EL EJEMPLO DE RICARDO BALBÍN



por Hernán Andrés Kruse



Julio de 1974. El caos y la violencia imponían sus códigos. El diálogo y la tolerancia habían sido sepultados por una violencia desenfrenada y despiadada. El primer día de ese mes el presidente Perón dejaba este mundo. Su lugar fue ocupado inmediatamente por la vicepresidenta de la nación, María Estela Martínez de Perón. El deceso del líder había shockeado a la población. El vacío de poder había comenzado a palparse ya durante las exequias de rigor.

Hubo, sin embargo, un político que intentó aportar un poco de cordura, de racionalidad. Ese político fue Ricardo Balbín. El histórico dirigente radical había sufrido en carne propia la intolerancia de Perón durante su apogeo como presidente, a tal punto que supo en carne propia lo que significaba estar preso por razones políticas. Motivos le sobraban para guardarle a Perón un profundo rencor. Sin embargo, en aquella hora crucial del país archivó todo sentimiento de venganza y decidió despedir a Perón de una manera que quedará grabada para siempre en la memoria colectiva de los argentinos.

El 4 de julio de 1974, en el Congreso de la Nación, Ricardo Balbín pronunció uno de los discursos más memorables de la historia argentina. Su intención no fue otra que hacer un llamamiento a la concordia y unión de los argentinos. Dijo Balbín:

“Llego a este importante y trascendente lugar, trayendo la palabra de la Unión Cívica radical y la representación de los partidos políticos que, en estos tiempos, conjugaron un importante esfuerzo al servicio de la unidad nacional: el esfuerzo de recuperar las instituciones argentinas y que, en estos últimos días, definieron con fuerza y con vigor su decisión de mantener el sistema institucional de los argentinos. En nombre de todo ello, vengo a despedir los restos del señor Presidente de la República de los argentinos, que también con su presencia puso el sello a esta ambición nacional del encuentro definitivo, en una conciencia nueva, que nos pusiera a todos en la tarea desinteresada de servir la causa común de los argentinos”.

“No sería leal, si no dijera también que vengo en nombre de mis viejas luchas; que por haber sido claras, sinceras y evidentes, permitieron en estos últimos tiempos la comprensión final y por haber sido leal en la causa de la vieja lucha, fui recibido con confianza en la escena final que presidía el Presidente muerto”.

“Ahí nace una relación nueva, inesperada, pero para mí fundamental, porque fue posible comprender, él su lucha, nosotros nuestra lucha a través del tiempo y las distancias andadas, conjugar los verbos comunes de la comprensión de los argentinos”.

“Pero guardo yo, en lo íntimo de mi ser, un secreto que tengo la obligación de exhibirlo frente al muerto. Ese diálogo amable que me honró, me permitió saber que él sabía que venía a morir a la Argentina, y antes de hacerlo me dijo: “Quiero dejar por sobre todo el pasado, este nuevo símbolo integral de decir definitivamente para los tiempos que vienen, que quedaron atrás las divergencias para comprender el mensaje nuevo de la paz de los argentinos, del encuentro en las realizaciones, de la convivencia en la discrepancia útil, pero todos enarbolando con fuerza y con vigor el sentido profundo de una Argentina postergada”.

“Por sobre los matices distintos de las comprensiones, tenemos todos hoy aquí en este recinto que tiene el acento profundo de los grandes compromisos, que decirle al país que sufre, al pueblo que ha llenado las calles de esta ciudad sin distinción de banderías, cada uno saludando al muerto de acuerdo a sus íntimas convicciones —los que lo siguieron, con dolor; los que lo habían combatido, con comprensión—, que todos hemos recogido su último mensaje: “He venido a morir en la Argentina, pero a dejar para los tiempos el signo de paz entre los argentinos”.

Frente a los grandes muertos,… frente a los grandes muertos tenemos que olvidar todo lo que fue el error, todo cuanto en otras épocas pudo ponernos en las divergencias; pero cuando están los argentinos frente a un muerto ilustre, tiene que estar alejada la hipocresía y la especulación para decir en profundidad lo que sentimos y lo que tenemos. Los grandes muertos dejan siempre el mensaje”.

“Sabrán disculparme que recuerde, en esta instancia de la historia de los argentinos, que precisamente en estos días de julio, hace cuarenta y un años el país enterraba a otro gran presidente: el doctor Hipólito Yrigoyen”.

“Lo acompañó su pueblo con fuerza y con vigor, pero las importantes divergencias de entonces, colocaron al país en largas y tremendas discrepancias, y como un símbolo de la historia, como un ejemplo de los tiempos, como una lección para el futuro, a los cuarenta y un años, el país entierra a otro gran presidente. Pero la fuerza de la República, la comprensión del país, pone una escena distinta, todos sumados acompañándolo y todos sumados en el esfuerzo común de salvar para todos los tiempos la paz de los argentinos”.

“Este viejo adversario despide a un amigo. Y ahora, frente a los compromisos que tienen que contraerse para el futuro, porque quería el futuro, porque vino a morir para el futuro, yo le digo Señora Presidente de la República: los partidos políticos argentinos estarán a su lado en nombre de su esposo muerto, para servir a la permanencia de las instituciones argentinas, que usted simboliza en esta hora”.

Balbín era consciente de la gravedad de la situación política, económica e institucional de aquel momento. 

Seguramente, en su intimidad, no pensaba de Perón lo que dijo públicamente en sus exequias. No importa. Lo que intentó fue apaciguar los ánimos, pacificar los espíritus. No lo consiguió. Luego del entierro de Perón la lucha armada continuó sin contemplaciones. Los cadáveres continuaron apilándose día a día mientras la sucesora de Perón demostraba toda su incapacidad para ejercer semejante cargo. Al poco tiempo nadie se acordaba de las palabras de Balbín. La guerra civil era una triste y dantesca realidad. Sin embargo, ese memorable discurso del “Chino” siempre servirá para poner en evidencia que, por más aciagas que sean las horas que nos tocan vivir, vale la pena apostar por la paz, el respeto y la democracia como filosofía de vida.

Hernán Andrés Kruse / Informador Público

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