CHUNCANOS (PRIMER INFORME)

CULTURA 

Origen de la palabra. De la discriminación al orgullo de pertenencia

Por Ditto Repan

Existen muchas opiniones y fuentes sobre el significado de la palabra CHUNCANO. En Quichua, la lenguna del imperio INCA, CHUNCA es diez.

Siguiendo en la cultura INCA, el primer gobernante del Tahuantinsuyo, Pacha Cutic tenía un cuñado llamado Apu Chuncana Punco y un bisnieto de éste tuvo el mismo nombre y es conocido por un generoso donativo para la construcción de iglesias y por eso se registró su nombre y linaje.

Lamentablemente al no haber muchos registros de las lenguas originaria de la región, los lingüistas han debido, en muchos casos, realizar sus estudios basándose en la toponimia, el nombre pueblos y lugares que no se perdieron a pesar del tiempo.

Así pues sabemos que Mina Clavero, no hace referencia a una señorita de apellido Clavero sino que deviene de Milac Navira, curaca o cacique de estos pagos. Que NONO no es un nombre en memoria de algún abuelo o una insistente negación sino que refiere a los pechos de mujer, senos a los que recuerda los dos cerros que esquiva el Río de los Sauces cuando pasa por la orilla del pueblo

Lo cierto es que en la zona se le dice CHUNCAS a las piernas o pantorrillas según quien interprete. Tambien hay quienes sostienen que asi se nombran la patas del ñandú.

Hay una versión que dice que los lugareños solían vestir un pantalón recto algo corto que dejaba las canillas al aire, parte de la pierna, chunca.

Otra verisón un tanto más romántica habla que los chuncanos eran aquellos cuyos musculos de la pantorrilla estaban muy desarrollados a causa del andar trepando lomas y montañas. Quiza de tanto correr los senderos repartiendo las noticias y mensajes entre los ayllos.

Ser chuncano

El termino chuncano, fue utilizado (y aún se utiliza con menor frecuencia) de modo peyorativo y aplicado genralmente para indicar a una persona carente de conocimientos.

Pero claro, esa falta de conocimientos es tan relativa como el lugar desde donde se la sugiera.

Por ejemplo, el chuncano podría carecer de los conocimientos para desempeñarse en la gran ciudad y allí ya se le aplicaba además el mote de pajuerano. Pero si el chuncano juega de local, el ignorante es el otro. Lo vemos seguido cuando los visitantes se extravían en los senderos serranos, o en los accidentes que se producen por desconocer el respeto que se le debe al río (arroshito, dicen los porteños).

A propósito, comparto una anécdota que grafica esto.

Tenía un amigo en Panaholma, cuya identidad vamos a cubrir con un manto de indulgencia, que un verano recibió la visita de una banda de primos que venían de Buenos Aires, de Capital. Estos familiares llegaban en el tren Sierras Grandes a Villa Dolores y de allí tomaban el Expreso Mina Clavero, y en Brochero los esperaban y los llevaban en una estanciera que hacía dos viajes. Los primitos eran unos gringuitios todos rubiecitos de flequillo que caía hasta donde comenzaban los ojos. De ropa impecble y el cuero blanco. Mi amigo les tenia poca paciencia porque siempre lo cargaban por el modo de hablar esdrújulo y arrastrado o por alguna carencia material. Mi amigo pronto encontró desquite.

Un día mientras andabamos por los sendero en busca de algun lagarto overo, les preguntó si habían probado el piquillín. Los pibes se miraron y dijeron que no. Entonces mi amigo les comenzó a describir los dulzores de la frutita y le convidó un granito a cada uno. Más tarde volvió a ofrecer piquillín y la aceptación fue unánime y entusiasta. Entonces mi amigo extendió su mano genrosamente repletas y me miró con ojos de “quedate piola”. Sobre su palma se ofrendaban un puñado de ajíes putaparió que fueron arrebatados casi con desesperación por los pibes.

Para qué contar lo que vino después..! No olvido la cara y la sonrisa de mi amigo ante la deseperación de esos niños cuyos rostros se iban enrrojeciendo mientras agitaban las manos intentando apaciguar el aliento incendiado.

Entonces la carencia del conocimiento es relativo.

Los que aquí vivimos sabemos cuando va a venir la creciente, sabemos que pasa cuando las arañas buscan las tierras altas, sabemos que no hay que subir al Champaquí sin vaquiano, que no hay que tirarse “clavitos” desde las piedras altas si no se ha explorado ante el río. Que si nos agarra una tormenta eléctrica en el campo, nunca hay que guarecerse bajo un arbol y que hay que desmontar si la tormenta nos sorprende cabalgando. Sabemos esas cosas que son necesarias para sobrevivir aquí. Esas enseñanzas que nos trasmitieron los padres, los abuelos y algunos que tuvimos la suerte de escucharlo de los bis abuelos. Pero lo más importante es que sabemos diferenciar el piquillín de ají putaparió.

Entonces desde esta perspectiva, aquel concepto discriminatorio se torna en distinción de orgullosa pertencia: “…soy chuncano…!“

Las sierras que nos abrazan

Las sierras han supuesto una barrera que nos ha aislado históricamente del progreso en la provincia. De hecho el desarrollo económico se apuntala hacia la pampa gringa agroganadera, aunque la Pampa de Pocho fue y es un importante polo agrícola. A principios del siglo pasado, no eran pocos los hombres que debían cruzar las sierras a lomo de mula, para buscar trabajos en el este en la cosecha de granos.

