SIN RUMBO

OPINIÓN

Existen ciudadanos de primera (la casta política) mientras otros apenas tienen unas monedas para adquirir un mendrugo de pan y saciar en parte su hambre

Por Osvaldo José Capasso

En las diferentes notas que hace años vengo publicando en Tribuna de Periodistas fui adelantando y advirtiendo sobre situaciones que desgraciadamente fueron apareciendo y consolidándose en nuestro país.

Desde el regreso de la democracia, salvo en algunos períodos específicos, la nación toda se fue deteriorando y los ciudadanos nos fuimos convirtiendo en individuos cada vez más pobres.

Esa realidad ha sido inversamente proporcional a la que poseen los únicos ganadores que hemos podido detectar: muchísimos funcionarios públicos y sus testaferros desde el 2003 al 2015 y la gran mayoría de la clase política quienes disfrutan de una condición social de excelencia y privilegios que han ido en aumento desde 1983 a la fecha.

Argentina se encuentra sumergida en una grave crisis estructural y solamente se escuchan soluciones coyunturales con el único objetivo de colocar parches para continuar con las mismas recetas que nos hundieron en esta decadencia.

Parto de una premisa sustancial, guste o no, que se constata muy sencillamente con la realidad: somos un país pobre e inviable bajo las actuales condiciones.

El dinero no genera riqueza alguna, solamente la representa.

El aumento transitorio del consumo sin sustento productivo, no implica la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos.

Actualmente todo lo que se distribuye – y se pretende acrecentar con la implementación de lo que llaman “ingreso universal”- proviene de una de estas fuentes de financiamiento: de la emisión monetaria o del endeudamiento que se ejecuta por sobre los bienes y servicios existentes y/o sobre la producción genuina. De esta manera generamos miles de millones de “papeles pintados” (similar al dinero falso) para insuflar de modo artificial el consumo y terminar (como ha ocurrido innumerables veces) con mayor inflación y desocupación.

Se escucha a la clase política y a varios especialistas afirmar, vagamente, que en nuestro país impera un sistema bi-monetario.

Pero la realidad indica claramente que las preferencias de los argentinos giran exclusivamente alrededor del dólar.

En este punto el interrogante sería ¿mantener una moneda propia implica ser soberanos?

La respuesta contundente es: NO.

En un mundo globalizado y con nuestro peso - que durante el transcurso de los años perdió trece (13) ceros - nadie seriamente puede oponer el argumento de la soberanía para defender un billete que todos aborrecen porque se encuentra gravemente depreciado. Los slogans son bonitos, pero hipócritas.

No hay manera de reconstituir confianza alguna sobre nuestra moneda y es hora de que la “casta política” advierta que sin basarnos en un instrumento de intercambio de la economía cotidiana que sea confiable, sano y estable, no hay manera de frenar la inflación, la pobreza estructural, el desempleo y menos pensar en un crecimiento con desarrollo y potencialidad de los factores económico-sociales.

Y es así, porque al fomentar el desinterés por el trabajo y pauperizar la capacitación de los recursos humanos alcanzados por los subsidios, se llegó a la decadencia absoluta.

Aunque viniesen a instalarse cientos de empresas con intenciones de invertir en el país y a generar fuentes de empleo de calidad, millones de individuos no podrían acceder a ellos por cuanto su nivel profesional es extremadamente bajo.

Y cabría preguntarse, recordando la asunción del actual gobierno, ¿dónde están los “científicos” que asumieron en el 2019?

Apenas pasados unos meses comenzó a desgajarse por su inoperancia y posteriormente lo fueron desangrando los mismos dirigentes políticos que habían construido el espacio.

Es llamativo qué a esta altura ni la oposición, ni parte del periodismo, ni los analistas políticos, ni la sociedad hayan advertido el nivel intelectual paupérrimo de quienes nos gobiernan y –salvo excepciones contadas- de la mayoría de los candidatos a suceder a los improvisados que hoy pululan en los cargos públicos.

Cuando los funcionarios en lugar de servir a la administración pública se sirven de ella, ya sea para enriquecerse ilícitamente como para hacer uso del poder y de la cosa pública a su antojo como si fuesen amos y señores, la nación se encuentra en un grave problema institucional de difícil solución.

Argentina, que es un país con una recesión galopante, desempleo, y una pobreza que bien mensurada roza el 75 % de los habitantes, no tiene muchas chances de sobrevivir sin políticas claras, concretas y profundas que signifiquen un giro de 180º respecto a lo que viene ocurriendo, sacando algún período, desde hace más de 80 años.

El fracaso rotundo en casi todos los ámbitos gubernamentales solamente se encuentra atemperado por el poderoso ministerio de propaganda que el oficialismo fogonea con sus medios, sin importar si son propios o ajenos porque se manejan con suculentas pautas.

Tanto el presidente como su vice declaman permanentemente sobre la enorme desigualdad que existe en el país.Comparto totalmente su apreciación.

