¿Y SI ASESINAMOS EL BANCO CENTRAL?


Nos dice Diego Giacomini que es Asesor de Empresas y Bancos, y Director de E&R que Paul Volcker (Paul Adolph Volcker, economista de la Universidad de Princeton nacido en 1927), explica que “…solamente una primera derivada (inflación) del nivel general de precios igual a 0 garantiza que la segunda derivada (aceleración) también sea 0”. Traducción: solamente una inflación de 0 (cercana a 0) garantiza que la inflación no se acelere. En otras palabras, una inflación alejada de 0 garantiza aceleración inflacionaria y más inflación. Argentina lo avala: la inflación pasó de +7,3% (2003/2006); a +20,7% (2007/2010); +28,6% (2011/2014) y +35,2% (2015/2018) promedio anual. En 2018/2019 trepa hasta +58,6% anual.


La inflación imposibilita el cálculo económico en general y de los retornos en particular, lo cual atenta contra la inversión, acumulación de capital y el crecimiento económico, es decir, contra el bienestar y la prosperidad. Hay un estudio del Banco Mundial que afirma que cada vez que la inflación supera el 20% anual se pierde -1,58% de crecimiento. Argentina avala con creces esta última relación negativa. Teníamos el quinto PBI per cápita del mundo. Luego de 73 años de BCRA nac&pop y alta inflación, tenemos el PBI per cápita 70 en la tabla de posiciones.

Además, la inflación es una estafa moral. El BCRA falsifica dinero (sin respaldo) para cobrarnos impuesto inflacionario, que es el peor impuesto de todos, porque no se puede evadir, lo cual lo convierte en el instrumento de coacción más perfecto que tiene la casta política para apoderarse de parte de nuestra propiedad privada (poder adquisitivo). Segundo, porque afecta más fuertemente a los más pobres, y los multiplica. Tercero, la inflación distribuye ingresos desde los privados (les “quita”) hacia los políticos (les “da”).

La teoría económica que explica que la inflación es siempre un fenómeno monetario ha desarrollado tres opciones para bajar la inflación: 1) control de tipo de cambio; 2) control de tasa; y 3) control cantidad de dinero. Ninguna de las tres puede tener éxito en Argentina.

Control del tipo de cambio: en el largo plazo hay una relación que se llama PPP (paridad del poder adquisitivo), que sostiene que “los precios locales vienen dados por los precios locales multiplicados por el tipo de cambio”. En este contexto, anclando el tipo de cambio se “pisa” la inflación. El tipo de cambio fijo baja rápidamente la inflación, pero la economía queda expuesta a shocks internacionales. No parece la mejor opción por dos motivos. Primero, el contexto internacional se volvería más volátil durante los próximos años. Segundo, el tipo de cambio fijo tendría baja credibilidad, ergo, la estabilidad sería efímera.

Control de la tasa de interés: este sistema es inconsistente porque la tasa de interés no se determina en el mercado monetario; en consecuencia, la tasa de interés no puede servir para controlar la variación del poder adquisitivo del dinero (inflación), que sí se determina en el mercado de dinero. Es por esto que el control de la tasa de interés sólo puede funcionar a bajos niveles de inflación, muchos más bajos que los que tiene Argentina. De hecho, los países emergentes que aplicaron exitosamente el sistema de metas de inflación “arrancaron” con una inflación promedio de 14% anual y la bajaron -2,5% (promedio) por año; otro lujo gradualista que Argentina no puede darse.

Control de Agregados Monetarios: anclar la cantidad de dinero ancla las expectativas de inflación, el poder adquisitivo del dinero, y así termina anclando la inflación. Sin embargo, este sistema no puede funcionar ni cuando hay Leliq y pases netos por un equivalente a la base monetaria, ni cuando hay un Banco Central quebrado, dos fenómenos que enfrenta el BCRA. Las Leliq son promesa de más emisión y más inflación a futuro. Un BCRA quebrado es promesa certera de más devaluación y convalidación monetaria (inflación) a futuro. Además, cuando la inflación está alimentada principalmente por el repudio al dinero, la buena política de oferta monetaria no arregla los problemas.

En este marco, está claro que Argentina debe aplicar “otra” solución monetaria para bajar la inflación. ¿Por qué? Porque Argentina no tiene el punto de partida que sí tuvieron otros países. Los otros países tienen demanda de dinero. El dinero es medio general de intercambio (demanda para transacciones) y reserva de valor (demanda para ahorrar). Por el contrario, en Argentina el peso no es reserva de valor, ni medio general de intercambio voluntario. Los argentinos repudiamos el peso y elegimos al dólar.

