TIEMPO NUEVO

OPINIÓN

Existe un refrán viejo, antiquísimo que dice que cuando la limosna es grande, hasta el Santo desconfía


Por Nicolás Lucca

El origen de esta frase es muy anterior a la existencia del cristianismo y los santos. De hecho, cada cultura tiene su propia versión. El asunto es sencillo: nadie está obligado a entregar una limosna, que no es otra cosa que un donativo sin esperar nada a cambio. Y ahí está el punto a considerar y que no es otra cosa que la cualidad del egoísmo del ser humano.

La frase considera que todos somos egoístas en algún punto. Incluso, podría ponerse el refrán en boca de Adam Smith, cultor liberal que alborotó la cultura cristiana al sostener que el motor del progreso no es la solidaridad, sino el egoísmo: nadie hace algo bueno y barato por amor al prójimo sino para ganar más clientes. El cliente sale beneficiado, pero no por su condición de prójimo, sino por ser un factor más en la competencia. ¿Le importa al cliente? No, le importa tres pepinos.

Hubo épocas en que el asunto estaba totalmente blanqueado, como en los tiempos de las ventas de indulgencias, cuando se podía pagar por el perdón divino. Incluso se podía entregar tanto, pero tanto a la Iglesia, que se obtenía crédito. Imaginemos lo que podría ser tener un permiso para hacer el mal.

Ahora, en cuestiones marketineras, hay otro principio que, increíblemente, va de la mano del refrán religioso: si algo es gratis, el producto sos vos. Este concepto que, magistralmente, se aplica a la crítica económica-política, nadie se atrevió a apuntarlo a los medios de comunicación. ¿Alguien paga por ver un programa de noticias o actualidad política? Más allá del gasto de la tevé por cable, satelital o streaming, del costo de la energía eléctrica o de internet; ¿alguien recibió alguna vez una factura por haber visto el programa de tal día a tal hora en tal canal? No.

El producto no es la noticia: somos nosotros. La noticia o la opinión son tan solo mecanismos, medios con los que obtienen personas. Y más personas es más dinero.

Cualquiera de estos principios pueden aplicarse a la cotidianeidad. El tema es saber identificarlos correctamente.

Por ejemplo: cuando el Estado, durante las administraciones kirchneristas, comenzó a repartir a diestra y siniestra como si no hubiera mañana, el primer principio que primó es el del producto. La plata no salía del bolsillo de los funcionarios, con lo que no había nada de altruismo sospechoso. Sí había productos. ¿Cómo vas a votar en contra del que te da el fútbol gratis, planes sociales hasta por si las dudas, sorteos de viviendas a cambio de nada y un largo sinfín de cosas que convertían en productos a todos los beneficiados? Sí, productos. Andá a oponerte a lo que te viene de arriba.

Lo mismo aplica a subsidios, pasajes baratos, tarifas regaladas y demás. Creer que la clase media se volvió loca y, de un día para el otro, prendió fuego los libros de Keynes mientras se tatuaba a Hayek, es un delirio más grande que mover la inauguración de la Asamblea Legislativa doce horas para aprovechar la influencia astrológica de la Luna en Escorpio en la Casa 3 en trígono al Mediocielo. Cosas de estadistas.

En medio de todo esto, hay gente a la que todo le sale tan, pero tan barato que, si yo me viera beneficiado, sospecharía. Mire el ejemplo de cómo se aborda la cuestión de funcionarios kirchneristas y le pido paciencia, que el final es distinto.

Axel Kicillof es un personaje divino que, sin ningún tipo de experiencia para el cargo, llevó adelante la gestión económica del país durante el segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Fue ministro de Economía durante dos años y veinte días. Le alcanzó y sobró para dejarnos el muerto más grande que se recuerde.

Yo también choreé de Xwitter la info de lo que nos costó Kichi. A mi favor, hice un chequeo y actualicé por inflación en dólares. No sé cómo hicieron los demás, pero si vamos a pegarle a Kicillof lo hacemos como corresponde: no nos costó 40 mil millones de dólares, sino que van 49.360 millones. ¿Redondeamos en 50 mil millones? Porque si le vamos a dar por inútil, la gravedad es aún mayor. Y si no, puede que no sepamos por qué le damos y solo utilicemos datos al voleo para aprovechar la bronca del consumidor de noticias.