Existen ciudadanos de primera (la casta política) mientras otros apenas tienen unas monedas para adquirir un mendrugo de pan y saciar en parte su hambre.

Pero de eso no hablan.

El resultado está a la vista. Endulzar a las masas haciéndoles creer que la necesidad otorga derechos sin obligaciones y hacer que sus punteros militen ese mensaje, explica claramente que nuestro país tenga hoy una pobreza atroz y a pesar de ello siga votando un populismo anacrónico que lo hunde cada vez más.

Gran parte de la casta política representa hoy lo más burdo del término “populismo” ya que lo único que busca son adhesiones, con un discurso vacío y el uso de slogans efectistas.

Hoy por hoy, y por lo visto y analizado de los 4 años de gobierno anterior, la llamada oposición tampoco fue una verdadera alternativa en lo sustancial. Y cuando algo no es alternativa, sencillamente sobra. O es cosmética nada más.

La oposición representada por “Juntos por el Cambio”, a partir del 2015, careció de un proyecto de país que el PJ en sus distintas variantes nunca tuvo, más allá de sus objetivos de enriquecimiento ilícito.

Nunca fue claro el rumbo y el llamado gradualismo horadó los cimientos de su credibilidad, pues al no leer bien la realidad del país y de sus votantes, licuó su capital político que nos trajo de nuevo a los fantasmas que hoy están terminando de destruir la nación.

Es decir, absoluta improvisación, rectificaciones de rectificaciones, contradicciones permanentes, desmadre en cualquier sector gubernamental y hasta en la vida pública de los funcionarios, y la sensación que tantas idas y vueltas son producto de una manifiesta inoperatividad porque el actual gobierno no tuvo, no tiene ni tendrá nunca un proyecto de país que sea viable.

De continuarse en esta senda la descomposición de la República será un final anunciado.

Sin rumbo y sin un Estado pequeño y eficiente (abocado a cumplir sus funciones esenciales tal y como lo prescribía la Constitución de 1853) con la posibilidad de instaurarlo rápidamente, sumando un proyecto dirigido a adoptar una moneda sana y reduciendo drásticamente el déficit fiscal, no aparece un futuro previsible para nosotros en el horizonte.

No es complejo, se necesita voluntad política en conjunto.

El resto de Latinoamérica sufrió la misma pandemia, los efectos de la guerra de Rusia-Ucrania, tiene formadores de precios, oligopolios, especuladores, monopolios, etc. y sin embargo no se encuentra en la situación de catástrofe en la que está Argentina.

Ni hablar del resto del planeta. Y nosotros encabezamos entre los 5 peores.

Esta precariedad gubernamental, improvisación, confrontación, imprudencia, corrupción, discurseo, publicidad y despliegue de apariencias es una carta de navegación con la garantía de que nos vamos a estrellar- irremediablemente- contra el iceberg.

Ante momentos críticos los líderes del mundo piden un ruego, una oración, con el objetivo de lograr la Paz, que desaparezca el hambre, las enfermedades la desigualdad, etc.

Desde la óptica católica nuestra oración por excelencia contiene una sola Alabanza al Señor y una larga lista de peticiones.

Demandamos, clamamos, imploramos, suplicamos, y otros sinónimos cuando tocamos fondo, cuando estamos necesitados.

Hasta se han implementado mundialmente días de oración.

Todos olvidan que Dios, El Señor, El Eterno, no es un duende mágico que nos cumple nuestros sueños o pedidos.

¿Cuántos de ustedes han escuchado que un Presidente proponga un día de arrepentimiento?

Pero verdadero, sincero, desde el fondo de nuestro ser, admitiendo las cosas que hemos hecho mal y estando dispuestos a cambiarlas.

Sin esa actitud de despojo de nuestros gobernantes y quienes conformamos esta nación, no hay redención posible, ni aun apelando al peso de mil iglesias.

Y esto vale para creyentes y no creyentes, porque no existen justos ni perfectos y todos tenemos de qué arrepentirnos.

El arrepentimiento es válido solamente con humildad y sumisión.

Y con la clara intención de ir hacia un rumbo diferente hasta el que hoy se ha transitado, de lo contrario no sirve de nada.

El Papa Francisco ha apelado muchas veces a la oración y le ha pedido a los paganos que oren.

Y hasta que recen por él.

Pero nunca le ha propuesto el arrepentimiento a los cientos de mandatarios y funcionarios que lo han visitado, mundiales y nacionales.

Y la caridad bien entendida empieza por casa.

Es primero el Papa Francisco el que debería arrepentirse frente a Jesús por haberse apartado de sus enseñanzas.

Y recién ahí, con el corazón contrito, pedir un día de arrepentimiento total a la población mundial corrompida.

Luego podremos elevar una oración con peticiones para nuestro futuro para que sean escuchadas por Dios.

Los atajos no sirven para la indulgencia, y aunque pretendamos auto-engañarnos, todos lo sabemos.

(© Tribuna de Periodistas)

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