MUCHO MÁS QUE EL CREADOR DE LA BANDERA (3)


HISTORIAS /

Manuel Belgrano, el hombre.



Las versiones sobre el aspecto físico de Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano difieren. Según Bartolomé Mitre, era "de regular estatura, cabello rubio y sedoso, ojos grandes de color azul sombrío, tez muy blanca y algo sonrojada; y cabeza grande y bien modelada". Pero quienes lo describieron a la edad de dieciocho años decían que tenía ojos castaños y pelo rojo". Un cronista inglés lo describió como rubio.

No usaba bigote y tenía escasa barba, nariz fina y ligeramente aguileña y contextura delicada. Era elegante, aseado y de porte esmerado.

De Belgrano se ha dicho que: 

Es el más metódico de los generales que conozco en nuestra América; lleno de integridad y talento natural, no tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en punto a milicia, pero créame Ud. que es el mejor que tenemos en América del Sur. (Del General José de San Martín a Godoy Cruz).

Belgrano no tenía, como él mismo lo ha dicho, grandes conocimientos militares, pero poseía un juicio recto, una honradez a toda prueba, un patriotismo puro y desinteresado, el más exquisito amor al orden, un entusiasmo decidido por la disciplina y un valor moral que jamás se ha desmentido. (General José María Paz).

General sin las dotes del genio militar, hombre de estado sin fisonomía acentuada...Sus virtudes fueron la resignación y la esperanza, la honradez del propósito y el trabajo desinteresado. (Domingo Faustino Sarmiento)

Belgrano inició una intensa relación amorosa con María Josefa Ezcurra, cuñada de Juan Manuel de Rosas, en algún momento entre su llegada a Buenos Aires y su partida a Tucumán a organizar el Ejército del Norte. No obstante, es posible que se conocieran desde antes.​ Ella en realidad se había casado años antes con su primo, el navarro Juan Esteban de Ezcurra, quien después de nueve años de matrimonio, sin hijos, y disconforme con la Revolución de Mayo, se exilió en su patria, negándose María a acompañarlo. Aunque nunca la volvió a ver, Juan Esteban la nombró su heredera.

Decía María Josefa en una carta:  “¿Cuántas mujeres abandonarían la ciudad capital para dirigirse a la frontera, donde la guerra no era un comentario de tertulias sino un ejercicio cotidiano?” Aunque no sería la única mujer valiente en la historia privada y pública del héroe.

María Josefa acompañó al Ejército en la campaña del Norte. Durante la misma concibió un hijo, que nació el 30 de julio de 1813 en la estancia de unos amigos en Santa Fe, siendo bautizado con el nombre de Pedro Pablo. Fue anotado como huérfano en la Catedral de Santa Fe y se ignora si el niño conoció a su padre, pues lo adoptó inmediatamente su tía materna, Encarnación Ezcurra, a la sazón recién casada con Juan Manuel de Rosas; posteriormente fue conocido como Pedro Rosas y Belgrano, llegó al grado de coronel y tuvo una complicada actuación pública en la década de 1850.

En 1812, después de su victoria en Tucumán, Belgrano conoció a la joven María Dolores Helguero y Liendo, a quien prometió matrimonio. Pero la prometida unión nunca llegó a concretarse, pues cuando Belgrano regresó de sus campañas, la joven había sido dada en matrimonio a otro hombre. Se sabe que se volvieron a ver durante el Congreso de Tucumán, cuando ella aún estaba casada, y que años más tarde tuvieron como fruto de su relación a Manuela Mónica Belgrano, nacida el 4 de mayo de 1819. La niña vivió con su madre hasta 1825, cuando la hermana de su padre, Juana Belgrano de Chas, la llevó a Buenos Aires. Mónica y su medio hermano se conocieron en 1834, después de que Rosas cumpliera con el pedido de Belgrano de revelarle a Pedro su verdadera filiación cuando fuera mayor de edad. Mónica se casó en 1853 con un pariente distante, Manuel Vega Belgrano.

Otra amante conocida de Belgrano fue una francesa que se hacía llamar mademoiselle Elisa Pichegru, a quien conoció durante su misión diplomática en Londres. La relación fue corta y terminó cuando él retornó a Buenos Aires. Pichegru, que según los relatos de la época era una mujer aventurera que vestía provocativamente, fue a visitarlo a Buenos Aires en 1817, pero debido a que él se encontraba en el Congreso de Tucumán, se volvió a Europa sin poder verlo.

Otros datos:

El 3 de diciembre de 1817, el general Manuel Belgrano le escribía al entonces gobernador de Salta, Martín Miguel de Güemes:

“Mi corazón es franco y no puede ocultar sus sentimientos: amo además la sinceridad y no podría vivir en medio de la trapacería que sería precisa para conservar un engaño; sólo a las pobres mujeres he mentido diciéndoles que las quiero, no habiendo entregado a ninguna, jamás, mi corazón”.

A la hora de hacer esa confesión, Belgrano tenía 47 años, leguas de viajes, de política y guerras, grandes derrotas y altas victorias, textos escritos y publicados, proyectos incumplidos, sueños hechos realidad, viejos amores clandestinos, un hijo no reconocido, una hija que ni siquiera había sido engendrada y un cúmulo de enfermedades que el 20 de junio de 1820, a diecisiete días de haber cumplido los 50 años, lo llevarían a la tumba, en medio de la pobreza y la falta de reconocimiento.

