DIOS QUIERA QUE PUEDAN CRECER...

“Dios quiera que puedan crecer las violetas en su tumba”.
Capítulo 1
Francisco


El sargento mayor Francisco Drummond, muere el 8 de abril de 1827 a las diez de la noche en la batalla naval de Monte Santiago. Había nacido en la localidad escocesa de Dundee, en 1803. Pertenecía a una familia de linaje y sus antepasado habían servido a la casa Bruce y Estuardo. Al linaje le sumaban el orgullo militar. Para los Drummond morir en la guerra era un destino honorable: su padre y sus cuatro hermanos murieron en combate.
La historia dice que, cuando el 9 de septiembre de 1822, el regente Pedro fundó Brasil y rompió relaciones con Portugal y su propia familia, una de sus primeras decisiones fue constituir una armada, entre otras cosas porque el célebre “grito de Ipiranga” fue un grito de guerra porque el rey no estaba dispuesto a soportar la traición de su hijo y Portugal no estaba decidido a aceptar por las buenas perder a su principal colonia.
Entonces Drummond llegó a Brasil bajo las órdenes de lord Cochrane. Allí el joven militar de cabellos oscuros y ojos grises recibió su bautismo de fuego y sus primeros honores como militar. No fue larga la guerra contra Portugal, pero fue dura. Drummond estuvo presente en las principales batallas. Marañón, Itapuá y el asedio a Bahía. Cuando concluyó la guerra de la independencia, Drummond decidió pedir la baja en el ejército imperial en febrero de 1826. El 21 de marzo de ese año, llegó a Montevideo e hizo gestiones para incorporarse a la flota que estaba organizando Guillermo Brown. En el camino fue detenido por oficiales ingleses y después de unos meses pudo recuperar la libertad gracias a las gestiones del consulado.
La cárcel no le hizo cambiar las ideas y una semana después estaba en Buenos Aires y lo primero que hizo fue solicitar el ingreso a la armada patriota.
¿Por qué lo hizo? ¿Por qué arriesgó su libertad e incluso su vida sumándose a un ejército y una causa que aparentemente estaba condenada a la derrota? No lo sabemos. Nos dice Rogelio Alaniz.
Puede ser intuición, aventurerismo, pasión guerrera o destino. Lo cierto es que a fines de 1826 se incorporó a la escuadra argentina y en enero de 1827 ya era capitán de la goleta Maldonado. Un mes después participó en la batalla de Juncal. Allí su desempeño fue tan heroico que el 23 de marzo lo ascendieron a sargento mayor y luego al atrapar a la goleta brasilera, La Bertioga.
Le quedaban tres semanas de vida, pero él no lo sabía y, a juzgar por el arrojo que manifestó en los combates, pareciera que tampoco le hubiera importado demasiado que sus días ya estuvieran contados.
La historia de Francisco Drummond en ese sentido es heroica y romántica. El joven que aún no ha cumplido veintiún años y que, según los relatos de la época, era buen mozo y encantador, se enamora de Elisa, la hija del Almirante Guillermo Brown.
Todo se desarrolla en un tiempo cronológico veloz e intenso. El noviazgo fue breve. Abundan las reuniones y tertulias familiares, los paseos por la alameda y el parque a la caída de la tarde o bajo la luz de la luna, los besos fugaces, las promesas de amor eterno y el compromiso de casarse una vez que Drummond regresara de la que sería su última expedición militar. Brown acepta el noviazgo y, a juzgar por la correspondencia de la época, sus amigos sospechan que está orgulloso de que su yerno sea un marino, valiente y honrado como él.
La tragedia suele ser la culminación de toda pasión romántica. Elisa y Francisco no fueron la excepción. Francisco Drummond murió en combate después de pelear como un bravo contra las naves brasileñas. La batalla había comenzado el 7 de abril de 1827: cuatro naves argentinas contra dieciséis naves brasileñas. El almirante Guillermo Brown arengó a sus soldados como sólo él sabía hacerlo. Sus palabras convocando al combate en nombre del honor han quedado grabadas en la historia, sobre todo sus dos últimas frases. “Camaradas, ¡confianza en la victoria, disciplina y tres vivas a la patria! ¡Fuego a discreción, que el pueblo nos contempla!”.
Drummond tomó al pie de la letra las órdenes del almirante y se lanzó al combate.
La batalla fue despareja y la sangre de los soldados corrió generosa aquella tarde luminosa de sol, sangre y coraje. Una bala le destrozó la oreja a Drummond, pero para el soldado que fue honrado por su coraje en la batalla de Juncal, esa herida fue un estímulo más para continuar en batalla. El bergantín Independencia agotó sus balas y sus doce cañones fueron destrozados o inutilizados por la metralla enemiga.
Brown ordenó abandonar el barco, pero Drummond desobedeció la orden. Cuando la situación se hizo insostenible, dejó el bergantín a cargo de Robert Ford, subió con Shannon y dos soldados a un bote y se dirigió a las naves criollas para reclamar más armamentos. La pequeña embarcación navegó por las aguas encrespadas y sacudidas por la metralla enemiga. Llegó hasta la goleta Sarandí, subió a cubierta y en ese momento un proyectil de 24 libras le destrozó la pelvis y el muslo de la pierna derecha. Fue el fin.
Después de tres horas de agonía, el joven militar de origen escocés, murió desangrado en la litera de John Halstead Coe, capitán de la goleta. Sus últimas palabras evocan las montañas de Escocia, el amor de su madre, Catherine Young y su novia Elisa Brown. A su madre le dejó un reloj; a su novia el anillo del compromiso. El anillo y el reloj los recibe Coe, pero el que está presente en la escena, rígido, inmutable, es Guillermo Brown.
El almirante no dice una palabra.
¿Presiente que la muerte del novio de su hija será el anticipo de nuevas desgracias para su familia? No lo sabemos.
Francisco Drummond fue velado al otro día en la comandancia de marina y enterrado en el Cementerio del Socorro. El almirante Brown llegó a su casa, abrazó a su hija Elisa y le entregó el anillo. Brown era de pocas palabras pero sus gestos eran elocuentes.
Capítulo 2
Elisa


