DE ALFONSÍN A ALBERTO FERNÁNDEZ

OPINIÓN

Lo que pasó, no predice lo que pasará

Por Sergio Berensztein

Desde la vuelta a la democracia hasta ahora, los contrastes entre el inicio de gestión y los últimos dos años de gobierno han sido muy notorios. Todo demuestra que el comienzo no nos dice nada respecto a lo que puede venir después.

La palabra que caracteriza el escenario político y económico en la Argentina es incertidumbre. Es difícil, por no decir imposible, imaginar con algo de precisión qué sucederá por los próximos dos años (lo que resta de la gestión de Alberto Fernández). De hecho, apenas podemos intentar adivinar el potencial devenir de acontecimientos inmediatamente después de las elecciones dada la premura para lograr un acuerdo con el FMI. La particularidad de la incertidumbre argentina es que alcanza incluso a las cuestiones de mayor trascendencia, tanto en materia económica (tipo de cambio, inflación, tarifas) como política (equilibrio de poder, gobernabilidad). Esta descomunal incertidumbre es lo que impide los proyectos de largo plazo y formular y sostener políticas de Estado. Y explica el mal clima de negocios, la caída de la inversión privada y el pesimismo que predomina entre los principales actores económicos y en el conjunto de la sociedad.

En efecto, en la Argentina diagramar escenarios contingentes se convierte a menudo en una misión imposible, sobre todo porque muchas veces son los propios gobiernos los que pegan giros bruscos que contradicen aspectos fundamentales de las políticas y las ideas sostenidas poco tiempo antes. Algunos de estos giros devienen en cambios positivos, con mejoras significativas en la gestión (incluso cuando esto resultaba difícil de imaginar en la etapa previa). Otras veces encaran transformaciones que los degradan luego de un inicio que parecía mejor encaminado. En todos los casos, desde la vuelta a la democracia hasta ahora, los contrastes entre los dos primeros años y los últimos dos de las sucesivas gestiones han sido muy notorio.

Alfonsín

Raúl Alfonsín asumió en diciembre de 1983 heredando de la última dictadura militar una economía totalmente caótica. Sin embargo, demoró cualquier tipo de abordaje sistemático y bien diseñado para los problemas angustiantes que enfrentaba el país y que ponían en riesgo la supervivencia misma de su gobierno.

Recién a mediados de febrero de 1985, Bernardo Grinspun fue remplazado por Juan Vital Sourrouille en el Ministerio de Economía. En junio de ese año, Sourrouille lanzó el Plan Austral que logró contener la inflación rápidamente e impulsar el crecimiento: el PBI se expandió un 6% en 1986. Y en las elecciones legislativas del 3 de noviembre de 1985, a pesar de que ese año la contracción económica alcanzó el 5%, la UCR se impuso con casi el 44% de los votos frente a un peronismo dividido (FREJULI 24,5%, Frente Renovador 10,5%) en buena medida gracias al cambio en las expectativas económicas que había logrado ese imaginativo plan heterodoxo que fue el Austral.

Menem

Carlos Menem asumió en julio de 1989, luego de que el Plan Primavera (sucesor del Austral) mostrará sus límites y no pudiera evitar el estallido hiperinflacionario, lo que obligara a Alfonsín a adelantar el traspaso (las elecciones se habían adelantado para el 14 de mayo). Es cierto que el riojano impulsó algunas medidas innovadoras al inicio de su gestión (como la Ley de Reforma del Estado y de Emergencia Económica) pero no evitó sufrir su propia hiperinflación a inicios de 1990.

Más aún, hubo episodios de alta tensión política que mostraban a un presidente debilitado y cuestionado por la opinión pública. Sin embargo, la situación se enderezó casi dos años después de asumir. De manera análoga a lo que sucedió con su predecesor radical, el líder peronista pegó un fuerte giro cuando en 1991 nombró a Domingo Cavallo en la cartera económica. Recordemos que hasta ese momento Cavallo se desempeñaba como canciller, cargo que ocupó durante un año y medio. El nuevo ministro de Economía aplicó el Plan de Convertibilidad que terminó convirtiéndose en el principal eje del gobierno menemista y permitió resonantes triunfos electorales tanto en ese año como en 1993.

Los dos primeros años de la segunda presidencia de Menem se parecieron poco a lo que vino después. Luego de la reforma constitucional de 1994, se impuso por un amplio margen en la elección presidencial del año siguiente frente a José Octavio Bordón (Frepaso) y Horacio Massaccesi (UCR). El inicio de su segundo mandato comenzó así con los sueños de la “re-re”.

Sin embargo, la unión del Frepaso y la UCR en una gran coalición (la Alianza) sumado al desgaste que evidenciaba el liderazgo de Menem sepultó sus ambiciones. El PJ sufrió una dura derrota en la elección de 1997, la primera en la que participó la Alianza, y a partir de ese momento el presidente perdió la iniciativa política. Ya no era el líder fuerte de tiempo atrás, a punto tal de que ni siquiera pudo imponer a su eventual sucesor dentro del PJ.

