PERDIENDO EL CONTROL

OPINIÓN ( POLÍTICA 

Alberto Fernández controla cada vez menos “su” gobierno


Por Marcos Novaro

De los funcionarios que no funcionan, a los cortocircuitos en el área de Salud

El presidente optó por retener a todo el mundo, por más papelones que estén haciendo, desde que las voces del kirchnerismo duro a favor de la remoción de funcionarios debilitados o fallidos se hicieron más y más públicas. Y se focalizaron, para peor, en “albertistas”, gente que el presidente considera “propia”. Por lo que, si los saca, sabe que no solo pierde a alguien que eventualmente podría tener ganas de defenderlo, sino también su control sobre una porción más de la administración.

El costo que paga por actuar así es, de todos modos, evidente. Ante todo, queda pegado a figuras más y más desacreditadas. Y debilita su autoridad: da la impresión de que no es capaz de corregir, pierde la iniciativa y acumula lastre. Pero más a largo plazo hay otra consecuencia aún más seria: se fomentan internas interminables en el equipo de gobierno, que desgastan aún más una gestión que ya viene cascoteada por muchos costados.

El fenómeno más notorio a este respecto es el que se observa en Salud. Allí directamente se ha decretado la temporada de caza de funcionarios en aprietos, nadie disimula ya que GGG está a las patadas con Carla Vizzotti, y a ambos les serruchan abiertamente el piso aspirantes a reemplazarlos de distintas facciones internas. No es lo que se diga la mejor situación para encarar la segunda ola de Covid, la compleja campaña de vacunación que está recién empezando y encima discutir y resolver las diferencias internas sobre una eventual reforma del sistema sanitario que se está cocinando en el Instituto Patria y ya generó varios cruces con el Ejecutivo, los sindicatos y las prepagas. Nada hace pensar, sin embargo, que vaya a producirse un cambio, ni para un lado ni para el otro; lo más probable es que esta situación se estire por bastante tiempo, y los problemas se reproduzcan con ella.

Pero no es el único caso. A fines del año pasado Felipe Solá quedó en el banquillo por una metida de pata fenomenal en ocasión de la que debía ser una gran noticia para el presidente, su primer contacto con Joe Biden. Se habló de su reemplazo durante unos días y después el tema se acalló. ¿Quedó confirmado en el cargo, se recuperó del papelón, mejoró su desempeño en el área? Lo primero sí, lo demás, no parece. Simplemente se acallaron las críticas por cansancio, con lo cual se repitieron los problemas: hace unas semanas estalló un conflicto en la embajada de la Argentina en China que le sirvió al ultrakirchnerismo para avanzar un casillero más en la política exterior, y confirmó que el Canciller está en gran medida dibujado; pero Alberto lo seguirá manteniendo porque no tiene forma de sacarlo sin correr el riesgo de perder por completo control del área, y que se desdibuje aún más de lo que ya está la idea de que su gobierno reúne armoniosamente un arco variopinto y más o menos equilibrado de expresiones peronistas. Solá es, a ojos seguramente del propio Alberto, lo más parecido a él mismo que tiene dentro del gabinete, por lo que sacrificarlo sería casi como reconocer que él también es efímero y flota en el vacío.

Hace pocos días estalló un escándalo alrededor de Victoria Donda, que involucró contrataciones oscuras y manejos patrimonialistas en un área que supuestamente debería dar ejemplo de probidad pública. De nuevo Alberto pagó un costo importante por mantener a la funcionaria en su cargo, pero sería un exceso decir que la crisis ha sido superada: lo más probable es que el escándalo vuelva porque parece que la señora Donda ha convertido el INADI en una cantera de contrataciones sin sentido, y quienes desde siempre manejan el organismo quieren verla volar.

Así, aunque se podría dar por seguro que tanto Martín Guzmán como los demás integrantes de la troupeeconómica tienen su puesto asegurado al menos hasta las elecciones, y al menos en el ánimo presidencial, es mucho más difícil decir si existe siquiera una certeza sobre las decisiones que piensan tomar en ese lapso.

La coordinación entre las áreas brilla por su ausencia. Ahí está el episodio del cierre de las exportaciones de maíz para demostrarlo: Luis Basterra se puso de cabeza él solito a los productores agrarios, y solito desarmó el entuerto, con un costo político importante que se acumuló en el ínterin y que no va a pagar él, porque no tiene con qué. Los aumentos totalmente desproporcionados entre combustibles y todos los demás precios regulados, tarifas, servicios, etc., parecen responder al simple hecho de que en aquella área rige un acuerdo suprapresidencial con las empresas proveedoras, mientras que en las otras reinan los recelos y las ganas oficiales de meter mano más profundamente en sus actividades. Que no parecen ser ganas del presidente, pero él las deja avanzar, y alternativamente las avala o las desconoce, sin que se pueda sacar una conclusión sobre lo que tiene en la cabeza.

