LAS MUJERES QUE JAMÁS PODRÉ OLVIDAR

HISTORIAS / OPINIÓN

Quisiera nombrar a todas ellas

Por Walter R. Quinteros

Aunque algunas, aquí están, éstas son, las mujeres inolvidables.
En mi columna de "Historias", ellas no podían faltar y si debo nombrarlas mil veces, tengan por seguro que lo haría. Le debemos una enorme gratitud, sin indagar en profundos pormenores de sus sufrimientos prolongados, de las costumbres en la época que les tocó vivir, de sus fugaces alegrías, de sus furtivos sueños, de sus certeros presagios, de sus pasos sigilosos. De sus voces dispersas en los campos de batalla, de las caricias ofrecidas y desperdigadas en las horas de descanso, de la esmerada prudencia que como amantes tenían.

Y en esta ocasión me voy a quedar corto, porque ellas son mujeres ilustres por sus grandes hechos, son las que llevaron a cabo una serie de cometidos dignos de ser reconocidos, son las protagonistas del gran drama de nuestra Patria para ser libre e independiente. Leamos:

Juana Azurduy, "La flor del Alto Perú". Nació el 8 de marzo de 1781 en Chuquisaca, Bolivia, y se casó con el comandante Manuel Asencio Padilla. En aquella época, las mujeres no solo eran excelentes espías, sino que algunas de ellas, como doña Juana Azurduy de Padilla, comandaban tropas en las vanguardias de las fuerzas patriotas. Azurduy fue una estrecha colaboradora del líder de la guerra gaucha, don Martín Güemes, y por su inmenso coraje fue investida del grado de teniente coronel con el uso de uniforme, según un decreto firmado por el director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Juan Martín de Pueyrredón, acto que hizo efectivo el general Manuel Belgrano al entregarle el sable correspondiente.

María Loreto Sánchez de Peón de Frías. María nació el 3 de enero de 1777 en la ciudad de Salta, y se casó con el patriota Pedro José Frías Castellanos. Fue quien lideró la organización de mujeres que efectuó las tareas de espionaje y sabotaje contra las fuerzas realistas que ocupaban su ciudad durante la Guerra de Independencia de la Argentina.

Macacha Guemes. Se llamaba María Magdalena Güemes de Tejada alías "Macacha", hermana del general Martín Miguel de Güemes, de quien fue una de sus principales colaboradoras, nació el 11 de diciembre de 1787 en Salta. En 1803 y, con apenas 16 años, contrajo matrimonio con don Román Tejada, perteneciente a una antigua familia de Salta. Su acción en favor de la causa patriota se inició poco después de la Revolución de Mayo, cuando convirtió su casa en taller de confección de uniformes para los soldados. Macacha se encontraba en su casa cuando la noche del 7 de junio de 1821 su hermano Martín arribó a su casa diciéndole que había recibido su mensaje, a lo que María respondió que no lo había mandado llamar. En aquel momento, ambos comprendieron que se trataba de una emboscada realista. Aquella noche, Güemes salió de la casa de Macacha y fue alcanzado por una bala que lo hirió mortalmente. Querida y respetada por el pueblo, debido a su valentía y generosidad, Macacha falleció en junio de 1866, a los 90 años de edad.

María Remedios del Valle. “Una negra esclava que, con mucho coraje, fue a pelear a las órdenes de Belgrano, que perdió a su marido y a sus hijos en batalla. Sobrevivió y en 1827 fue nombrada como la Madre de la Patria. Pero en 1880 Argentina quiso tener una historia blanca y la borró”. Historia completa que fue publicada en este medio bajo el título "La madre de la Patria", estimado lector.