De la Rúa

Fernando de la Rúa apenas duró dos años en el cargo. No sabemos qué hubiese pasado luego, pero al inicio de su gestión demoró toda corrección posible de los desbalances macroeconómicos heredados de Carlos Menem.

Recién quiso imponer correcciones cuando era demasiado tarde y no contaba con el apoyo político suficiente (ni siquiera dentro de su propio partido) para encarar una nueva etapa de su administración.

Néstor y Cristina Kirchner

Los dos primeros años de Néstor Kirchner marcaron un periodo de recuperación, prácticamente en continuidad con el gobierno anterior de Eduardo Duhalde. En materia económica, mantuvo en el cargo a Roberto Lavagna y en materia política no se diferenció demasiado de su predecesor. Sin embargo, en 2005 se produjo un punto de inflexión crítico: el Frente para la Victoria decidió ir por fuera del Partido Justicialista, y Cristina Kirchner compitió contra Chiche Duhalde en la carrera por el Senado en la Provincia de Buenos Aires.

Comenzaba el proyecto de construcción política independiente del kirchnerismo. El cambio de rumbo terminó de concretarse cuando un mes después de las elecciones, Kirchner decidió desprenderse de Roberto Lavagna para centralizar en su propia persona las decisiones en materia económica. El kirchnerismo (y la Argentina) no volvió a tener un ministro fuerte en el área.

Los dos primeros años de Cristina fueron de suma conflictividad, la cual alcanzó su punto máximo con el paro agropecuario de 2008. Ese enfrentamiento dio inicio al giro de máxima radicalización por parte del kirchnerismo. Estela de Carlotto reveló que Cristina incluso pensó en renunciar luego del duro revés que la 125 había sufrido en el Congreso. Un año después, el propio Néstor Kirchner perdió las elecciones en provincia de Buenos Aires frente a Francisco De Narváez. En síntesis, el gobierno parecía debilitado y en retirada. Sin embargo, logró recuperarse extraordinariamente entre 2010 y 2011, al punto tal de que Cristina consiguió la reelección con el recordado 54% de los votos.

El segundo mandato de Cristina mostró una dinámica inversa. En los primeros dos años el kirchnerismo comenzaba a soñar con la reforma constitucional y la relección indefinida. Sin embargo, los desbalances macroeconómicos se fueron profundizando (en 2011 comenzó el cepo cambiario que fue sufriendo distintas modificaciones), el nivel de reservas se agotó, el margen de maniobra se redujo y, luego de la derrota electoral de 2013, la presidenta se vio forzada a aceptar que Daniel Scioli (en el pasado denostado por el propio kirchnerismo) era el mejor candidato con el que contaba. De todas formas, el desgaste era mayúsculo y fue derrotado por Macri.

Macri

Los dos primeros años de Macri se vieron caracterizados por el optimismo que trajo el cambio de gestión y el hecho de haber levantado el cepo con relativa facilidad. Fue el tiempo de los anuncios de “brotes verdes” y el gradualismo en materia de reformas. Este clima (y seguramente el haber postergado las necesarias reformas estructurales) llevó a Cambiemos a obtener la victoria electoral en 2017.

Sin embargo, los dos últimos años la realidad impuso un giro: la sequía afectó la cosecha y redujo los ingresos de divisas, los mercados financieros se cerraron, la Argentina se vio obligada a recurrir al prestamista de última instancia (el FMI), una ajuste fiscal muy severo debilitó a Cambiemos, se licuó la confianza en la capacidad de Macri (sobre todo luego de la dura derrota en las PASO de 2019), nuevamente apareció el cepo cambiario y las sucesivas devaluaciones terminaron de volcar el ánimo del votante independiente a favor del remozado justicialismo, reunificado en el Frente de Todos.

Alberto Fernández

Todos estos antecedentes demuestran que los dos primeros años en general no nos dicen nada respecto a lo que puede venir después. Hasta ahora, el cuarto gobierno kirchnerista ha sido una decepción, incluso para un sector de los votantes más fieles. El presidente Alberto Fernández requerirá un giro brusco no solo en materia económica, sino también en la mecánica del proceso de toma de decisiones, para estar en condiciones de encarar los duros desafíos que su gobierno tiene por delante.

Lo que pasó hasta ahora no permite de ninguna manera predecir lo que va a pasar. ¿Tiene entonces el gobierno de Fernández al menos el beneficio de la duda? Si el resultado de estas elecciones no le es auspicioso, ¿tendrá la fortaleza para rearmar un esquema de poder, buscando acuerdos dentro y fuera de su coalición para avanzar en una agenda que le permita al país salir de la crisis?

Son preguntas que solo el tiempo permitirá contestar. A pesar de la incertidumbre, de una cosa estamos seguros: lo que pasó no es un predictor de lo que puede pasar.

(Sergio Berensztein / TN)

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