Para agitar aguas, habría que recordar que la expropiación de YPF contó con la loable participación de 34 diputados de la UCR, tres de la Coalición Cívica, 14 senadores radicales y el inexplicable voto de la senadora del Partido Liberal de Corrientes.

Son más de 50 mil millones de dólares que, difícilmente, puedan aplicarse solo a la impericia. Después de todo, de eso es lo primero que se encarga la Justicia cuando inicia una investigación: de saber si el imputado comprende los hechos que se le imputan, porque no es lo mismo ser un pelotudo, un hijo de puta o un incapaz en términos jurídicos.

Algunos podrán decir que hay Justicia y que el palazo a Kicillof llegó en forma de quita de guita. Una cosa no quita la otra: se le puede quitar la guita sin dejar de denunciarlo ante la Justicia. No existe la figura penal de Asesinato Económico, pero sí se puede apelar a varios cargos de Administración Fraudulenta y un largo listado de tipos penales que le dan vueltas.

Incluso hoy, al pegarle por estas cosas, se lo levanta. Sí, se lo pone en agenda para que figure alguien que no es relevante por sus cualidades técnicas, pero sí por su capacidad política. ¿Qué otro opositor tiene su caja, su poder, su territorio, su provincia y figura en todos lados? Es necesario un cuco. Lo único que nos relaja es saber que, como gobernador bonaerense, nunca llegará a la presidencia. Al menos no por los votos. Somos un país de tradiciones.

Al Presidente, que le encanta domar gente a tuitazos desde su cuenta de Xwitter, no se le cae una palabra contra Kicillof. Desde que asumió, lo mencionó una sola vez: el 15 de enero, cuando se dirigió con sumo respeto. No le dijo basura, ni gusano ni marxista. Y eso que hablamos del único funcionario al que sí se le puede decir marxista. Y eso que tenía vía libre para darle con un sablazo: hablaba con una cuenta fake.

Durante añares he sido parte de los que plantearon la dicotomía de elección sobre el caracter de Kicillof: o idiota o turro. Obviamente, es una dicotomía retórica, siempre tuve mi parecer en la segunda opción. O sea: de idiota no tiene un pelo y es bastante bicho para sus cosas. Compró a los de La Cámpora, los usó y hoy los tiene de mozos. Casi lo mismo que hizo Massa, pero él sí ganó.

Sergio Tomás, aún con la certeza de que la emisión sin control dispararía la inflación, imprimió en un par de meses casi tanto como lo que se emitió para sostener al país durante la pandemia. Y eso que en tiempos de Covid ya nos preguntábamos cómo se pagaría esa fiesta. Congeló tarifas a temperaturas que desafiaron a la ciencia, detonó los esquemas tributarios y encendió la economía con una bomba nuclear. Resultados: banco central sin divisas y repleto de deudas, más pesos que mosquitos, dispersión de precios, salarios licuados, jubilados arruinados y demás cosas.

Hizo daño. Y sabía que hacía daño. Utilizó el aparato del Estado con fines personalísimos y le salió gratis. Es un juicio que se gana solo porque nunca fue tan directa y explícita la relación entre un acto de gobierno y el daño producido.

¿Cuántas veces mencionó el presidente a uno de los dueños del desastre heredado? Desde que es presidente, una sola y de rebote. Fue para pegarle a Alejandro Borenztein. Hasta anoche, cuando lo mencionó en su discurso ante la Asamblea Legislativa.

El tema, en lo particular, es salir de la protesta, de la queja y pedir acción. Si se puede actuar, ¿para qué regodearse en la queja? ¿Para tener a quien culpar? Y como queríamos acción, el Presi nos trajo un pack premium.