Gertrudis Medeiros viuda de Fernández Cornejo. Dicen que todavía lloraba sobre la sepultura de su esposo, junto a sus 3 pequeñas hijitas cuando por orden de Pío Tristán es tomada prisionera. Parte de su casa fue convertida en cuartel y el resto demolida para construir trincheras. Cuando Manuel Belgrano triunfó en Salta, ayudado por hábiles mujeres como Juana Moro y Martina Silva de Gurruchaga, que capitaneando la tropa que formara se presentó en el campo de batalla, Gertrudis recuperó la libertad pero quedó en la pobreza. Al año siguiente su hacienda, ubicada sobre el camino entre Salta y Jujuy fue asaltada. Desesperada resistió junto a los escasos gauchos que trabajaban sus tierras, pero tanta valentía no fue suficiente. Los restos de anteriores saqueos, cosechas y ganado, fueron arrasados. Los pobladores de Campo Santo, indefensos, la vieron amarrada a un algarrobo que aún se conserva y cuyo follaje recuerda a la heroica mujer. Encadenada fue llevada a Jujuy. El maltrato reafirmó su patriotismo y estando presa informaba sobre el enemigo al Gral. Güemes. Bajo sospecha, fue sentenciada a morir en los socavones de Potosí pero huyó la noche antes de ser trasladada y regresó a Salta. Ante una nueva invasión se refugió en Tucumán. Gertrudis, la valiente espía, la heroica madre, todo lo había perdido. Pidió que se le otorgara una pensión pero no fue escuchada. Murió en la pobreza, cubierta por el manto del olvido.

Juana Moro de López, jujeña, delicada dama que humildemente vestida se trasladaba a caballo espiando recursos y movimientos del enemigo. En una oportunidad fue apresada y obligada a cargar pesadas cadenas, pero no delató a los patriotas. Sufrió el castigo más grave cuando Pezuela invadió Jujuy y Salta. Juana fue detenida y condenada por espionaje a morir tapiada en su propio hogar. Días más tarde una familia vecina, condolida de su terrible destino, oradó la pared y le proveyó agua y alimentos hasta que los realistas fueron expulsados. Consecuencia de la difícil situación que atravesó, fue su apodo: «La Emparedada».

Andrea Zenarruza de Uriondo, esposa de un lugarteniente de Güemes, recibía información y la trasmitía desafiando los peligros que esta actividad implicaba, contribuyendo más de una vez al triunfo de las armas criollas, gracias a su información.

Martina Eugenia de San Diego Silva de Gurruchaga. Capitana de las tropas de Belgrano. Doña Martina Silva, que tenía su casa en los Cerrillos pocas leguas al sur de la ciudad, con toda cautela preparó, armó y equipó con sus propios recursos, una compañía de soldados, los cuales presentaría a Belgrano el día de la batalla, bajando al campo por las lomas de Medeiros; por cuya brillante actitud muy agradecido aquel general, la premiaría merecidamente.

Carmencita Puch de Güemes y Remedios de Escalada de San Martín. No empuñaron las armas, ni fueron espías, ni murieron extendiendo sus manos como mendigas sino, de amor al hombre que acompañaron con sacrificio y coraje. Ambas criaron a sus hijos lejos del padre que anhelaba legarles un país libre. Ambas mueren a los 25 años de edad.

Manuela Pedraza, la Tucumana que combatió junto a su marido José Miranda en las invasiones inglesas, aún cuando quedó viuda. Mató con el fusil de su marido a dos soldados británicos. Y una vez creado el Regimiento de Patricios, Liniers habría resuelto integrarla al mismo, dándole el grado de Alférez, con goce de sueldo.

Martina Céspedes, que junto a sus hijas tomó prisioneros a 12 soldados ingleses en la segunda invasión inglesa. Por lo cual Liniers le dio el grado de Sargento Mayor con uso de arma y uniforme. Aquí, me parece haber leído que una de sus hijas se enamora de un prisionero y que, una vez en libertad, el gringo se queda a vivir en nuestras tierras.