Sin embargo es posible que las sierras hayan protegido esa escencia creativa que se materializa en la cantidad de artistas que han nacido en este suelo y que pueblan el aire transerrano de música, poesía, danza, pintura, teatro y otras novedosas expresiones del alma atravez del arte.

Esa bohemia que se vigoriza en el abrazo del reencuentro de amigos en torno al fuego previo del asado, o ese vasito de vino compartido mientras la emoción vibra en las cuerdas de una o varias guitarras. Esa bohemia que reclama la resurrección de las noches de serenatas.

Y ni qué hablar del hablar esdrújulo que nos distingue y nos confunde. Las R arrastradas, las S “aspiradas” nos diferencian del acento del resto de la provincia pero nos amalgaman sonoramente con los de San Luis del norte de su provincia y los riojanos del este de la suya.

El orgullo de ser chuncanos

Vivimos en una lonja de tierra entre dos contrafuertes que sostienen pampas que llevan nombres de curacas o caciques. Estas sierras son las que aguantan la Pampa de Achala, y las de más al oeste, las sierras de Chancaní, lo son de la Pampa de Pocho

Y en este territorio han acontecido hechos que nos llenan de orgullo de ser chuncanos. Es en esta tierra donde realizó su obra dignificadora el Cura Brochero, este hombre que eligió ser un Santo Chuncano, porque más allá de su formación académica y sus altos conocimientos en filósofía, no dudó un instante en inculturarse y adquirir los hábitos y modo de hablar de los chuncanos hasta convertirse en uno de nosotros.

Este es uno de los motivos de orgullo de ser chuncanos, porque Brochero pudiendo irse eligió quedarse para siempre.

Pero hay además hechos históricos importantísimos que fueron cubiertos por el polvo del olvido como es el caso de la Rebelión del Común, La Revolución Olvidada titulamos cuando publicamos sobre ese tema. Isabel Lager, había escrito sobre el hecho en el libro “Territorio de Conquistas”. Para muchos se trata del primer antecedente emancipador de la américa colonizada. 

Ocurrió en abril de 1774 en Villa de Pocho, en la plaza de Villa de Pocho, y lo bueno es que a esta historia la rescatan y la mantienen viva un grupo de jóvenes pochanos, muchos de ellos descendientes de los protagonistas de aquella gesta que termina en el Pacto de Chañares en donde los subvlevados, entre los 8 planteos para iniciar la negociaciones, destacan que quieren elegir entre los criollos a sus autoridades y que si por aquel acontecimiento debían ser reprendidos, que el castigo cayera sobre la totalidad de los partícipes (El Común) y no de modo individual. Casi, casi una Fuenteovejuna. Paradójicamente la obra de Lope de Vega está basada en un hecho similar ocurrido en ese pueblo de la Córdoba española, también un mes de abril.

Esto es otro motivo de orgullo de pertenecer a estas tierras chuncanas.

Vamos descubriendo a diario las miles de historias chuncanas, enteramentes chuncanas que están diseminadas por el valle y suceptibles al olvido. Como las historias de “La Secundina”, una señora de Villa de Las Rosas que nos lleva a momentos y circunstancias que evidencian la dureza de la vida a principios del siglo pasado. De esas historias estamos hechos, por eso nos sentimos orgullosos.

Ser chuncano es reconocerse heredero y depositario de esas historias.

El chuncano cuida el paisaje porque aprendió de los antiguos habitantes comechingones que el ser humano no es dueño del paisaje, sino parte indivisible del paisaje. Y por lo tanto si altera el ambiente alterarán en igual sentido su vida.

Y qué hablar de los sabores chuncanos, que nos convocan a las siestas de la infancia en donde el verano se caminaba en patas por las orillas de los ríos y arroyos.

Son sabores que remiten al rupestre y ancestral dulzor de las vainas de algarroba y coloridos piquillines que nos heredaron los antiguos cuidadores de estas tierras. Son sabores que nos llenan la boca de jugosas moras o duraznos criollos bajo la torridéz del sol en donde la niñez desafiaba a los duendes custodios del sueño de nuestros mayores.

Los sabores chuncanos son aquellos que atan a estos paisajes el alma de quienes debieron alejarse del terruño, pero que siempre regresan cabalgando sus nostálgicos sueños o inspirando en sus memorias genética los amaneceres con aromas a menta o los rojos ocasos impregnados de poleos.

Son las migas de los pastelitos y las tabletas de las tardes de patios regados o el frescor bajo los sauces, tirado panza arriba dibujando ilusiones con las nubes blancas en estos profundos cielos.

Brasero, fogón y leña para cocinar en olla de barro las recetas de las abuelas que preparaban manjares con inexorable gustito ahumado.

Cuando el chuncano debe irse del pago extraña más las sierra que a su familia.

Los chuncanos regresamos imaginaria y sincronizadamente una vez al día y desde cualquier lugar del mundo en donde estemos. Lo hacemos a esa hora en que nos reconocemos y nos abrazamos con el airecito que baja de las sierras impregnado con olores de tusca, menta, poleo y peperina.

Cada día, al terminar la jornada regresamos, inexorablemente a renovar energías, a encontrarnos con los que fuimos, con los que somos y con los que queremos ser.

No acercamos ansiosos de sentir los acordes de alguna guitarra serenatera y del bullicioso afectos de los amigos.

No son pocos motivos para sentir orgullo de haber nacido en esta geografía.

Cada día, antes que caiga la noche, regresamos al pago porque puede haber en el mundo atardeceres bellos, pero ninguno como los de este valle. Y eso amigas y amigos es un orgullo bien chuncano.

(Chuncania.com)

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