Para la época, Belgrano fue un bicho raro en amores: nunca se casó. Sería errado aplicar conceptos actuales para leer esa “resistencia al matrimonio” y esa incapacidad confesa de entregar el corazón: podríamos caer en la trampa de pensar que Belgrano estaba en contra del matrimonio como institución o que valorizaba a las mujeres con parámetros fuera de caja para el momento histórico que vivió, aunque sí haya sido un precursor en la defensa de la educación formal y el trabajo remunerado como derechos inalienables de lo que consideraba el “sexo débil” o el “bello sexo”.

Dos elementos que no hacían de Belgrano un “buen partido” a pesar de sus títulos y su condición de político: no era un aristócrata (aunque provenía de una familia de la burguesía comercial) y, sin duda, para esa élite, su ideología revolucionaria pesaba en contra. Y algo más, a la luz de su confesión a Güemes, quizás él no deseaba atarse a nadie que pusiera trabas en su misión independentista.

En su testamento, Belgrano se declaró soltero (cosa que era cierta) y sin hijos (acaso para salvar el “honor” de sus mujeres), aunque dejó indicaciones claras para que su hija Mónica recibiera una herencia. La niña fue criada por sus tías Juana Belgrano y Flora Ramos (esposa de su hermano Miguel Belgrano), y por su tío Joaquín.

Pero además de los amores y de esa hija que no guardó ningún recuerdo del padre en vida, hubo otras mujeres que tuvieron un verdadero peso en la historia de Belgrano.

Fue el cuarto de dieciséis hermanos, y en esa multitud tuvo que destacarse. Tres de ellos murieron de niños.

Sus nombres fueron: María Florencia (1758-1777), Carlos José (1761-1814), José Gregorio (1762-1823), María Josefa Anastasia (1767-1834), Domingo José Estanislao (1768-1826), Francisco José María (1771-1833), Joaquín Cayetano Lorenzo (1773-1848), María del Rosario (1775-1816), Juana María (1776- 1815), Miguel José Félix (1777-1825), Juana Francisca Josefa (1779-1835) y Augustín Leoncio José (1781-1810).

Los varones tuvieron cargos militares, eclesiásticos, uno de ellos siguió los pasos del padre y otro, Miguel, llegó a ser rector del Colegio de Ciencias Morales.

De las hermanas se sabe que fueron amas de casa, esposas y madres, como correspondía a la época (y a tantas épocas), profesiones no reconocidas y trabajos invisibles de aquellas mujeres a quienes,la historiadora Araceli Bellotta, caracterizó como “las verdaderas heroínas de la independencia”.

Es sabido que, en su rol de esposas, las mujeres servían para establecer lazos políticos entre familias: para 1816, año de la Independencia, María del Carmen Ramos y Belgrano, hija de su hermana Juana, estaba casada con el Director Supremo Ignacio Álvarez Thomas.

Hubo guerreras anónimas que acompañaron a sus parejas, ayudaron a cuidar heridos o incluso pelearon en las batallas, como las “Heroínas de Coronilla” o las “Niñas de Ayohuma”. Y si bien Belgrano no era muy amigo de que hubiera mujeres (ni negros) en sus tropas, fue él mismo quien jerarquizó con grado militar a tres de ellas.

Una es la célebre “flor del Alto Perú”, Juana Azurduy (Potosí, 1780- Sucre,1862), quien luchó junto a su marido Manuel Padilla y perdió cuatro hijos en las guerras independentistas. Fue su capitana y obtuvo el grado de “teniente coronel” a instancias de Belgrano. En 2015 fue ascendida a generala del Ejército Argentino. 

Otra capitana fue María Remedios del Valle (1767-1847), una oficial negra que perdió a su marido y a sus dos hijos en el campo de batalla. Entre 1812 y 1814, participó en las victorias de Tucumán y Salta y en las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma. El general Gregorio Aráoz de Lamadrid la bautizó con un título simbólico pero mayor: “Madre de la patria”. En honor a Remedios del Valle, en 2013 se declaró el 8 de noviembre como “Día de las/los afoargentinos y de la cultura afro”.

La tercera fue Martina Silva de Gurruchaga (Salta, 1790-1874), cuyas donaciones fueron decisivas en la victoria de la batalla de Salta. Como reconocimiento, Belgrano la nombró capitana. Las donaciones y aportes de las damas de la alta sociedad fueron otra de las formas con la que las mujeres participaron en la epopeya de la independencia.

Las mujeres en la vida de Belgrano fueron no solo sus parejas y amantes, aquellas a quienes “les mintió” por sus propias limitaciones o las que la época y sus circunstancias le impusieron en el terreno del amor. Fueron las heroínas calladas de su familia. Las políticas. Las guerreras. Ellas fueron parte esencial, cada cual a su manera, de la gesta independentista.

LGL/ (Con información de Wikipedia - Infobae - Gabriela Daidón - Felipe Pigna - Daniel Balmaceda - Florencia Canale - Tulio Halperín Donghi - Araceli Bellota - Marcela Ternavasio - Florencia Guzmán - Dora Barrientos)



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