SOCIEDAD / OPINIÓN
La vida sin nietitos
Por Walter R. Quinteros
En el regreso a clases, precisamente en la salita de 66, faltaban algunos de nuestros compañeritos que habían concurrido con nosotros los presentes, a la salita de 65 el año pasado, en esos pocos días antes de que llegara la pandemia que obligó a cerrar el establecimiento. No, ya no los veremos más, nos dijo la señorita maestra y nos pidió que recemos por ellos, los ausentes.
En la salita, cada uno contaba algo de lo sucedido en todo este tiempo perdido, hasta que llegó la hora de la comida, al abrir la mochila, saqué un sándwich de milanesa y mi cajita de vino tinto.
Sabemos los alumnos que ése, es un momento de gloria absoluta, lleno de sano esparcimiento y vieja camaradería que nos otorga el noble cruzamiento de envases Tupper para compartir y probar las albóndigas de unos, los fideos con tuco de otros y las ensaladas de las niñas.
Luego, como normalmente se acostumbra, también de nuestras mochilas, aparecieron nuestros juguetes cotidianos, propios de nuestra edad, como los naipes y algunos dados, por el lado de nosotros los varones.
En cambio las chicas, nuestras compañeritas de la salita de 66, fueron más atrevidas, tuvieron un poco más de audacia ya que sin pudor, exhibían en sus mesas, entre gritos de algarabía y un bullicioso entusiasmo, algunos escandalosos juguetitos que, dicen, las acompañaron en la cuarentena, antes de jugar al bingo entre risas y mostrar algunas de sus obras artesanales como tejidos y pinturas.
Como no saben de cicatrices, no había nadie, absolutamente nadie, esperándonos a la salida de la escuelita.
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