¡QUIRICOCHO!

HISTORIAS / 

Los campeones gritan Quiricocho


Por Andrés Burgo

El fútbol argentino redujo la venta de jugadores a los principales clubes europeos pero nunca deja de ser un mercado exportador, incluso de lo periférico o anecdótico. A las canciones de hinchadas que suenan hasta en Japón se les sumó en los últimos años un misterioso embajador del infortunio y la superstición: aunque de Quiricocho o Kiricocho se sabe tan poco que ni siquiera está claro cómo debe ser escrito, su nombre es invocado en campos de juego, banco de suplentes y tribunas del extranjero.

Futbolistas, directores técnicos o hinchas de Argentina, México y España recurrían desde hacía rato a su supuesto influjo pero Quiricocho pasó a conquistar territorios insospechados. En marzo, el propalador fue el flamante prodigio del fútbol mundial, el noruego Erling Haaland. Aún sin saber su significado, el delantero de Borussia Dortmund le devolvió a Bono, el arquero de Sevilla, la palabra misteriosa que éste le había gritado para intentar atajarle un penal por los octavos de final de la Champions League.

Incluso ¡en la final de la Eurocopa! Giorgio Chiellini, capitán y emblema de la selección italiana, invocó a Quiricocho en la definición por penales: fue el turno de Bukayo Saka y Gianluigi Donnarumma le tapó el remate desde los doce pasos, para que Italia se corone campeón.

En el episodio de Haaland, la prensa alemana interpretó primero un cruce de insultos hasta que, al día siguiente, llegó al (bilardista) quid de la cuestión. Originada en el Estudiantes de Carlos Bilardo a comienzos de la década del 80, y exportada años más tarde por los usos y costumbres de futbolistas argentinos desperdigados por el mundo, Quiricocho es una expresión que se utiliza para desearle mala suerte al rival: inmuniza contra la desgracia propia y provoca el infortunio ajeno. En marzo, llegó más lejos que nunca: un arquero nacido en Canadá y criado en Marruecos que ataja para un club español y un delantero noruego que hace goles para un club alemán apelaron al extraño apodo de un argentino que nunca jugó al fútbol.

Pero de Quiricocho no suele saberse más que eso, o sea casi nada. Es un nombre cada vez más mencionado pero invariablemente poco conocido. Ni siquiera hay referencias en el magnífico diccionario del fútbol argentino que Olé publicó a finales de la década del 90: de “Quipildor, Carlos, delantero de Atlanta y Banfield en 1974 y 1975”, se pasa a “Quirincich, Jorge, defensor de Central Norte de Salta en los Nacionales 1976 y 77”. Buscarlo con “k” también es en vano: a “Kimberley, club de Mar del Plata que jugó seis Nacionales de Primera División”, le sigue “Kiska, Arturo, mediocampista de Quilmes en 1976”.

Si en el fútbol hay ramas más cercanas a las supersticiones que otras, está claro que la etimología de Kiricocho no proviene de la Naranja Mecánica de Holanda del 74 sino del Estudiantes de Bilardo. El rastreo de quién fue (o sigue siendo) es difícil porque el técnico campeón del mundo en México 1986 sólo habló una vez del tema. Las cábalas se ejercen, no se dicen: “Quiricocho era un muchacho de La Plata que siempre estaba con nosotros, y que como ese año salimos campeones (en referencia a 1982) lo adoptamos como amuleto. Era un buen pibe pero después ya no lo vi más. La última vez que estuve dirigiendo a Estudiantes (2003-04) pregunté por él y nadie sabía nada. Pero aunque no lo creas, cuando fui a España a dirigir al Sevilla (entre 1992 y 1993) hubo un penal para los otros (por los rivales) y escuché que alguien atrás mío gritó: 'Quiricocho, Quiricocho'. Yo no lo podía creer, hasta que el Cholo (Diego Simeone) y Diego (Maradona) me avivaron de que ellos lo habían dicho un par de veces y que el resto lo aprendió”.

En La Plata casi no hay pistas del hombre que inspiraría a miles de gritos esotéricos. Recién a partir de unos pocos testigos que acompañaron la intimidad del Estudiantes que ganó el Metropolitano 1982 aparecen algunas piezas sueltas y el rompecabezas puede reconstruirse de a poco. Kiricocho no era el nombre sino el apodo. Se llamaba Juan Carlos o, tal vez, se sigue llamando Juan Carlos, aunque nadie lo ve desde hace muchísimos años. Era un hombre solitario y con ciertas dificultades cognitivas, de esos allegados que el fútbol suele adoptar entre el cariño real y alguna burla solapada. Aparecía todos los días por el lugar de entrenamiento del equipo, el predio del Country Club en City Bell, y el cuerpo técnico lo incorporó a su ministerio de cábalas. Bilardo ya había mostrado predilección por esos personajes queribles en sus pasos anteriores por el club y, en el sumun de su locura, había hecho ingresar a uno de ellos al comienzo de un partido contra Boca de 1974, hasta que el árbitro Luis Pestarino advirtió que Estudiantes arrancaba con 12 jugadores y lo hizo salir. Otro de esos muchachos “pre Quiricocho” era el encargado de tocar la guitarra en los viajes en colectivo del plantel a los estadios y, minutos antes de llegar a Vélez para un partido contra River por el Nacional 75, cantó un tema que nunca había entonado hasta entonces: Bilardo ordenó cambiar el recorrido del ómnibus y visitar una iglesia para exorcizar esa canción mal elegida.

