OPINIÓN
El estado de libertad en el seno de la sociedad proviene siempre de una pluralidad de fuerzas que se resisten y equilibran al mismo tiempo, con el fin de promover el bien común
Por Carlos Berro Madero
Esa es, en prieta síntesis, la esencia filosófica del liberalismo.
Cuando sobrevienen crisis graves, como la que padecemos hoy por razones esencialmente económicas, un gobierno debe encontrar el modo de combatir el hundimiento moral que sobreviene a las mismas, mediante el manejo de instrumentos políticos que logren frenar a algunos “aprovechados” que pretenden obtener beneficios especiales para sí, utilizando argumentos colectivistas fracasados e inaceptables.
Es lo que el filósofo y economista John Stuart Mill denominó alguna vez como: “homogeneidad de mala clase”.
Luego del envío de las propuestas de Javier Milei al Congreso, luego de asumir la Presidencia de la Nación -absolutamente revolucionarias por su sesgo claramente libertario-, estamos asistiendo a la reaparición de las sempiternas presiones de los representantes de diversos estamentos sociales, que pretenden obtener beneficios sectoriales para ser excluidos de un ajuste general inevitable, habida cuenta de la destrucción casi total del crédito, la desvalorización de la moneda, el flagelo de una inflación galopante y el aumento escandaloso de una pobreza generalizada.
Como el “factor económico” resulta determinante para la solución del problema, quisiéramos detenernos por un momento en algunos hechos históricos.
En los años 30, Ludwig von Mises -integrante de la renombrada Escuela de Viena-, centró su teoría praxeológica en el modo de actuar del hombre al momento de definir sus preferencias personales, y en “Human Action” -su trabajo más trascendente al respecto-, ofreció un cuadro general basado en dichas valoraciones subjetivas y las demandas consiguientes.
A pesar de las evidencias concretas que ofrece esta obra magistral, la ciencia económica “distributiva”, consiguió rearmar su vigencia luego de la Segunda Guerra mediante la jerga de John Maynard Keynes, quien favoreció con sus teorías “oscuras” la reaparición de coaliciones entre políticos y gobernantes ansiosos por aumentar su propia influencia y poder personal.
Una obra intelectual aspira -muchas veces en vano-, a aclarar un poco las cosas, sostiene Ortega y Gasset, mientras que la del político suele consistir, por el contrario, en confundirlas más de lo que estaban. Y Keynes fue más un político que un economista.
En nuestro país, mediante la “doctrina” de un peronismo sectario y estatista que irrumpió en el escenario político pasamos en nuestro país del éxtasis al desencanto en los últimos 50 años; a lo que se sumó una explosión final generada luego del advenimiento de su hijo “putativo” en los últimos 20: el kirchnerismo.
No hay duda alguna que las teorías keynesianas parecieron como cortadas a la medida para constituirse en la base intelectual de un Estado providencialista e intervencionista a gran escala, privilegiando las estatizaciones y el dispendio de la moneda en proyectos grandilocuentes que abrieron las puertas a una corrupción desenfrenada.
Pese a las diferentes críticas que debió afrontar Mises luego de la publicación de su obra -arrinconado por las “mieles” ofrecidas por Keynes para justificar un tipo de derroche con imperativos “morales”-, halló no obstante suficientes seguidores que jugaron un importante papel frente a generaciones posteriores, intensamente decepcionadas por los fracasos que precipitaron las teorías estatistas del keynesianismo en el mundo entero.
Röpke, Enaudi, Rueff, Friedman y Hayek, entre otros, confirmaron la idea de que un desarrollo virtuoso está vinculado sustancialmente con un escenario “capitalista” que fomente la libre empresa y la competencia, mediante el cual puedan atenderse las preferencias del individuo ya señaladas, por cuanto es éste quien actúa finalmente en la realidad “real”.
El fracaso posterior de las medidas keynesianas, plagadas de errores teóricos y prácticos, ya habían comenzado a despertar por entonces serias dudas acerca de la viabilidad de sus proposiciones, mientras el mundo comenzaba a afrontar un escenario de “bandazos” provocados por crisis sociales y económicas recurrentes.
La caída de la Cortina de Hierro acentuó el derrumbe final de un estatismo alimentado en el centro de Europa por las exóticas teorías marxistas, y los pocos enclaves aún subsistentes, como Cuba, Venezuela y Nicaragua, han sometido a sus pueblos a una tiranía estatal repugnante.
En el prefacio de su obra “Free and Prosperous Commonwealth” publicada en 1962, Mises agregó: “Cuando hace treinta y cinco años, quise resumir las ideas y los principios básicos de aquella filosofía social que un día denominaríamos LIBERALISMO, no abrigaba, desde luego, la vana esperanza de suponer que mi
exposición iba a evitar la inminente catástrofe a la que inevitablemente apuntaban las políticas adoptadas por las naciones europeas. Tan solo pretendía ofrecerla a la reducida minoría formada por quienes deseaban conocer los objetivos y los triunfos que consiguió el liberalismo clásico, PARA CONTRIBUIR AL RESURGIMIENTO DEL ESPÍRITU DE LA LIBERTAD, DESPUÉS DEL INSOSLAYABLE DESASTRE ACTUAL”.
Seguramente a ello apunta el gobierno de Javier Milei con su insistencia en plantar la semilla de una “regeneración” política y económica para que nuestra sociedad, enferma por su adicción a ciertas teorías sociales “placenteras”, comprenda que éstas son totalmente inviables.
Como el futuro permanece siempre “abierto” más allá de cualquier pronóstico, todo dependerá de la actitud de quienes se sientan tentados a probar el banquete que ofrece el liberalismo y acepten el convite.
La invitación les ha sido formulada. A buen entendedor, pocas palabras.
(NOTIAR)
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