OTROS GERENTES DE LA POBREZA

POLÍTICA

Los comedores fantasma de Larreta y María Migliore


Por Dani Lerer

Durante años, en la Ciudad de Buenos Aires hubo un consenso tácito: había cosas que todos sabían, pero de las que nadie hablaba. Una de ellas, la más obscena, la más impune, la más moralmente insoportable, era el sistema de comedores comunitarios que, en teoría, daban de comer a los sectores más vulnerables, pero que en la práctica funcionaban como cajas negras, cajas chicas y cajas políticas. Todo al mismo tiempo.

Ese entramado, cultivado, protegido y administrado durante las gestiones de Horacio Rodríguez Larreta y su entonces ministra de Desarrollo Humano, María Migliore, terminó hoy en el peor lugar al que puede caer una política social: el terreno fantasma. Comedores que no existían. Que no funcionaban. Que sólo aparecían cuando había que facturar. Una arquitectura creada para que el hambre fuese un negocio y la vulnerabilidad un botín.

Hoy, la gestión actual del gobierno porteño anunció que cerraron 40 comedores fantasma. Y lo dijeron con una frase que pesa como una condena moral: “Dimos un paso que algunos esquivaron durante años”. La traducción política es brutal: sabían que esto pasaba.

El modelo que Larreta y Migliore dejaron como herencia se apoyaba en un actor clave: el intermediario. Organizaciones, punteros, referentes barriales y ONG de dudosa procedencia que mediaban entre el Estado y los beneficiarios. Ese sistema, que en teoría garantizaba territorialidad, terminó garantizando otra cosa: opacidad total.

¿Dónde iba la comida?
¿A cuántas personas llegaba?
¿Quién verificaba las raciones?
¿Con qué criterios se asignaban los fondos?
¿Quién auditaba a las organizaciones?
¿Quién controlaba que el comedor existiera realmente?

La respuesta, durante años, fue siempre la misma: “estamos trabajando para mejorar los controles”. Mientras tanto, los socios de siempre hacían lo de siempre: administrar pobreza.

Lo que el gobierno porteño comunicó hoy deja algo claro: había 40 comedores inexistentes facturando y recibiendo fondos públicos. Cuarenta. No dos, no cinco. Cuarenta.

Eso no es un error administrativo.
Eso no es un bache en el sistema.
Eso es un método.

El nuevo sistema, identificación por DNI, trazabilidad de cada ración, visibilidad total de los fondos, apunta a romper los incentivos que alimentaron ese ecosistema.

Porque para que haya 40 comedores fantasma, alguien los tuvo que habilitar.
Algún funcionario firmó.
Alguien aprobó.
Alguien pagó.
Alguien miró para otro lado.

No se trata sólo de cerrar comedores que no existían. Se trata de algo muchísimo más grave: admitir que existió un sistema que permitió que organizaciones y gerentes de la pobreza hicieran negocios con el hambre.

La pregunta que queda flotando es inevitable:
¿Dónde estaban Larreta y Migliore mientras todo esto pasaba?

No hay manera de reescribir la historia: esto ocurrió durante sus gestiones.
Hoy se cortó lo que ayer se permitió.
Hoy se transparenta lo que ayer se toleró.
Hoy se corrige lo que ayer se naturalizó.

Y no alcanza con decir que “se trabajaba con organizaciones históricas del barrio”.
Tampoco alcanza con relativizar.
Ni con tecnicismos.
Ni con explicaciones estructurales.
La política social no es un espacio para experimentos, ni para precariedades, ni para compadrazgos.

Cerrar 40 comedores fantasma no es un logro técnico.
Es un acto político.
Un reconocimiento.
Una admisión tácita.
Y un punto de quiebre.

Lo que viene ahora es igual de importante: Auditar responsabilidades, transparentar contratos, revisar vínculos y explicar, con nombre y apellido, cómo se construyó un sistema que permitió que esto sucediera.

Tribuna de Periodistas


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