EL LAZARILLO ELECTRÓNICO FUERA DE SERVICIO

OPINIÓN / POLÍTICA

El día que a Alberto se le rompió el GPS



Por Laura Di Marco

Alberto nunca fue un "empleado" de los Kirchner, como sí lo era, por ejemplo, Carlos Zannini. Siempre cultivó un activo: un GPS capaz de leer las señales por fuera del sentido común peronista kirchnerista. Una geolocalización que lo llevó a bajarse de la guerra contra el campo y a no cortar jamás los puentes con el periodismo crítico, a pesar de los cortocircuitos diarios que los accionistas mayoritarios del proyecto K tenían con los medios. Como jefe de Gabinete apretaba, sí, pero la sangre nunca llegaba al río. Al punto de que Cristina consideró, por muchos años mientras estuvieron distanciados, que él era un "hombre de Clarín".

Es esta buena señal que siempre tuvo para captar el otro lado de la grieta -e incluso para compartir parte de sus demandas- lo que llevó a Alfredo Cornejo a sincerarse. En 2019, admitió el mendocino, Cristina tejió una estrategia mejor que la de Macri. Más aún: esa cualidad, valorada por sus opositores, le permitió a Fernández algo más importante aún: capturar lo que el director de Isonomía, Juan Germano, bautizó "la llave": un 15 o 20 por ciento de la sociedad -un voto volátil, que define elecciones- que en 2015 había optado por Macri y que, cuatro años más tarde, decidió pasar de página y elegir a Fernández. La novedad es que parte de aquel 15 o 20 por ciento independiente, según Germano, participó del 17-A, enarbolando un conjunto de malestares: inseguridad, pérdidas de empleo, rechazo a la reforma judicial y a la impunidad, incertidumbre y hartazgo por la cuarentena más larga del mundo, entre otras. Este segmento de votantes, que ya en 2013 habían votado por Massa, es sensible al combo justicia/corrupción/inseguridad.

Pero Fernández no lo ve así. Es como si su lazarillo electrónico lo hubiera abandonado. En cambio, confunde las protestas en su contra con "delirios psiquiátricos" de los votantes de Macri. El último viernes se subió a la vendetta contra Clarín y, por extensión, contra los medios críticos (el DNU que regula las tarifas de las telecomunicaciones, que él mismo pergeñó con Cristina, parece confirmarlo). "Alberto está dolido con algunos periodistas que conoce desde hace años, que ahora sospechan de sus buenas intenciones. Cree que es injusto", admite un albertista. Además, terminó apañando la cláusula Parrilli, que criminaliza la opinión y la información y, para coronarla, le asestó un golpe a Macri, que se le terminó volviendo en contra. Las encuestas que vienen marcando una baja en su imagen positiva son una muestra del daño que se ha hecho a sí mismo.

El encono de Alberto con Macri es antiguo y no solo tiene razones políticas. También hay cuestiones personales. La revelación de una supuesta frase del expresidente, en una charla privada, sobre la gestión de la pandemia se parece más al manotazo de un rival despechado que a una pensada estrategia de polarización.

La radicalización contra su antecesor obligó, incluso, a Larreta a desviarse del juego de la moderación. Anteayer lanzó un hilo en Twitter criticando la "forma" en que el Gobierno está planteando la reforma judicial. Algo inusual en él, que suele ser muy disciplinado en atenerse al rol de gestor, a pesar del bullying que le hacen los "duros" de su propia coalición acusándolo de "tibio". Los embates presidenciales produjeron otro milagro: Lilita Carrió, hoy aliada de Larreta, hizo un llamado en nombre de la moderación. La contundencia del 17-A también interpeló a Juntos por el Cambio: ¿están siendo capaces de traducir en demandas el malestar de sus votantes?

Pero no solo Rodríguez Larreta tiene críticas hacia la oportunidad de la reforma judicial, tal como está planteada, sino también su amigo Sergio Massa y varios albertistas, aunque jamás lo admitirían en público.

¿El poder cambió a Alberto o lo reveló? ¿Es Cristina la que contamina su cabeza y lo somete? ¿Por qué a aquel operador que leía tan bien la política se le debilitó la señal? La tentación es culpar de todo a Cristina, pero hay albertistas que dudan.

"Hace tres meses, y antes de que sucediera, algunos de nosotros le advertimos que incluir a Beraldi en la comisión evaluadora de la Corte era un error y que generaría un escándalo. Pero Alberto se enojó muchísimo, como si fuéramos periodistas, y terminó defendiendo las cualidades técnicas del abogado de Cristina", revela un colaborador, que lo conoce desde hace treinta años. Toda una revelación: hay albertistas desorientados con la desorientación de su propio jefe.

(LA NACIÓN)

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