Hermoso el informe del Estado de la Nación. Creer que puede permanecer en la memoria colectiva es olvidarse que Mauricio Macri presentó el mismo informe y quedó en el olvido más rápido que la candidatura presidencial de Wado de Pedro. Y con menos repercusión.

Ahora, cuando terminó la Cadena Nacional y escuché los primeros análisis, pensé que había visto otro discurso. Politólogos, abogados, periodistas experimentados. Ninguno dijo que la propiedad privada ya está protegida, que no hace falta ningún pacto fundacional más que respetar la puta Constitución, que en tiempos constitucionales, las leyes valen más que el acuerdo de cualquier grupo de prohombres. Ninguno dijo, tampoco, que habrá quilombo con desfinanciar a los partidos porque figura en el artículo 38 de la misma Constitución. Yo también quiero el fin del negocio de los sellos partidarios, pero es por otra vía. ¿No lo saben o buscan, otra vez, el quilombo?. El resto de los ítems son abordables –y ojalá salgan– pero no es ese el punto, aunque el último político que defendió la elección ilimitada de los sindicalistas se llama Javier Milei.

Todavía tiendo a creer que un profesional de la comunicación no es un tuitero, que para la emoción que nubla la razón estamos nosotros, el resto de los mortales. Pero ahí estaban mis compañeros del gremio: varios hablaron de “Estadista” y hasta hubo uno que remarcó la importancia de un texto manuscrito. Es un tipo de letra de edición.

El gobierno descubrió pronto que gobernar para todos y convivir con la grieta excede a lo que a ellos les molestaba del enemigo elegido. Los propios, los que te votaron por convicción, porque no les quedaba otra, porque lo decidieron a último momento o porque cualquier cosa era mejor antes que Massa, también tienen sus pretensiones de un gobierno más allá de lo económico. Qué se yo, boludeces, como que alguien, alguna puta vez, pague por el daño cometido.

Mariano Cúneo Libarona sostuvo que no perseguirán a nadie desde la Oficina Anticorrupción. Hizo una gira mediática para explicarlo y atendió llamados hasta de la radio vecinal de Villa Ojete para contar los argumentos por los que “no es función del Ejecutivo ese tipo de persecución”. El gobierno reculó ante los reclamos de medio mundo, entre ellos los que convirtieron a López Murphy en traidor.

¿Cómo lo presentaron los colegas con oficialitis? “Contundente mensaje del gobierno contra la corrupción”. Intenté averiguar qué hay detrás de tanta vehemencia. Clavaron el visto.

Hoy pueden ver en algunos de los portales más importantes que titularon “Nuevo contrato social para refundar la Argentina”. Contrato social, en las repúblicas modernas, es sinónimo de constitución; no de la juntada de gobernadores para ver si se ponen las pilas con cumplir las leyes ya vigentes, como eso de respetar la propiedad privada, no robar y demás. ¿De qué hablan? ¿Por qué tanto?

Otra vez estamos ante los distintos. El tema es que esta vez los distintos vienen con pretensiones refundadoras en cada acto administrativo, con actitudes ególatras, megalómanos, de nuevo con ganas de cambiarle el significado al 25 de Mayo y bajo el paradigma amigo-enemigo, pero que el enemigo se haga amigo. Quizá hoy el argentino común sea esto: o estás conmigo o te aplasto como a un gusano. Y eso es un hermoso negocio para quien sepa aprovecharlo.

Hubo un tiempo en el que me preguntaba qué lleva a gente que vivió de la pauta oficial hasta el 10 de diciembre a volverse tan oficialista y tan rápido. Y claro, me olvidaba la cuestión de la oferta y la demanda: si tenés un público deseante de voces acordes y a vos no te molesta decir que un elefante entra en un Fiat 600, vas a ganarla toda.

Al resto, al principio no lo entendía. Hasta que caí en la cuenta del gran negocio del oficialismo. No porque yo descrea de la posibilidad de adherir a los postulados del presidente, sino porque descreo de que ellos hayan adherido. Descreo que entiendan lo que defienden. Básicamente porque los veo decir burradas.

