TODO ES UNA EXPERIENCIA SURREAL Y DOLOROSA

ENTREVISTAS

La guerra en carne viva. Las imágenes de angustia, dolor y violencia impregnadas en la periodista Carolina Amoroso luego de cubrir el conflicto en Ucrania

Por: Osvaldo Bazán

Todo comenzó a principios de febrero, en Praia do Forte, en Brasil. Ahí la periodista Carolina Amoroso, mientras se suponía que pasaba unos días de descanso frente al mar, resignificaba el concepto “vacaciones” e intuía que, pese a lo que todos los analistas internacionales decían, Putín no se quedaría sólo en palabras e intentaría acciones militares contra Ucrania; desconfiaba de la certeza de tantos especialistas sobre las bravuconadas del dictador ruso. E hizo lo que no se hace en vacaciones: llamó a uno de sus jefes de la señal informativa TN y le dijo que estaba dispuesta a viajar a la zona de conflicto, si se agravaba la situación.

Fue esa intuición la que hizo que consiguiese estar en la frontera polaca-ucraniana a sólo dos días de comenzada la invasión.

El viernes, apenas regresada a Argentina por Ezeiza -donde un grupo de exiliados venezolanos la fue a recibir para agradecerle por su trabajo tan sensible como el que plasmó en su libro “Llorarás”, sobre el éxodo del país caribeño- hablamos para El Sol. Siente que algo de ella ha quedado allá para siempre. Como diría cerca del final está “en carne viva, me siento como que no tengo estuche”.

-¿Por qué quisiste ir?

-Exceptuando alguna cobertura en zonas calientes o escenarios difíciles, claramente no soy una cronista de guerra, pero sentía que quería estar ahí porque había mucho que aprender. Ignoramos mucho sobre el sufrimiento atávico de Europa del Este. Sentía que era una herida muy profunda que se actualiza y renueva pero que es anterior. Desconozco el idioma y un montón de cosas de su cultura y de su historia, pero de alguna manera sentía que iba a tener resonancia en mi historia personal.

-¿Y ocurrió?

-Sí. La vi mil veces a mi nona italiana en Ucrania, mil veces. Cada vez que vi una señora delante de una virgen -hay muchísimas imágenes de vírgenes en Ucrania-, una mujer rogando ahí, esa imagen congelada, en ese marco gris. Te dan ganas de que la virgen se corporice y la abrace. Más allá, claro, del desafío intelectual y periodístico. Hago, no sé cómo se llama, un periodismo medio emocional, no sé si existe esa categoría. Es lo que me sale de verdad, si tengo que ser honesta. Y sí, esa historia de gente escapando me era familiar. Y también me interesaba mucho esta hilera de generaciones jóvenes protagonizando una resistencia. Ese dar un “No” ante un gigante por el mundo al que sí quieren pertenecer. Algo similar a lo que me conmueve del caso cubano. Generaciones jóvenes diciendo “quiero pertenecer a otro mundo”.

-¿Con qué te encontraste?

-Entrar a Ucrania era una misión prácticamente imposible en esos últimos días de febrero porque el pánico tanto en Polonia como en Ucrania era total. El escenario era de guerra que acaba de estallar contra cualquier pronóstico, nadie lo esperaba.

-¿Cómo fue el éxodo que viste en esos primeros días?

-Como en películas o fotos de la Segunda Guerra Mundial. Las estaciones de trenes repletas de refugiados; las mamás prendidas al teléfono, llorando y sus chiquitos improvisando un juego, sin entender de qué se trataba. Y ahí sí, entendés “esta es la guerra”. Esa imagen, ese camarote, la mamá llorando, los nenes por fuera de la realidad. Eso es la guerra. Entrás a un mundo totalmente extraño. Y entonces pasás el cartel de Ukrayini y ves esa marea humana como no viste nunca en tu vida. Es una bofetada seca, no podés dejar de mirarlo y sentís que no podés sólo mirar pasivamente como si fuera una película. Siempre tuve un problema con la espectacularización de la miseria o de la violencia. Para mí, es un tema del periodismo. Estábamos grabando y sentía que me entraba cada una de las personas. A partir de ese momento ya no soy la misma persona. Hay una parte de mí que falleció en aquél lugar. No importa, pero es así. Rostros extenuados, tristes, desencajados. Mujeres de mi edad, con cierta timidez, los nenes sin entender. Llegaban a la ciudad de Lviv por la ruta desde Jarcov para de ahí irse a la frontera, en parte en auto y en parte caminando. Vimos autos abandonados porque al principio hubo muchos problemas de combustibles. Vimos cochecitos abandonados a la vera de la ruta, pilas y pilas de ropa que las madres dejaban porque ya no podían cargar por lo extenuante del camino. También se veía al costado del camino gente que empezó a llevar leña para cocinar algo a la vera de la ruta, voluntarios. Eso sí lo ves mucho en Polonia. Es conmovedor ver la solidaridad espontánea, desorganizada. Son dos pueblos hermanados por las mismas tragedias. Terminé de entender sobre el final del viaje viendo a muchas viejitas… es el rostro de un dolor conocido. Y eso es lo que me sacudió.

