ECONOMÍA PERONISTA

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El relato y el análisis de los datos

Por Rogelio Demarchi

Tres publicaciones recientes señalan que el plan económico del peronismo, desde su origen, no fue positivo para el desarrollo del país. Desde qué lugar lo analizan, con qué datos, y cuáles son sus conclusiones.

En El regreso liberal (2018), Mark Lilla recuerda la gran lección política de Abraham Lincoln: nada se puede hacer contra el sentir del público; moldear su sentir es más importante que promulgar leyes.

Para conseguir ese objetivo, hace falta un “relato” o, si se prefiere, una “narrativa”. Organizar y transmitir un discurso que dé cuenta de una representación del país que se imagina desde una posición política determinada. El que moldea al público obtiene su confianza: la política, entonces, sería una competencia entre esos relatos.

En Argentina, quizá ningún relato político ha sido tan efectivo como el peronista: es el que, una y otra vez, desde 1945, otorga y garantiza derechos universales para los sectores más vulnerables con una redistribución de la riqueza que castiga a los sectores más acomodados.

Aunque algunos investigadores y libros cuestionan que haya ocurrido algo semejante, ni siquiera durante la década de Juan Perón. Tres libros de reciente aparición eso señalan.

Libro "La economía de Perón"

En La economía de Perón. Una historia económica (1946-1955), editado por Roberto Cortés Conde, Javier Ortiz Batalla, Laura D’Amato y Gerardo Della Paolera, 10 artículos abordan cuestiones específicas: política monetaria, reforma financiera, política laboral y previsional, sector agropecuario e industrial, entre otras.

El resultado es coincidente: el programa económico que pretendía industrializar el país, crear empleo, expandir el mercado interno, favorecer el consumo popular, redistribuir la riqueza y fundar un Estado de Bienestar fue inconsistente, aunque sus líneas estructurales no se hayan podido modificar hasta nuestros días.


Desde su asunción hasta la reforma constitucional (1948-1949), Perón fue expansivo y no reparó en sus problemas; desde que se aseguró una posible reelección hasta que la concretó, en las elecciones de 1951, intentó algunas tímidas correcciones, insuficientes; por eso, durante su segundo mandato, que se inició en 1952, sobrevino un severo ajuste.

La primera clave de ese plan fue un modelo sindical de carácter corporativo (sindicato único por rama o profesión), que actuó en la práctica como un “sindicalismo de Estado que respondía a los intereses del gobierno”: controlando los sindicatos, burocratización mediante, controlaba las bases obreras. Además, les abrió el partido: fueron su columna vertebral.

Ese dispositivo, segunda clave, posibilitó una retracción salarial: aunque parezca increíble, entre 1941 y 1945 los aumentos salariales, en términos reales, fueron superiores a los que se registraron entre 1946 y 1955. Los docentes y los empleados ferroviarios estuvieron entre los más perjudicados.

¿Por qué se dice “en términos reales”? Porque Perón inicia el ciclo de nuestra inflación crónica: en promedio, fue del 25 por ciento anual, con un pico de 60 en 1952. Para combatirla, congeló precios y salarios por dos años. También congeló las tarifas de los servicios públicos y compensó a las empresas con subsidios.

Tercera clave: perjudicó a los jubilados. Es cierto que Perón extendió el sistema previsional a todo empleado formal. Así aumentó la recaudación, y los fondos previsionales pasaron a ser la principal fuente tributaria: equivalían a 6 puntos del Producto Bruto Interno (PBI) en 1950. El Tesoro los usaba para no ir al mercado a endeudarse.

“Considerando el nivel real promedio de 1943 como base 100, hubo un transitorio salto de ese haber al nivel 151 en 1948 para desplomarse a 79,6 en 1950 y promediar 65 entre 1951 y 1955, la mitad aproximadamente del haber real promedio a comienzos de la Segunda Guerra Mundial”, dice uno de los capítulos.

Adiós mercados

Cuarta clave: el Estado Peronista era muy gastador y poco transparente. Financiaba el déficit con emisión y los fondos de las jubilaciones. Si en 1945 fue superior a 4 puntos del PBI, para 1948 había trepado a 15,6 puntos. Correcciones mediante, bajó hasta 5 puntos en 1951, pero en 1952-1953 volvió a subir hasta los 10 puntos, lo que agravó las inconsistencias.

Quinta. Una reforma financiera, entre 1946 y 1949, estatizó el Banco Central, que perdió su autonomía (el ministro de Finanzas era su presidente) y su función estabilizadora para convertirse en el primer prestamista del gobierno, emisión mediante, y en un exótico banco de desarrollo que administraba la totalidad del crédito disponible.

