ESCASEA EL PAN, ABUNDA EL CIRCO

OPINIÓN 

Vuelve Fútbol para Todos

Por Marcos Novaro

En su desesperación por recuperar el entusiasmo, sino de los votantes, al menos de sus fieles, Cristina Kirchner está reflotando sus políticas más emblemáticas, en la errónea idea de que fueron las más exitosas.

El kirchnerismo tiene cada vez menos imaginación. Por eso, en estos días en que todo le sale mal -está al borde del precipicio de la aceleración inflacionaria, a punto de caer en default con el FMI y quedarse fuera del mapa, y no atina a hacer nada para combatir el 54% de niños en condición de pobreza-, su mayor, sino único sueño, es restaurar lo que solo en su cabeza puede concebirse como un pasado dichoso: el segundo gobierno de Cristina Kirchner.

Y como de esa gestión lo menos malo es en verdad imposible de repetir (entonces la inflación era la mitad que ahora, todavía había algunos miles de millones de reservas del Banco Central para que el gobierno manoteara, y la pobreza afectaba “solo” al 30% de la población), Cristina y los suyos parecieran dispuestos a conformarse con recrear sus políticas más absurdas y dañinas, porque al menos son más o menos baratas y fáciles de implementar.

Es en este marco que hay que entender la ofensiva que la vice y sus seguidores vienen desplegando, desde fin del año pasado, para escalar su guerra permanente contra la Justicia independiente, enfocada ahora en la Corte Suprema, para alimentar la diplomacia ideológica y confrontar con Estados Unidos y las demás democracias occidentales y, no podía faltar, también para reactivar su ley de medios y la propaganda militante.

¿Qué mejor entonces que reflotar Fútbol para Todos? No vaya a ser que la próxima campaña electoral, para la que ya se están preparando, los encuentre sin una plataforma adecuada para propalar sus innovadoras ideas sobre lo que el país necesita.

Un gran verso

Una persona necia se caracteriza básicamente por repetir comportamientos que le dieron mal resultado en el pasado, en la ilusión de que si insiste con ellos una y otra vez, finalmente va a salirse con la suya. Es lo que hizo el senador neuquino Oscar Parrilli cuando presentó su proyecto para reflotar el programa de televisación gratuita del fútbol: insistió en todas los macaneos y las tergiversaciones que había usado en 2009 para justificar algo parecido.

Ante todo, la idea absurda de que una medida de este tipo no va a traer costos, ni al fisco y los contribuyentes, ni a los clubes de fútbol, ni siquiera a las empresas involucradas.

Según Parrilli, igual que se dijo entonces, va a haber más plata para repartir. Y se tomó entonces el trabajo de empezar a repartirla: prometió que 50% de los beneficios irían para desarrollar “infraestructura deportiva infanto-juvenil en poblaciones vulnerables”; 30% para la AFA; 20% restante para la Radio y Televisión Argentina Sociedad del Estado. Un gran verso.

Recordemos que en 2009 también se dijo que las transmisiones televisivas de fútbol no solo iban a ser gratuitas para los ciudadanos, sino que iban a ser un negoción para el Estado, que iba a hacer entonces grandes inversiones con ese financiamiento. Terminamos pagando alrededor de más de 1.000 millones de dólares en impuestos, para cerrar un nuevo agujero fiscal, con el solo objetivo de que el Gobierno de aquel entonces tuviera público cautivo al que enchufarle propaganda a su favor en los entretiempos, e incluso durante las mismas transmisiones.

Saturar con propaganda oficialista

Saturar a la audiencia de propaganda oficialista no le sirvió al kirchnerismo para ganar las elecciones de 2013, ni las de 2015, pero sí alcanzó para llevar al quebranto a buena parte de los clubes de fútbol. Lo que se empezó a revertir a partir de 2017. Ahora Parrilli promete que los clubes no van a sufrir recortes en los recursos que reciben de las empresas que venden el “pack” de fútbol (Disney y TNT) porque “solo sencl.uirán en las transmisiones gratuitas el 30% de los partidos”. Es decir, se elegirían 4 por semana. Pero su proyecto también establece que esos 4 se van a elegir entre los de más convocatoria, es decir, los que pagan más derechos de publicidad. Lo que tendrá obviamente un doble efecto negativo sobre los clubes: perjudicará en particular a los más chicos y de escasos recursos, porque los dejará aún más lejos de la audiencia, al discriminar a sus seguidores, que serán los únicos que van a tener que seguir pagando por ver jugar a sus equipos.

Imaginemos que, para evitar esto último, se decida alternar los equipos cuyos partidos se trasmitan gratuitamente, entre los 28 que hoy participan de Primera División. Los interesados en ver jugar a los de su preferencia tendrían entonces que seguir pagando el pack, porque se perderían de otro modo el 70% de los partidos que quisieran ver. Es decir, habría un perjuicio enorme para las empresas y los clubes, y ningún beneficio para la audiencia. Más absurdo no podía ser Parrilli, pero lo logró: está empeorando un modelo ya probadamente malo.

Fusión Disney y Fox

Parrilli también machaca, para justificar su proyecto, con otro argumento traído de los pelos y muy utilizado en la época en que se impuso la ley de medios kirchnerista: la necesidad de “desconcentrar” la oferta de canales, en este caso los de deportes (entre los dos principales oferentes del género tienen actualmente 8 señales), y de forzar a las empresas que los gestionan a “desinvertir” en ellos, es decir, a entregárselos a otras empresas.

Que esto no es solo una ocurrencia de Parrilli lo prueba el hecho de que la Secretaría de Comercio viene presionando a Disney y Fox por su proceso de fusión, ha rechazado al menos dos propuestas de la primera para “desinvertir”, y ya fracasó en algunos intentos de favorecer a otros aspirantes a entrar al negocio. Es decir, el Gobierno, por distintas vías, ya hace tiempo que viene haciendo lo que Parrilli niega que vaya a resultar en caso de que su proyecto se apruebe: perjudicar a las empresas que invirtieron, firmaron contratos y tienen derechos adquiridos en la actividad.

Todo bajo la doble, y doblemente vergonzosa meta, de favorecer a otras firmas más afines, o que los dirigentes oficialistas imaginan más afines, y dañar los intereses de las que imaginan aliadas o ligadas a la gestión macrista, o simplemente pertenecen a compañías extranjeras.

No deja de sorprender, en este último aspecto, que tanto Parrilli como la secretaría que dirige Roberto Feletti estén avanzando con sus iniciativas justo cuando el Gobierno argentino enfrenta la negativa tanto del staff del FMI como de los funcionarios norteamericanos a aceptar sus planteos para renegociar su deuda con aquel organismo.

Cristina está haciéndoles saber, a los interlocutores externos, pero también al resto del funcionariado local, y a la sociedad, que ella siempre va a preferir una buena pelea a un mal arreglo, y entenderá por “mal arreglo” cualquier cosa que afecte sus intereses, o limite sus sueños de autarquía y restauración de paraísos perdidos. No convendría que los destinatarios de ese mensaje minimicen su capacidad de daño.

(TN)

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