La Escuela Bernardo Neustadt nunca pasó de moda. Neustadt se hizo multimillonario sin haber cobrado pauta. Y no sé si cobraba guita en negro, pero también podría haberse hecho rico sin recibir un billete por debajo de la mesa. Primero, porque le tocó una era en la que no había demasiadas opciones para ver y, precisamente por eso, concentraba la guita publicitaria. Segundo, porque ser oficialista cuando nadie se anima a serlo, da muy buen rating. Y el rating se acompaña con guita. ¿Qué nivel de oficialismo? Y, un día no pudo conducir su programa y lo reemplazó el Presidente de la Nación.

El negocio es tan redondo que hasta el que fue insultado en vivo por Alfredo Casero hoy entrevista al presidente veinte veces por semana, hay programas televisivos que llevan por nombre alguna frase mileista y el vocero presidencial puede tirarse un pedo en cámara que podrá ser cuestión de debate en las redes, más nunca en un canal de televisión. Hay periodistas que le dieron a Macri con una amoladora y hoy señalan que “quisieron voltearlo”. Otros. Así, con la impunidad del plural de la tercera persona.

Y ni que hablar la otra pata de la escuela Neustadt: el periodista empresario. A veces conocido, a veces casi en secreto, van con nombres de empresas que andá a saber quién se los puso y facturan de cuanta pauta pública encuentren. Y aún lo hacen. Gente que ve un banner municipal y se tira de cabeza para luego poner un microscopio al diseccionar una contratación por única vez y otros que dejaron de percibir la pauta nacional y pasaron a ser más mileístas que festejar la prepaga a 350 dólares. Como para no celebrar, si tenés todas las exclusivas de una máquina de hacer declaraciones explosivas.

Neustadt fue el inventor del editorial televisivo. Hoy, si alguno sabe quién fue, se espantaría de saber a quién imita. Pero todos los programas de televisión tienen editoriales. Todos tienen algo para decir. A favor de Bernie, él editorializaba una vez por semana. ¿Quién puede tener una opinión formada varias veces por jornada, todos los días y sobre todos los temas? Nadie que no viva de las redes sociales, de lo que le prepara su entorno, o que no tenga más intenciones que no perder la posibilidad de concentrar espectadores necesitados de creer que esta vez sí, que una vez en la vida el viento juega a nuestro favor.

Hay suspensiones de empleados en automotrices y metalúrgicas. Las Pymes no pueden sentarse sin una bolsa de hielo abajo, el desplome de la actividad económica es histórico en términos de la historia reciente. Todos son temas que merecerían al menos una mención, un comentario al pasar. Sin siquiera buscar culpables, si es que no se tiene bien claro. Pero suponer que es noticia, es desconocer uno de los principios básicos de la comunicación: no se puede decirle a la gente qué pensar. Y hoy todos necesitamos creer que todo estará bien.

Pero esa no es la misión de mis colegas. Ni mía, que lo siento en mi bolsillo carente de pautas por propia voluntad y con las polillas más libres y felices del condado. ¿Creen que esta situación nunca novedosa no me pasa factura? ¿Que no siento cómo, una vez más, se me vuela la mitad de la masa lectora hasta nuevo aviso? ¿No ven cómo se quedan sin cámara personas que fueron antikirchneristas del minuto cero? ¿Creen que se hicieron cristinistas, albertistas, massistas o que tan solo no tienen ganas de subirse a la nueva ola?

Creo que la función del colega que tiene un micrófono abierto o un espacio para meter un texto, es contrastar lo que dice el Poder con lo que el Poder puede hacer.

Pero como yo no estudié periodismo, mejor dejo de opinar.

Y a los colegas que se sientan tocados: no se ofendan. El Presi nos trata de coimeros a todos y no hago escándalo. Igual que ustedes.

Lo dejamos ahí.

(Relato del PRESENTE)


Comentarios

  1. Para leer 2 veces, y animarse a subirlo a Fb, contiene percepciones del presente que no se comentan

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Subir, comentar, compartir. Para eso es LA GACETA LIBERAL. Gracias!!!

      Eliminar

Publicar un comentario