El ahorro de la población, hasta entonces, se realizaba en moneda local y a tasa fija. La estrella del sistema era la Cédula Hipotecaria, que permitía el ingreso al mercado financiero de pequeños ahorristas, al mismo tiempo que captaba dinero para solventar el acceso a la vivienda de las familias. Perón la eliminó, justo cuando la combinación de alta inflación y bajas tasas de interés tornaba inviables los títulos de deuda que emitía el Estado.

Los depósitos bancarios descendieron: si equivalían a 34 puntos del PBI a mediados de 1945, “declinaron seis puntos durante el primer gobierno de Perón y otros seis durante el segundo”, lo que quiere decir que la corrida bancaria se aceleró a partir de 1952. Los créditos, desde ese año, superaron a los depósitos; pero los bancos no colapsaron porque su ganancia no estaba en su vínculo con los clientes sino con el Central.

Sexta clave. Las exportaciones crecieron hasta 1948, pero a partir de esa fecha cayeron casi a la mitad. Argentina perdió mercados, por un lado, porque el gobierno quiso imponerle su precio a los Estados Unidos en las compras que este país realizaba dentro del Plan Marshall, con el que asistía a la Europa devastada por la guerra; por otro, el discurso proteccionista del peronismo nos fue aislando en el exacto momento en que el comercio internacional se expandía.

En ese contexto, el fomento industrial giró casi exclusivamente alrededor de una industria liviana que abastecía el mercado interno con productos de consumo masivo.

Libro "Simple"

Gerónimo Frigerio, en Simple, describe la situación económica latinoamericana con palabras cercanas a las de Lincoln: “Si no se entiende el beneficio de una reforma, difícilmente se consigan los consensos necesarios para lograr su implementación”. Y la principal reforma a encarar, según él, es del Estado, que no hace lo que debe sino lo que puede, y solo puede brindar servicios mediocres.


Para resolver el problema de la pobreza, que no viene sola, sino acompañada de altos índices de informalidad y de desempleo, Frigerio entiende que la única alternativa posible es desarrollar el sector privado, algo que choca contra el relato peronista.

Sus números son estos: el 99 por ciento de las empresas en Latinoamérica son micro, pequeñas y medianas empresas; tienen entre cero y 200 empleados; representan el 60 por ciento del empleo formal; y apenas generan el 25 por ciento del PBI.

Si no hacen más es porque el Estado les complica la vida. El desarrollo privado sólo es posible cuando el Estado regula bien. Por lo tanto, el Estado debiera, según el autor, estar “al servicio del desarrollo del sector privado —como principal creador de empleo y, por ende, reductor de pobreza—. La profesionalización del clima de negocios inevitablemente requiere de un buen entorno macroeconómico: sin déficit fiscal, sin deuda externa y con una identidad comercial definida”.

Eso va en contra de nuestra historia y de nuestro presente: en el ranking 2020 del Banco Mundial (“Doing Business”), Argentina está en el puesto 126. Algunas ventajas que obtienen los 50 mejores países: un plus de crecimiento anual cercano a los dos puntos del PBI y una reducción en unos nueve puntos de la economía informal, todo ello asociado a una mayor creación de empleo.

Libro "Emergiendo"

El libro de Marcos Buscaglia, Emergiendo, complementa a los anteriores. No pierde de vista la línea histórica: Argentina vivió un tercio de los últimos 70 años en recesión; achicó su economía en vez de hacerla crecer. Entonces, necesitamos una nueva “narrativa orientadora” que haga posible una Tercera República (las dos primeras serían la conservadora y la peronista).


“No hay nada en la Argentina que asegure que una política perdure a lo largo del tiempo, ni siquiera dentro de un mismo gobierno”, sentencia. Si nadie cree en el largo plazo, nadie lo construye.

Nuestra dinámica económica, por el contrario, desde hace varias décadas, está encerrada en un círculo vicioso: ante una torta que cada vez es más pequeña se discute la distribución, no cómo agrandarla; cada agente económico busca aumentar los beneficios propios.

Los números le dan la razón: “Nuestro PBI per cápita —una medida del ingreso y bienestar de la población— era en 1950 un 50% más alto que el promedio mundial, mientras que es casi un 8% inferior en 2019”.

De nuevo, la solución que propone Buscaglia está en desarmar las distorsivas claves económicas del peronismo: entre otras reformas necesarias, volver a un Banco Central independiente, no financista del gobierno; reconfigurar un mercado de capitales en el cual los argentinos puedan ahorrar y el Estado financiarse; desregular la economía; mejorar la eficiencia del gasto público; revisar las leyes laborales y sindicales. No por antiperonismo, sino como producto de un aprendizaje.

(La Voz / Dibujo: Delfini)

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