-¿Hubo diferencias entre el día que llegaste y el día en que te fuiste de Lviv?

-Sí, cuando llegamos era todo caos y shock. Te dabas cuenta que era una ciudad vibrante, pero atravesada por un caos. La gente abarrotada en el andén. Sonó una sirena, que era la primera vez que sonaba y era una estampida de gente que quería entrar; pensás “si llega a pasar algo acá es una catástrofe”. Y ves, claro, lo que pasa cuando la gente es reducida a la sobrevivencia, situaciones tensas, hartazgo, lo extenuados que están porque de la guerra lo que te jode la cabeza es el cansando. En los últimos días estaba en un refugio en Rivne, sonó la sirena, estaba en un pasillo y la ignorás. Eso es lo que pasa cuando la gente está en constante alarma. Bajé al refugio y había una viejita con las manos entrelazadas y medio dormida, noté que se le iba la cabeza. No tenía dónde apoyarla. Le dije que se apoye en mí y pensé “¡qué tragedia no tener ni dónde apoyar la cabeza!”. Me pareció tan terrible. A veces cuento estas cosas muy chiquitas pero porque son la dignidad. Es joder con el fondo mismo de la dignidad humana. En ese terreno sensible, más allá de la guerra, hay otra destrucción. Es esa tortura cotidiana que es tremenda.

-Desde Occidente se ve y llama la atención lo predispuesto a la lucha que parece estar el pueblo ucraniano, ¿cómo viste eso?

-Conviven las dos cosas, el miedo y la preparación para lo peor. El cansancio y la sensación de soledad convive con un estoicismo en la resistencia. Intenté dar cuenta de eso en la cobertura, no sé si llegué a comunicarlo bien. Es lo que le da más valor al estoicismo, les cuesta, es carísimo ese valor para toda esa gente. Es impresionante cuando ves a las viejas prender las velas, rezar. Lo ves mucho también en la gente joven, lo ves en pibes que dejan sus familias para ir a luchar, lo ves en hombres con armas, lo ves en una maestra que pone su escuela como refugio. Hay un sentido del deber que viene de la mano de entender que Ucrania es un país signado por la guerra, generación tras generación. Entonces es cuando entendés que la guerra es su herida fundamental. Por ejemplo, vas a una iglesia, la de San Pedro y Pablo, y en un pasillo ves un altar con las imágenes de muchos jóvenes caídos en el Donbass, imágenes religiosas y casquillos de balas o restos de chatarra de las trincheras entrelazadas con rosarios. Es como si fuera una especie de construcción de sus mártires. Las fotos son actuales y también hay de sus chiquitos, hijos de los caídos en la guerra con frases como “mi papá es lo mejor del mundo” o “ojalá no hubiera más guerras”. Ahí también te das cuenta de cuándo nos hemos perdido en este rincón del mundo de la historia reciente de Ucrania como de otros países. La herida de la guerra es una herida fundamental desde hace muchos años y se les ha llevado miles de hijos. Eso lo ves todo el tiempo y ves también la manera en que los homenajean y cuidan esa simbología porque es parte de su identidad. Repiten una frase “Slava Ukrayini! Heroyam slava!” que quiere decir “¡Gloria a Ucrania!, ¡gloria a sus héroes!”.

-Putin puso como una de las razones para la invasión, “desnazificar” a Ucrania. ¿Viste que Ucrania fuese un país nazi?

-Hay sectores ultra, pero no son representativos del grueso de la resistencia ucraniana. El grueso es el ciudadano que no puede entender el absurdo de que lo hayan invadido y se juega por el mundo al que quiere pertenecer, que nada tiene que ver con la autocracia de Putín. Esa es la resistencia. Obviamente hay sectores ultra, pero mezclar ese sector minoritario y homologarlo a los ucranianos es por lo menos injusto e inexacto.

-¿Piensan lo mismo los ucranianos de los rusos que de Putín?