En este marco, la demanda de dinero argentina es la más débil y volátil del mundo. Cada vez que los argentinos ahorramos en dólares, cae la demanda de dinero por motivo ahorro y se gatilla un salto instantáneo de tipo de cambio y de tasa de interés para equilibrar el mercado cambiario. Las subas del dólar y de la tasa de interés derrumban la demanda de dinero por motivo transacción, generando mayor caída de demanda de dinero total y convalidación monetaria (por exceso de pesos), que da lugar a una pérdida sostenida del poder adquisitivo del dinero (inflación). Nada de esto sucede en los otros países.

En este marco, para bajar exitosamente la inflación, los otros países sólo necesitaban poner la oferta monetaria en “raya”, alineándola con su demanda de dinero. Por el contrario, en Argentina (sin demanda de dinero) no hay manera que el BCRA haga converger oferta y demanda de pesos. No hay chance que el BCRA (con el peso) pueda aplicar una política monetaria activa desinflacionaria exitosa. El BCRA no tiene control sobre el principal problema: la falta de demanda de dinero. El sistema monetario argentino, con BCRA y peso, es dinámicamente explosivo. Sin demanda de dinero, no hay moneda; y sin moneda la economía (la gente) no puede crecer (prosperar). En este sentido, se necesita una política monetaria de shock que instituya una moneda que los agentes económicos deseen demandar. Está claro que no será ningún signo monetario emitido por el BCRA. Ya llevamos seis.

Hay que cerrar el BCRA, dejar de tener política monetaria y peso. Esta política requiere crear un sistema bancario anticorridas, como el desarrollado en la década del 30 en la Universidad de Chicago (Banca Simon). Un almacén de valor en el cual los depósitos a la vista están encajados 100%. Esto impide que la intermediación financiera cree dinero y ahorro artificial (sin respaldo), evitando generar booms artificiales seguidos de inexorables recesiones. Segundo, una banca de inversión en el cual se gana tasa de interés, pero al no haber prestamista de última instancia (sin BCRA), el inversor que elige mal pierde, pero sin perjudicar al resto. Luego de esta reforma bancaria, se establece la libre competencia de monedas.

De acuerdo con nuestro análisis y a la luz de los hechos, los argentinos escogerían espontáneamente el dólar. Se liquidarían los activos y pasivos del BCRA, y la economía argentina quedaría dolarizada de hecho, lo cual sería un verdadero trampolín para un boom de crédito, inversión y crecimiento en nuestro país. Si la reforma bancaria y el cierre del BCRA son acompañados con reformas estructurales que apuntalen la posibilidad de hacer negocios para el sector privado, una considerable porción del ahorro argentino fuera del sistema (u$s400.000) se volcaría a nuestra economía. Habría un aumento genuino del ahorro que desplomaría la tasa de interés, lo cual estimularía el crédito, la inversión, acumulación de capital y el crecimiento económico. Argentina reiniciaría el camino hacia la prosperidad perdido hace casi ya 100 años.

Pero vamos a recordar lo que decía el 13 de septiembre del año pasado el economista Javier Milei: "Tengo una postura un poco más extrema de la que tiene el (ex ministro de Economía) Domingo Cavallo", sostiene Milei tras ser consultado sobre la posibilidad de un sistema bimonetario. "El dinero es muy perjudicial, en especial si se usa con fines políticos, con lo cuál soy partidario de eliminar el Banco Central", amplía.


En ese contexto, sugirió "ir a un sistema de banca libre, donde cada uno elije la moneda que quiere. Y además la banca se separaría en dos partes, una que sería el almacén de valor, que sería como una suerte de caja fuerte, y después estaría la banca de inversión para el que le gusta el retorno, el interés".


Milei lo repite cada vez que puede: hay que eliminar el Banco Central



Milei aseguró que "este sistema es anticorridas. Es ese el ideal", sin embargo, reconoció que "aún la gente no está preparada", por lo que sugirió como segunda opción "ir a un sistema de libre competencia de monedas".

En una columna publicada en El Cronista, el economista libertario explicó las bases que sostienen su idea de por qué considera que tener un Banco Central "no es necesario". La respuesta es que no. Pero para los POLÍTICOS DE MIERDA que nos roban con la inflación el BCRA es fundamental.

A juzgar por los resultados en materia de inflación a lo largo de la historia, el desempeño del BCRA está muy lejos de ser aceptable. Previo a su creación en 1935, la cantidad de dinero crecía a una tasa anual del 6,1%, mientras que la inflación y el tipo de cambio lo hacían a un ritmo anual del 3,4% y 3,5% respectivamente.

