¿PUEDE EL PERONISMO DECAPITAR A SU CONDUCTOR?

OPINIÓN

Todo el poder residual de Cristina Fernández de Kirchner se juega en el terreno judicial

Por Carlos Mira

El peronismo es un experimento extraño, un grano en un sistema democrático, que no puede subsistir sin la figura de un “conductor” y sin tener (cómo mínimo) la aspiración de que SU conductor sea el conductor del país, para hacer, a partir de allí, un sinónimo entre el conductor, el movimiento, el pueblo y, finalmente, la patria.

Desde la desaparición física de Perón, ha sido la aparición de los Kirchner en el escenario político peronista la reproducción más parecida al original.

Si bien durante los ‘90 (en los ‘80 la pérdida de las elecciones frente a Alfonsín lo sumergió en un período de confusión justamente sobre ese punto) el peronismo tuvo un “conductor” definido como Carlos Menem, la propia personalidad de éste hicieron que ese concepto fuera más recatado por los seguidores de Menem (muchos de los cuales hoy se calzan los disfraces kirchneristas como Parrilli, por ejemplo) que por el propio Menem.

Menem fue un presidente mucho más democrático en el sentido clásico del término que el tipo de presidente al que el peronismo aspira, al tipo de conductor que el peronismo quiere y pretende imponerle al resto.

La democracia clásica entiende al presidente como un ciudadano normal que asume, por un período muy acotado de tiempo, la responsabilidad de atender la administración general de un país.

El genoma peronista no congenia con ese esquema. El peronismo, como buen engendro militar, necesita de orden, verticalidad y obediencia; precisa un Duce que mande y soldados que obedezcan.

Los Kirchner son, en ese sentido, unos herederos mucho más fieles al peronismo original que Menem y que otros que el peronismo conoció desde 1974 hasta ahora.

Esa característica es justamente la que está entrando en crisis.

Ya no son disimulados los ademanes que desafían el poder de Cristina Fernández de Kirchner. Desde la derrota en las elecciones legislativas del año pasado, en decibeles de mayores o menores medidas, son muchas las voces que se le animan a la otrora Reina Madre.

De hecho, la señora no pudo imponer a fuerza de su propia voluntad -como estaba acostumbrada- su proyecto de ley de Consejo de la Magistratura. Y aunque ahora con algunas modificaciones a las que fue obligada, pueda pasarlo en el Senado, es casi seguro que sucumbirá en Diputados.

Si eso es así, el Consejo, a partir del 15 de abril, debería volver a la constitución de la ley anterior a 2006, con la presidencia del Presidente de la Corte Suprema de Justicia.

La sola escenificación de esa posibilidad saca de quicio a la vicepresidente que, por el contrario, aspira a seguir controlando esa institución para nombrar jueces que le limpien su prontuario de crímenes.

La rebelión del peronismo contra su conductor es un hecho que suele arrastrar a la Argentina a escenarios complicados.

No sería la primera vez que el país todo, paga el pato de los ruidos internos peronistas. Los diputados de Schiaretti ya anticiparon que no votarán el proyecto de Kirchner para la Magistratura. Roberto Lavagna (aunque no es un hombre confiable) ha dicho que el Consejo debe estar presidido por el Presidente de la Corte, mientras el kirchnerismo habla con otra persona poco confiable como Graciela Camaño, para tratar de llevarla a su redil. Hoy Kirchner cuenta sólo con 117 votos en la Cámara baja, muy lejos de los 129 que necesitaría.

El peronismo ha tenido históricamente la capacidad camaleónica de transformarse en distintas cosas según fueran las necesidades. Pero los que somos contemporáneos de esta era podemos estar asistiendo a un hecho inédito: a que fuerzas de base descabecen al “conductor” por ser éste inflexible a los cambios que se necesitan.

Si el peronismo termina con los Kirchner (por llegar a la íntima convicción de que, en caso contrario, los Kirchner pueden terminar con el peronismo) podría haber una segunda oportunidad para que ese engendro se convierta en algo parecido a un partido político democrático que no aspire a ser arriado por un Duce sino que se comporte como una fuerza horizontal con capacidad de acordar.

Ese fenómeno se dio una sola vez en la historia: cuando el peronismo fue a elecciones internas en 1988 y Menem le ganó esa primaria a Cafiero. Ese hecho fue el preludio de todo lo que ocurrió en los ‘90, la década en la que la Argentina parecía cambiar su rumbo fascista por un camino democrático, capitalista y occidental.

Los próximos meses serán, entonces, cruciales para saber si la fuerza política que ha mantenido en vilo al país durante siete décadas decide decapitar a su “conductor(a)” y regalarle a la Argentina la posibilidad de una salida democrática, lejos de los Duces, lejos de los “conductores” y lejos de todo este andamiaje fascista que quebró el espinazo del país y que lo mezcló con los menesterosos del mundo.

(The Post)

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