-Me pareció conmovedor lo que me dijo un chico que estaba fabricando bombas molotovs, que para ellos son el símbolo de lo último de la resistencia; ya cuando estás con eso, es que es lo último que te queda. El chico me decía que lo sentía por los jóvenes rusos porque sabe que muchos jóvenes rusos no querían enfrentarse. Cuando hablás con ellos muchos te repiten que tienen familia en Rusia. Acá se ha planteado una guerra de hermano contra hermano. Los empujaron a eso. Sería interesante, aunque obviamente no se puede, pero si fuera viable poder contar qué está pasando en Rusia con este tema. Más allá del poderío militar concreto ruso, que nadie duda pero no se sabe qué se le cuenta al pueblo ruso, qué saben, qué moral tienen. Una chica me decía que los rusos creen mucho en las fake news que les cuentan y eso termina signando la forma en que miran hacia Ucrania.

-¿Cómo es la información que reciben en Ucrania? ¿Se oculta algo de la verdad?

-Por supuesto hay mucho de exhortación a la identidad nacional, los canales dan como información los datos oficiales y demás, pero están los canales más directos que tienen que ver con las redes sociales. Ellos tienen muy aceitado el circuito de recabar información. En Telegram, por ejemplo, ellos tienen todos los datos, la sirena que acaba de sonar en Jarcov hasta el dato de cuántos muertos hay en Mariupol por tal ataque, todo lo que tiene que ver con la actualización minuto a minuto. La gente común, el ciudadano común prendió sus propios medios de comunicación, aprendieron a corroborar información. Los vi muy involucrados con eso, con ser los propios jueces de la información que recibían.

-Una cosa que desde Argentina no entendemos es cómo es la cuestión política en Ucrania. ¿Cómo se manejan los partidos políticos? ¿Están todos unidos, hay diferencias entre oficialismo y oposición?

-Es interesante eso. Me preguntaban por la figura de Zelensky, por referencias personalistas o partidarias y eso no lo escuché en ningún momento, nada. A ellos se les juega Ucrania y el mundo al que Ucrania quiere pertenecer. Fin. Es más que cualquier coyuntura, más que cualquier nombre propio. No hay espacio para discusión o fragmentación. Ni siquiera la propia figura de Zelensky, que tiene relevancia internacionalmente porque es el símbolo, pero ni siquiera él está atravesando las conversaciones. Es Ukrayini y el futuro, la defensa de su pueblo y su identidad. Realmente no encontré una discusión que fuera coyuntural o más chiquita. Me interesaba, sacaba el tema, pero no era un tema para ellos. A ellos les interesaba pedirle al mundo que cerraran los cielos para los ataques internacionales: “Close skies, not your eyes” (Cerrá los cielos, no tus ojos”). Les interesaba hablar con un medio internacional para decir “que el mundo vea lo que nos están haciendo”. Uno va con ese sesgo de discutir la minucia y ahí no se discute la minucia.

-Ya cuando estabas volviendo todo era diferente, ¿no?

-Sí, como dije, entramos a una Lviv que era re caótica porque no esperaban una invasión de esta envergadura. El asedio a la capital era algo impensable. Me acuerdo que hablábamos en el “Internacional” (el programa de información del mundo que Carolina conduce en TN los sábados a las 14) con especialistas y era algo muy improbable y, bueno, fue lo que terminó pasando. Encontrarte después con ese analista cavando una trinchera fue todo una experiencia surreal y dolorosa. Imaginarte que la vida te llama para estar en un lugar que nunca imaginaste pero que ahí tenés que estar.

-¿Y ahora?

-Todas las expectativas se cumplieron, pero, ¿y ahora qué haces con eso que te traés y con la parte que dejás? Porque te digo por momentos te ves en esa situación y … los nenes llorando, el llanto como telón de fondo es desolador y te enfurece y después llegás a un punto en que no podés sentir más. Estás sintiendo todo lo que una persona esta capacitada para sentir en un mismo momento y te congelás. Por eso a veces andás como un espectro entre la gente, las valijas, las carpas, los trenes, la nieve. Tu alma te dice "te dejo" y te deja y se va.

-¿Qué dejaste allá?

-Cierta cuota de ingenuidad. Pensé que había cosas que ya no nos iban a pasar, aunque intelectualmente lo sé porque en Medio Oriente pasa, en Yemen siguen pasando. Ver esas atrocidades, ver esa bofetada seca en la cara, saber que hay que seguir hablando de Ucrania y otro montón de lugares donde la humanidad está desangrándose. Hago periodismo porque tengo la convicción de que ningún dolor te puede quedar tan lejos como para que no te importe nada. Con esa convicción fui, con todas mis limitaciones.

-¿Volviste muy cambiada?

-No sé, ahora estoy perdida, siento como que estoy en carne viva, como que no tengo estuche. Igual lo que me está pasando en este momento es que extraño Ucranía.

(El Sol)

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