Hay quienes afirman que en las noches de luna llena una niña vestida de noviase pasea a la orilla del Riachuelo en el barrio de Barracas, en Buenos Aires. Arrastrando su hermoso vestido por la arena, el fantasma de Elisa Brown, “la novia del Plata”, lamenta el trágico desenlace de su vida amorosa. Esta es la vida inmersa en amor y muerte de la hija del Almirante Brown. Uno de los relatos más conmovedores de la historia argentina.
Nos dice Miguel Andreis que Elisa nació con nuestra patria, en 1810, aunque en tierras inglesas. Sin embargo, su trágica vida le depararía conformar las páginas escritas de la historia nacional.
A principios del siglo XIX, toda su familia dejó Inglaterra y se estableció en Buenos Aires. Allí, su papá, Guillermo Brown, se convertiría en líder de la reciente Armada Argentina, y prócer de nuestra independencia.
Elisa creció entre las labores de aguja que le enseñara su madre, Elizabeth Chitty, y la pasión por el mar, que heredara de su padre.
Los Brown, se instalaron en el barrio sureño de Barracas, donde junto a las clásicas barracas de cuero de los esclavos, se fueron levantando las suntuosas residencias de las familias más importantes de la sociedad bonaerense.
Cannon House o la “Casa Amarilla”, como era conocida la lujosa residencia del almirante Brown, fue el escenario donde se desarrolló la historia de amor de Elisa Brown, de apenas diecisiete años, y el marinero escocés Francis Drummond, de veinticuatro, quien llegara a su vida de la mano del capitán Coe, amigo y compañero de su padre
Fue el propio Almirante quien tuvo que encargarse de darle la triste noticia a su hija. "Hija, tu amor ha muerto". Dicen que Elisa no emitió una mínima reacción adversa y continuó bordando su vestido de novia, como si nada hubiese pasado. Luego, apretó con fuerza su anillo, lo besó incansablemente, y se marchó en silencio. Todos en Cannon House creyeron que la joven acababa de sumergirse en una silenciosa demencia.
La mañana del 27 de diciembre, fecha en la que la joven pareja había marcado su boda, Elisa se vistió con su traje de novia, el que había bordado con tanto esmero… y caminó hacia la orilla del Riachuelo.
Fue su hermano Enrique quien advirtió la tragedia, quien desde la atalaya de la casa amarilla pudo ver el cuerpo de su hermana flotando sobre las aguas del Plata envuelto en su inmaculado vestido blanco. La joven, atormentada por la pérdida de su amado, acababa de entregar su vida al mar que su padre tanto amaba.
El almirante nunca pudo reponerse de la tragedia. Por muchos años se lo vio vestido de negro, parado en la puerta de su casa, mirando fijamente a la distancia. El jardín de la casa se convirtió luego en la plazoleta Elisa Brown, un modesto homenaje que le hizo su ciudad.
Hoy, la leyenda del fantasma de Elisa Brown compone un atractivo más al pintoresco barrio de Barracas, mientras su cuerpo descansa junto al de su amado en el Cementerio Británico.
Capítulo 3
El amor en tiempos de guerra. Dice Wikipedia que: Según los testigos, Francisco Drummond mando llamar al capitán Coe y le dijo: “Querido Juan, se me nubla la vista. No veré más las montañas de Escocia. Este reloj es para mi madre, este anillo es para Elisa. Dile al Almirante que he cumplido mi deber y muero como un hombre”. Brown se acercó a la Sarandí y llegó a verlo aún con vida.​ Murió a las diez de la noche, tras tres horas de agonía.
El diario British Packet editado en Buenos Aires para la distinguida comunidad británica, dirá en su nota de tapa. “Dios quiera que puedan crecer las violetas en su tumba”.
Brown y su esposa escribieron en la lápida de Elisa: “Tus padres, admiradores de tus virtudes y que lloran tu desgraciado destino, inclinándose ante los mandatos de Dios levantan este mármol sobre la tierra que cubre tus despojos”.
Elisa cuando murió tenía diecisiete años.
Se dice que el almirante Guillermo Brown nunca más se pudo recuperar de la muerte de su amada hija. El escritor Guillermo Enrique Hudson, el autor de “Allá lejos y hace tiempo”, lo recuerda parado en la puerta de su casa, de rigurosas ropas negras, los cabellos rubios y la mirada azul perdida en el infinito.
La joven Elisa Brown, había quedado muy afectada por la muerte de su novio Francisco Drummond. Prueba de ello es que y ninguna mujer se viste de novia para ir a nadar al río.
Los poetas y escritores bautizaron a Elisa la “Ofelia del Plata” o la “Novia del Plata”, según la inspiración de Pedro Moya y Pedro Blomberg.
Por su parte, León Benarós, le dedicó el siguiente poema.
“Año de mil ochocientos/ veintisiete, año de luto/ Elisa Brown se suicida/ en las aguas del Riachuelo/ Ay la niña valerosa/ de la quebrantada fe/ ya posa su pie en el barro/ ya el río lame su pie/ blanco era su pensamiento/ blanco su amor floreció/ de blanco se fue hacia el río/ y de blanco se metió”.
Quiénes & Porqué

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