EL ÉXODO JUJEÑO




El 23 de agosto de 1812, el ejército patriota a las órdenes del General Manuel Belgrano comienza la retirada del pueblo de San Salvador de Jujuy en dirección a Tucumán. Ante el inminente avance de las tropas realistas españolas provenientes del Alto Perú, el 29 de julio de 1812, Belgrano dispone contundentemente que la población evacue la ciudad completa y sus campos. Había que dejarles a los enemigos la “tierra arrasada”: ni casas, ni alimentos, ni animales de transporte, ni objetos de hierro, ni efectos mercantiles.

La maniobra consistía en retirar las tropas y la población a un lugar lejano, junto con sus ganados, cosechas y alimentos, para no dejar nada útil que pudiera servir al enemigo, hasta encontrar un momento más favorable para enfrentarlo. En Jujuy, el ejército revolucionario dispuso en tres ocasiones estas retiradas de la población, en 1812, 1814 y 1817.

Mucho tiempo después de ocurridos estos sucesos, a fines del siglo XIX, comenzó a denominarse a la primera de estas retiradas, la del 23 de agosto de 1812, como el “Éxodo Jujeño”. Esta acción es recordada como un gran acto de heroísmo colectivo que permitió la liberación del norte argentino de las tropas españolas.

El Éxodo jujeño es la conmemoración más sentida del pueblo de Jujuy. Refleja con hondo dramatismo el conjunto de sacrificios que tuvo que hacer en la lucha por la independencia. Nos habla de la heroicidad del pueblo.

Al imaginario colectivo le interesa conocer las investigaciones que se realizan en torno a la misma. Sabe que hubo varios éxodos, algunos más intensos que otros, pero sabe también que lo que se destaca en todos es el sacrificio de nuestra gente. Las anécdotas que giran sobre si hubo o no incendios o destrozos de las casas como las recordamos en la recordación pierden importancia ante la idea del sacrificio.

Lo cierto es, que fue tierra arrasada, asolada, devastada, para no dejar comodidades a los realistas.

Nos preguntamos ante este sacrificio qué sintió el hombre de aquel tiempo, cómo habrá recibido la orden terminante y precisa expresada en el Bando de Belgrano:

“... Llegó, pues, la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reuniros al Ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres…”

No debía quedar nada que fuese de provecho para el adversario, ni casa, ni alimentos, ni un solo objeto de utilidad. Y así sucedió. Entonces, la población jujeña cumplió, y con dolor abandonó el solar nativo acompañados del frío y la ventisca invernales para dejar al enemigo solo tierra arrasada.

Este suceso pleno de renunciamientos nos hace reflexionar sobre el concepto de Libertad del hombre de aquel tiempo en el camino de la patria, de su independencia. Y también en el de estos tiempos, cuando nuevos y diferentes sucesos hacen tambalear la independencia social, económica, política, del país.

Ante este panorama, formulamos los deseos de todo hijo de la patria grande y chica:

Que el sacrificio realizado en aquellos días no haya sido en vano.

Que logremos cimentar nuestro amor por ella con acciones positivas, fraternas, igualitarias y justas.

Que abandonemos egoísmo y grietas. 

Que no perdamos de vista el espíritu del Hombre que vive, sueña, sufre y labora, en este contexto que amamos.

Que al recordar los sucesos, afirmemos nuestra decisión de progreso y bien común. Los jujeños, en diferentes lugares de la patria, evocan con respeto este hecho que nos identifica con diversos actos: marchas evocativas, celebraciones en los colegios y escuelas, reuniones diversas populares.

Que sepamos enriquecer la Memoria de la Patria.

Gracias, Belgrano, que honraste el destino del pueblo jujeño al nombrarlo depositario y guardián de la "Bandera Nacional de la libertad civil".

¡Patria mía, nuestra …!


La escritora Susana Quiroga nos hace llegar este emotivo relato

Piensa una niña que sufre el destierro:

Mi casa tapiada, pisoteados los sembrados. Sólo aroma a alfalfa y yerbabuena. Angustia del abandono. Nos vamos. Nos iremos con la aurora. Opresión en mi pecho, tengo miedo. Marcharemos hacia el sur con este frío de invierno, con estos vientos que nos llenan de hojas, de lamento, de tierra. Tenemos que partir, dice mamá, el enemigo está llegando. Que no nos vea, que no nos aprisione, que no nos esclavice. Pero tengo miedo, un miedo que me atraviesa el cuerpo, me llega, ahicito, hasta el alma. Me tapa la boca, me calla, trepa a mis espaldas. Y el temblor no cesa, tiemblan mis manos, las manos de mis padres, sus miradas.

¡Ay, Pachamama! No nos abandones, escondidita queda la apacheta de piedras. Allí dejo mi juguetito preferido, y mis lágrimas.

El general es enérgico, todo ve con fiereza, es valiente, bravío. Aún en su delirio de fiebre su mirada se hunde en los ojos, pobrecito, pobrecito. Recuerdo cuando leyó el terrible bando: “... Llegó, pues, la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reuniros al Ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres…”

Orden terminante, nos dijo que no debía quedar nada que le aprovechase al enemigo; ni casa, ni alimentos, ni nada nada nada.

Dicen que está enfermo, sin embargo no se detiene, va, viene montado en su caballo, no descansa, nos señala un rumbo, un nuevo destino. Así dicen mis padres.

Y lo seguimos. Es la luz que nos guía. Ay, diosito, mi pecho tiene un peso de piedra grande, mi corazón sufre. Se quedan mi casita, mis cosas, mis plantas.

¡Pachamama, ayudanos! ¿Hacia dónde vamos?¿Qué encontraremos?¿Volveré algún día? ¿Volveremos?

Gracias, Susana Quiroga.
Quiénes & Porqué / Imagen:Obra de Oscar Alfredo Vidaurre /jujuyalmomento.com



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