A su vez, en los primeros diez años de operación (cuando era mixto), la cantidad de dinero creció al 13,6% anual, mientras que la inflación y el tipo de cambio lo hicieron al 6,0% y 2,2%. Sin embargo, luego de ser estatizado en 1946, la tasa de crecimiento anual promedio de la cantidad de dinero se disparó a un nivel del 133,2%, mientras que las tasas de inflación y de devaluación treparon a niveles del 167,6% y 155,7%. Por lo tanto, a la luz de los datos uno debería preguntarse si ¿es necesario tener un Banco Central?

La moneda es una mercancía que sirve como medio general de intercambio y por ende, su utilización penetra en todo el sistema económico. A su vez, como toda mercancía, tiene su propio mercado y su poder adquisitivo viene dado por cuatro factores: (i) la demanda y (ii) la oferta de bienes y servicios no monetarios que se cambian por dinero y (iii) la demanda y (iv) la oferta del propio dinero. Así, estos cuatro factores se combinan para determinar el poder adquisitivo del dinero. De este modo, cuanto mayor sean los precios monetarios de los bienes y servicios, menor será el poder adquisitivo del dinero.


Alternativamente, se puede pensar que conforme aumente el monto de dinero del que dispone el individuo, ello hace que baje su utilidad, motivo por el cual procedería a cambiarlo por bienes que le brinden mayor satisfacción, con lo cual los precios de los restantes bienes tenderían a subir haciendo caer el poder adquisitivo del dinero. Por ende, cuando se incrementa la cantidad de dinero ofrecida, el poder de compra de la unidad monetaria se reduce, y la cantidad de bienes que pueden obtenerse por unidad de esa moneda se reduce también. Esto es, el dinero, al igual que cualquier otro bien de la economía, cuando la oferta sube, su precio (poder adquisitivo) cae. Naturalmente, cuando aumenta (baja) la demanda de dinero, ello implica una menor (mayor) demanda del resto de bienes y servicios, por lo que al caer (subir) sus precios, el poder adquisitivo del dinero sube (cae). Por último, cuando aumenta (cae) la oferta del resto de bienes y servicios de la economía, sus precios deben caer (subir), por lo que el poder adquisitivo del dinero aumenta (cae).

A su vez, en función de lo anterior, resulta evidente que la cantidad de dinero dentro de la economía está dada por los deseos de los individuos y todo lo que intente hacer un Banco Central con la cantidad de dinero (ya sea manteniendo constante, reduciendo o aumentado el stock nominal) su efecto se diluirá por su impacto en precios (cambio del poder adquisitivo).

Sin embargo, no se trata de un simple cambio del poder adquisitivo de la unidad monetaria ya que las modificaciones en la existencia de dinero no toman lugar de modo simultáneo y automático. Así, cuando se produce un aumento de la oferta monetaria, el nuevo dinero entra en algún punto concreto del sistema y luego se va difundiendo por el resto de la economía. De este modo, las personas que lo reciben primero son las que obtienen las mayores ganancias ya que sus precios de venta suben sin que hayan cambiados sus precios de compra. A su vez, aquellas que lo reciben en último término son las que más pierden ya que todos sus precios de compra han aumentado antes que sus precios de venta. Por ende, la política monetaria (al no estar decida por los individuos) no sólo impacta sobre el poder adquisitivo del dinero, sino que además produce efectos distributivos arbitrarios entre los distintos agentes de la economía, lo cual se traducirá en cambios de precios relativos y en la asignación de recursos artificiales con efectos no sólo presentes sino también futuros.

Por lo tanto, dados los daños que causa el accionar de un Banco Central al tratar de regular la cantidad de dinero, los beneficios de su existencia son por demás cuestionables, donde a su vez, sus costos se acrecientan enormemente cuando dicha institución cae en las garras del Estado.

Sin embargo, y a pesar de los beneficios de su eliminación, si no estuvieran dadas las condiciones del entorno social como para ello (puede que la sociedad no esté dispuesta a tomar un sistema de libertad monetaria plena), entonces, el mismo, debería no sólo ser totalmente independiente del poder político, sino también que su accionar debería estar enmarcado en un esquema de plena competencia de monedas, de modo tal que se minimice la posibilidad de abuso en contra de los individuos por la mera existencia de un monopolio legal en favor del Estado.


Quiénes & Porqué / Fuente: Diego Giacomini / Ámbito / Iván Carrino y Federico Ferrelli Maza "Cómo bajar la inflación" La historia de Paul Volcker como presidente de la FED / Javier Milei / Visión Liberal / El Cronista

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