Mariquita Sánchez de Thompson, una de las primeras mujeres activas a favor de la Revolución de Mayo. A partir de 1808 ella y su marido se vincularon a los grupos de criollos que pretendían instaurar un gobierno propio. En esos años, su casa recibió a personalidades de la cultura y la política, atraídas por sus conocimientos, vitalidad y hospitalidad. Fue en su salón, en 1813, donde Remedios de Escalada cantó por primera vez la Marcha Patriótica, compuesta por Blas Parera y Vicente López y Planes.

Pancha Hernández, era una mujer puntana, que estaba casada con el sargento Hernández (Granadero). Fue una de las cuatro mujeres a quién San Martín concedió autorización para que acompañara a su esposo. Fue parte del Ejército Libertador, vestida de uniforme militar, armada de sable y pistolas como era su costumbre en los combates en que estaba su marido, peleando a la par de él como un soldado más.

Manuela Sáenz, nacida en Quito, compañera de Simón Bolívar. Que en 1822, San Martín la asciende a Coronela, cuando instituyó la Orden del Sol a las coronelas y a las mujeres notables que participaron en la independencia. Pero su compañero, Simón Bolívar consideró insuficiente el grado de coronela para Manuela Sáenz, y la asciende a teniente coronel, pues en varios parajes ella se enfrentó con su regimiento a las huestes realistas.

María Catalina Echeverría de Vidal, humilde costurera de Capilla del Rosario, que cosió nuestra primer Bandera, quedando como representante de las muchas mujeres de pueblo, que generosamente ofrecieron a la causa patriótica lo que tenían a su alcance.

¿Y cómo se llamaban las miles de viudas y de madres y de hermanas y de novias que quedaron esperando a sus gauchos, soldados, marineros, caídos en batallas?

¿Dónde está el registro de las cocineras, enfermeras, artilleras y auxiliares de campaña?

¿Y dónde constan las lágrimas de las mujeres afroamericanas, criollas y hasta de las señoras Patricias que criaron a sus niños solas?

Me falta nombrar a varias de ellas. Pero me salva la escritora peruana y profesora investigadora de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, de la Universidad de San Martín de Porres, Sara Beatriz Guardia, que nos dice que: Hay, un determinado momento, en que la figura de la mujer comenzó a ser invisibilizada. "El gran quiebre en la consideración acerca de las mujeres es la instauración de la República. Las constituciones les niegan la ciudadanía a la mujer, se establece que son ciudadanos los hombres letrados con profesión. La mujer no existe más. El retroceso que se vive en ese momento es enorme y es un estancamiento que va hasta 1870, o 1880". Y la memoria de las madres de la independencia comenzó un penoso proceso de erosión.

En mi modesta opinión es lo más lamentable que he leído, pero es cierto. Porque si leemos nuestra historia, para nuestros próceres, todas ellas eran su par. Vamos, busquen.

Mucho mas acá en el tiempo, y mientras mis maestras me enseñaban historia, yo tenía una heroína en mi casa, era la que me mandaba a bañarme, la que me daba las medicinas para mis enfermedades, la que me cocinaba comidas ricas, la que me daba mate cocido con torta fritas, la que me hacía hacer las tareas, la que lavaba, remendaba, planchaba y almidonaba mi guardapolvo escolar y, la que seguramente, de habernos tocado vivir en aquella época, hubiese cargado un fusil conmigo, a mi lado. Les hablo de mi mamá, mujer patriota que se estampaba una escarapela en su pecho y una en el mío en cada Fiesta Patria y, que debe andar mezclada con las almitas de todas ellas, allá en el cielo.

Saquen una hoja y escriban las respuestas a las siguientes preguntas:
¿Dónde está la calle Manuela Pedraza? ¿Y la calle Juana Moro? ¿Y la calle Martina Silva? ¿Y la calle María Remedios del Valle? Y, ¿En qué plaza están sus monumentos?

(©Walter R. Quinteros / La Gaceta Liberal)

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