Pero Quiricocho era diferente a todos porque portaba reputación de mufa, como se llama en Argentina a lo que suele decirse gafe en España, pavoso en Venezuela o salado en México. Entonces Bilardo lo mandó a cumplir con dos roles en cada presentación de Estudiantes como local. Primero esperaba la llegada de las delegaciones visitantes para hacerse pasar por un hincha de ese equipo y les daba una palmada de aliento a cada jugador. De inmediato activaba la segunda parte: salía disparando hacia la tribuna visitante para transmitir su supuesta energía negativa durante los partidos. Solo cada tanto tenía trabajo extra en la semana previa y acudía a los entrenamientos del rival para comenzar a contagiar su mala suerte.

Aquel Estudiantes era un gran equipo, con Alejando Sabella, Miguel Angel Russo, Marcelo Trobbiani y José Daniel Ponce en el mediocampo, y se consagró bicampeón del Metropolitano 1982 y el Nacional 1983, aunque en este último torneo el entrenador ya era Eduardo Luján Manera (Bilardo acababa de asumir en la selección tras su éxito reciente). Entre ambas campañas sólo perdió dos partidos en La Plata, 1-2 contra Boca por el Metro 1982 y 0-1 ante Vélez por el Nacional 83, y la industria bilardista de cábalas les adjudicó las vueltas olímpicas a esos jugadorazos pero también a Quiricocho, que primero fue una persona y después se convirtió en un rito y grito.

Maradona y Simeone, que jugó seis partidos en la selección de Bilardo entre 1988 y 1990, llevaron la expresión al Sevilla en 1992 y Quiricocho, aunque no volvió a ser visto en el ambiente del fútbol, comenzó a hacerse conocido en España. Para entonces ya era una celebridad en Argentina: como un anti Pugliese del rock, jugadores y técnicos de cualquier equipo gritaban Quiricocho para mufar a sus rivales cada vez que tenían una posibilidad de gol muy concreta, en especial un penal. Los hinchas, siempre dispuestos a darlo todo, irracional o no, se sumaron al poco tiempo.

Para su globalización también fue decisivo el ex arquero Rubén Cousillas, ya reconvertido en ayudante de campo del técnico chileno Manuel Pellegrini en Villarreal primero y Real Madrid después, que en cada ataque enemigo gritaba ese extraño nombre desde el banco de suplentes. Uno de los jugadores que la dupla sudamericana dirigió en aquel Submarino Amarillo entre 2007 y 2009 fue el lateral izquierdo Joan Capdevila, que en el Mundial de Sudáfrica 2010 recurrió a la salvación menos pensada en la jugada más dramática de la final, cuando el delantero holandés Arjen Robben quedó solo ante Iker Casillas, con el partido todavía 0 a 0. “En la desesperación se me ocurrió gritar Quiricocho. Cousillas no paraba de decir esa palabra y le preguntamos qué era. Nos dijo ‘mala suerte para el rival’ y a mí me funcionó”, reconoció Capdevila entre risas en 2020, diez años después del título.

Pero Quiricocho también fue campeón olímpico: en los Juegos de Londres 2012, el mayor triunfo de la historia del fútbol mexicano, los jugadores del Tri contaron en un documental (“Oro, el día que cambió todo”) cómo invocaban su nombre durante la final ante Brasil para anular los pases rivales. Luego se colgaron la medalla de oro. En la definición por penales de las semifinales del Mundial 2014, ante Holanda, Enzo Pérez reconoció que gritó unos cuantos kiricochos en el momento en que ejecutaban los europeos. Ya campeón del mundo después de Rusia 2018, en un video de un entrenamiento de la selección francesa que Antoine Griezmann subió a sus redes sociales, se escucha cómo uno de sus compañeros le grita quiricocho para darle mala suerte en un remate al arco.

En febrero pasado, en un informe titulado “La leyenda de Quiricocho”, el programa de televisión “El día después” demostró la vigencia del original amuleto bilardista en la actual liga española. La ausencia de público por la pandemia permite escuchar cómo los arqueros y jugadores rivales aúllan “quiricocho” segundos antes de que Lionel Messi y Luis Suárez patearan penales para Barcelona y Atlético de Madrid. Así fue que, en marzo, en un cruce por Champions, le llegó el turno a Haaland. Y, ahora, apelaron a su mística en la definición de la Eurocopa.

Todavía hay países en los que su nombre no resulta conocido, como Colombia, Perú o Guatemala. Tampoco es utilizado en Uruguay, pero sólo es cuestión de tiempo: los campeones usan Quiricocho.

(TyC Sport)

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