Cada uno de estos entuertos, en circunstancias normales, de un gobierno normal, sería motivos de una crisis sectorial y política. De un conflicto que mal o bien podría, luego de estallar, decantar para algún lado. Pero en las excepcionales condiciones que crea la pandemia para que todo se relativice y estire, y que fomenta aún más un gobierno que carece tanto de rumbo como de timón, se acumulan en una larga lista de “pendientes” que quedan flotando en la indefinición durante meses y meses.

La inconveniencia de que reine la incertidumbre en tantos sectores de actividad a la vez y por tantos motivos distintos debe ser una de las lecciones más fáciles de extraer del ciclo kirchnerista anterior, cuando todavía no habían vuelto mejores. Pero es por demás incomprensible que nadie la haya aprendido en el gabinete de Alberto. Porque pareciera que nadie habla entre sí ahí, ni mucho menos se comunican con sus predecesores en los cargos. Hasta el brutal y cero autocrítico Guillermo Moreno tiene algunas lecciones para enseñar que lamentablemente nadie parece interesado en aprender.

Ahora dicen en Economía que no sería tan grave porque se podrían pagar los vencimientos del año con lo que se acumule de reservas. ¿Es que el acuerdo pasó de ser de absoluta necesidad a prescindible porque la situación financiera y comercial mejoró tanto desde que subió la soja y empezó a llover? ¿O están exagerando para justificar no hacer lo que han descubierto son incapaces de hacer, poner en marcha un plan de estabilización mínimamente presentable?

Si la recuperación de este año (antes de que empezara la segunda ola de covid, ahora habrá que ver) iba a ser la mitad de la caída del año pasado, en un contexto en que la inflación se acelera por la bomba fiscal de ese ejercicio, que ya empezó a estallar antes de que se sumen los desequilibrios de 2021, mientras el desempleo empieza a trepar en serio, sobre todo en el comercio y los servicios, va a ser difícil que la pobreza, que ya subió unos 10 puntos desde que Alberto llegó a la Rosada, no suba otros cuantos más a lo largo del año electoral. No parece un panorama fácil de encarar “con lo puesto”, sin ayuda externa. Pero el gobierno que tenemos es así, va viendo si zafa, apostando a que le salga la doble generala, y de ahí para abajo va tachando. Cuando se queda sin opciones empieza de nuevo.

En el fondo, su problema es mucho más estructural que actitudinal. Obedece a que Alberto prometió dos reconciliaciones, la de los peronistas entre sí, y la del peronismo con el capitalismo y la república, pero para cumplir con la primera tiene que incumplir la segunda: lo que le exige la facción dominante del peronismo es ser anticapitalista y antirrepublicano, y él cumple, arrastra los pies a veces, pero cumple.

La relación entre ambas promesas es la clave de las tensiones entre Alberto y Cristina, y explican que su relación sea insatisfactoria para ambos, pero no puedan hacer mucho por modificarla. Y también que sea Cristina la que finalmente imponga su ley. Porque en términos políticos incumplir ambas promesas no vale lo mismo. Si el peronismo se partiera, Alberto no duraría un minuto, así que tiene que cumplir o cumplir en ese terreno, para sobrevivir. Mientras que los costos de no cumplir en el otro son remotos y condicionales, son como los “ceros” que va anotando después de tirar los dados, tal vez nunca los pague.

Porque ¿qué es finalmente reconciliar al peronismo con la república y el capitalismo sino una quimera?, una idea que a muchos dentro y fuera de ese movimiento atrae, como posibilidad, dado que no se ha podido encontrar otra solución (eliminar desde el peronismo esa expectativa, minimizar al populismo radicalizado como factor de poder), pero se ha frustrado ya tantas veces que una vez más que lo haga no va a desvelar a nadie. Que otro país, con el peronismo o a través del peronismo, es posible sigue siendo una posibilidad remota. Que alguna vez tal vez se concrete. Pero mientras tanto hay que vivir y sobrevivir en este, duro y concreto. Así que a Alberto no le conviene distraerse.

(Tribuna de Periodistas)

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