crea que necesita blanquear una relación para sumar algún voto, que nadie lo quiere o lo que sea. Después gana por el 56% de los votos y sentimos que nuestros vecinos son extraterrestres.

¿Cómo es que El Baldosas ganó por tanto? ¿Acaso nadie lee todo lo que se dice en Twitter? ¿Y las cadenas de Whatsapp, eh? ¿Eso tampoco sirve de nada?

Los periodistas, más interesados en satisfacer al público activo para que no los puteen –spoiler: nos putean igual– transitan la misma ruta y se quedan sin análisis básico. De allí que hablen de “la interna de la oposición” y se refieran al interior del PRO y no al Dr. Cerebro o Morales. ¿Cuál sería la tensión dentro del PRO si todos los que apoyan a sus caras visibles trabajan en los mismos organismos? ¿Larreta es magnánimo o no se dio cuenta?

La retroalimentación y la burbuja se hace tan insoportablemente real que un día está Macri en LN+ y Milei en TN. Apagamos la tele. Un par de días después están Macri en TN y Milei en LN+. En los mismos programas. Y así, mientras Patricia va a un canal a correr por derecha a todos, Horacio nos cuenta sobre la descontractura del amor. Mauricio, por su parte, amaga a que sí quiere, pero no quiere, mientras ve a Patricia de Presidente y aconseja a Horacio que no llegue solo a Olivos.

En algún punto me siento como ese pelotudo que impulsa una ley anti fake news, pero sabrán disculpar mi obsesión con el background de las inconsistencias. Si escucho a un analista post entrevista a Macri decir que “quiere marcarle a Larreta la ideología del PRO del que es creador”, no me queda otra que recordar que Larreta también lo es. El Frente Compromiso para el Cambio –que después se llamó Partido y más tarde Propuesta Republicana– llevó como candidato a jefe de Gobierno a Mauricio Macri en 2003. Estructuralmente era el peronismo porteño a tal grado que el partido mayoritario del frente era el PJ porteño. ¿Jefe de campaña? Juan Pablo Schiavi.

De hecho, la que no estaba en esa mesa era Bullrich, pero se conocían bastante bien ya que ella era la denunciante de casi todo lo que hiciera el PRO. Todos cambian, todos cambiamos. Por eso me causa gracia cuando la gente se corre por lo dicho o hecho hace lustros: nadie resiste un archivo. Tampoco nosotros.

Ahora, respecto a las declaraciones de Mauricio, hay algo que realmente me incomoda. ¿Cuál sería la ideología? ¿Cuáles son las ideas a llevar a cabo? Ok, se escribió un libro nuevo en el que se explican estas cosas, pero si el candidato será otro ¿no es demasiada presión? Si se parte del “antes no se pudo” ¿qué le hace creer que el futuro gobierno sí podrá o estará más cómodo para hacerlo? ¿El cansancio de la gente? Eso es menos paciencia, no más cintura. No importa: Mauricio habría hecho otra cosa.

Pero ya que hablamos de gente bajo presión, volvamos a la insoportable levedad de ser Alberto Fernández. Amo escuchar análisis que intentan descular “a qué se dedica Alberto” como si fuera un Dónde está Wally. Sumo mi teoría: aún es el Presidente pero de un sistema parlamentario. Está pintado con un gabinete que hace lo que quiere en torno a lo que decidan en el Congreso. De ahí ese clima de fin de curso tras el viaje de egresados de la última reunión de gabinete, en la que ni él esperaba participar. Esa sensación de “que no se corte” mientras cada uno vuelve a su provincia.

¿Recuerdan esos últimos días de clases en los que íbamos al colegio a hacer nada, total ya estaba todo jugado? Lo mismo, pero a nivel gubernamental.

Hace ya demasiados años escribí sobre otro hecho ocurrido hacía más años aún. Puntualmente, sobre la “crisis terminal” de diciembre de 2001 y lo que vino después. En aquellas líneas sostuve:

“Durante todos los años siguientes, muchos sostenían que estábamos mejor. Creo que nos habíamos acostumbrado. La crisis económica no terminó nunca, ni siquiera en los papeles y hasta el mismo congreso la prorrogó año a año hasta 2015, incluso cuando se crecía ‘a tasas chinas’. La crisis política jamás pasó de moda y no es tan solo patrimonio del peronismo. La ensalada entre los opositores de ayer, los siempreoficialistas y los veletas de turno sigue vigente como si de un deporte se tratase. Los partidos políticos aún se encuentran en desuso y solo aparecen los sellos más representativos en alianzas, frentes y contrafrentes con jardín.

La crisis social nunca se fue y ni se calentaron en combatirla. Comprar a los piqueteros no dio resultado, sólo permitió que haya una fuerza de choque paraestatal que permitiera recuperar la Plaza de Mayo. Nunca mermó el odio hacia el que tiene lo que otro desea”.

A ese panorama debo agregar que cuando era chico no estaba acostumbrado a ver gente en situación de calle, más allá del croto del barrio. Como fenómeno surgió a fines de los noventas y para 2001 se me llenó el paisaje de personas que juntan cartones. ¿Cuándo desaparecieron? Nunca. Llegaron y se quedaron. Como la inflación, la falta de acceso al crédito, el impuesto al cheque y el “vamos a cambiar a la Argentina”.

Para rematar la pintura del Día de la Marmota, volvió el debate por los argentinos que se las toman y un Censo Nacional. Por si faltaba algo, se sumó una nueva edición de Gran Hermano y la Selección que llega relajadisima a un mundial organizado por un país asiático sin tradición futbolera.

Tan 2001 que duele.

No creo que este país sea peor que aquel, como tampoco creo que el acostumbramiento nos juegue en contra. Por el contrario: no hay nada que pueda asustarnos porque ya conocimos el infierno y nos quedamos de vacaciones.

Por suerte, esta vez no tenemos a un Presidente que es boludeado por el rey del rating. Ahora el hombre se boludea solo y manda a su vocera a contestarle a un participante que está dentro de una casa cuyo reglamento impide que se entere de lo que dijo el Presidente. ¿Se entiende? Y como el participante no contesta, lo van a demandar.

El de 2001 se confundió con el nombre de la esposa de Tinelli. El de 2022 desconoce el reglamento del juego más conocido de la tele.

Antes pensaba que les gustaba romper las reglas. Ahora creo que nunca las entendieron. Quizá ese fue nuestro error: creer que eran inteligentes para el daño organizado cuando tan solo son un grupo de forajidos analfabestias sin cultura popular.

Y que les encanta salir en cámara.

Que todos sepamos qué hacen a toda hora.

Y ser los más votados.

Ah. La pobreza es del 36%. O por ahí, que ni un censo pudieron hacer. Solo falta que vuelva Bandana.

Pero así y todo, qué bien estábamos en medio del infierno. No es una opinión, son números.

(© Nicolás Lucca / Relato del PRESENTE)

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